La injustificada agresión de EEUU contra el pueblo irakí, presuntamente legitimada por una resolución de las Naciones Unidas y una retahíla de lecciones morales (que ofenden en boca de quienes las esgrimen), apoyada por sus incondicionales secuaces ingleses y algún nuevo oportunista de poca monta, como Don Aznar, empieza a mostrar su lado más real y por ende más sucio.
Ya en la primera guerra del Golfo se empezó a vislumbrar el papel que jugaría en los futuros conflictos la presencia de las cámaras. Empezábamos a vivir las guerras en directo, los bombardeos con armamento "inteligente" que nos pintaban los objetivos militares como un punto enfocado en el centro de la cruz de una mira, y su posterior evaporación tras el previsible honguito del impacto, el avance de las tropas en algún punto indeterminado del teatro de operaciones, y la devastadora llegada de los misiles Tomahawk a las
ciudades.
Escuchamos durante la agresión a Afghanistán el griterío apasionado en la radio de los pilotos norteamericanos, en pleno fervor, exultantes con el videojuego en el que estaban tomando parte, y quienes nunca vimos la guerra más que en documentales, empezábamos a sospechar que aquello de "la historia
la escriben los vencedores", también tenía que estar presente en la documentación de las hostilidades.
Ahora estamos asistiendo a situaciones inverosímiles, como pude observar ayer mismo durante la transmisión en directo de una supuesta ofensiva, que los "periodistas" y "comentaristas" de la FOX relataban como si de un partido de la NFL se tratara, mientras los protagonistas de la vergonzosa situación se veían representando su papel, moviéndose al son de la batuta del camarógrafo y más preocupados de su situación ante las cámaras que de la supuesta batalla que estaban librando.
Claro que, como se comprende, se trataba nada más que de otra representación para consumo interno del pueblo norteamericano, tan afecto al show, y por aquello de mantener la "moral", cuando se empezó a ver que las hostilidades no se resumirían en el esperado "paseo militar" que auguraba el Pentágono, y que estaban registrándose bajas difíciles de ocultar. Y esto porque ahora ya no es CNN el único referente informativo. Ahora está también Al-jazeera. Y esto representa un serio problema mediático.
Los norteamericanos no han visto aún (y no lo harán, previsiblemente, al menos por el momento, en ese curioso ejercicio de auto-censura tan usual como poco congruente entre esos paladines de la libertad) los cadáveres de sus compatriotas amontonados en algún lugar, como sí hemos presenciado en el resto del mundo. Rumsfeld pataleará ahora porque estamos viendo a los prisioneros de guerra en manos del "enemigo", e invocará a gritos la convención de Ginebra, tan solo 24 horas después de haberla violado poniendo
ante las cámaras a los prisioneros de los "aliados" rodeados de alambre de púa para apoyar las declaraciones de las rendiciones en masa.
El Estado Mayor aliado no tendrá más remedio que reconocer que las bajas lo son de los dos lados, que los aliados no son tan invencibles como para producir cadáveres solamente por errores y accidentes, y tendrá que hacer malabarismos de todo tipo para que la lógica de la guerra no se muestre al pueblo estadounidense en su cruda realidad, esa que ellos desconocen, porque para el Tío Sam la guerra siempre ha sido un artículo de exportación.
Tendrá que recurrir a más o menos descaradas maniobras de censura, a listas negras, a boicots contra los pacifistas (por ejemplo regando con vino de Burdeos las alcantarillas que circundan la Casa Blanca), y al reaccionarismo de siempre de los halcones en las arengas, para que la opinión pública no se les dé vuelta y reclame que traigan "a sus muchachos a casa" de un vez mientras se cierne sobre el inconsciente colectivo la sombra de un nuevo Vietnam.
Los portavoces de turno amenazarán con que el maltrato a los prisioneros será considerado crímen de guerra, jurarán que las operaciones marchan "según los plazos previstos", y propagarán a los cuatro vientos la imagen de los soldados tecnológicos recibidos con alborozo por los descalzos oprimidos por el régimen de Saddam, para que todos sepamos de qué lado están los buenos.
Pero definitivamente algo ha cambiado.
La comunidad internacional está cada vez más cohesionada en su posición frente a este conflicto. Cada vez resulta más difícil el engaño a base de consignas baratas, entre otras cosas porque ahora se pueden escuchar las dos campanas. El divorcio entre la obcecación de los gobiernos belicistas y sus ciudadanías respectivas resulta cada vez más notorio y de alguna manera crece la percepción de que los directores de este disparate no terminan de darse cuenta de que nadie está tragándose la pobreza de sus "argumentos".
No se puede seguir con el discurso de la "liberación de Irak", ni con los mesiánicos y grandilocuentes nombres de las operaciones militares (cargados de palabrejas pletóricas de inmoralidad como "pavor" y "consternación"), cuando vemos que la misión divina encomendada a y dirigida por el paradigma moral de Texas, no es más que otra sucia invasión contra un pueblo aplastado por años de bloqueos, por tres o cuatro guerras insensatas, y gobernados por un salvaje, uno más de los auspiciados por éstos mismos "demócratas",
sempiternos sembradores de dictaduras y saqueadores de riquezas. Difícil de controlar la ansiedad de los aliados por cambiar la bandera irakí por las barras y estrellas; hay que advertirles que eso no queda bien, que no estamos en una guerra de "conquista", aunque papá Bush lo primero que advirtió al diabólico Saddam fue que no quemara los pozos de petróleo, y fue directo a ellos, como Hitler hacia el Cáucaso.
La primera batalla mediática la ha perdido Washington. Y mientras sus invencibles no terminan de conquistar Basora, caen en emboscadas en su avance hacia Bagdad, no saben cómo hacer para que los Turcos en el norte no compliquen la situación de los Kurdos, se matan entre ellos derribando sus propios aviones con sus propios misiles, o se auto-atacan con granadas en sus campamentos kuwaities, la comunidad internacional tiene las cosas cada vez más claras. Pero no porque la CNN nos informe puntualmente desde todos los puntos "calientes" del conflicto, como en los '90, sino porque ahora podemos ver lo que, seguramente, ellos no nos hubieran mostrado nunca.