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Año V - Nº 271
Uruguay,  01 de febrero del 2008
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Fernando Pintos

Una historia que se repite
De manera interminable

por Fernando Pintos

 
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Parece mentira las formas como la historia se repite. El agitado universo de las sociedades humanas se parece, antes que nada, a esa antiquísima imagen creada por la filosofía de Oriente para ejemplificar no sólo el inifinito, sino también el destino: una serpiente que persigue su propia cola y que lo seguirá haciendo hasta la misma noche de los tiempos. En 1984, entre los muchos artículos que me publicó el semanario «Nueva República» (de gratísimo recuerdo), estuvo uno cuyo título («Los demagogos uruguayos, los piduchets y otras “excelencias” del “aperturismo democrático”»)estaba precedido por el siguiente antetítulo o colgado: «Pierre Very lo imaginó en 1961». Como tengo la impresión de que —Gobierno «progresista» mediante— encaja como anillo al dedo en la difícil realidad que vive hoy día el Uruguay, pasaré a reproducirlo renglón seguido:

«…Uno de los últimos cuentos escritos y publicados por el excelente escritor francés Pierre Véry se titulaba “Los chorlitos de la vía láctea”, y hacía referencia a los imaginarios  habitantes de los nebulosos atolones Pidú, unos seres estrambóticos llamados “piduchets”, a quienes todo el mundo consideraba en la entera galaxia como unos irremediables cretinos. No en vano se les llamaba, explicaba Véry, con motes tan sugestivos como “los estorninos de la Galaxia”, “los extravagantes del espacio”, “los atolondrados del cosmos” o –al igual que en el título del relato—, “los chorlitos de la vía láctea”…

            Sucedía que los piduchets eran tan, pero tan tontainas y olvidadizos, que dejaban sin hacer todo aquello que se les ocurría, que les pedían, que les ordenaban o les encomendaban. Entonces, resultaba usual que cuando llovía a cántaros echaran mano de la sombrilla, o que se pertrecharan con algún fúnebre paraguas cuando brillaba el sol en todo su esplendor… No era nada extraño que se colocaran la corbata por encima del saco del pijama (creyendo que se trataba de la camisa), o que, cuando llegaban a la esquina de una calle en la que residían durante los últimos años, olvidaran cuál de todas era su casa… Precisamente (y, ¿qué mejor ejemplo?), la narración comenzaba de esta manera:

—Levántese el acusado —dijo el juez supremo.
Y se puso de pie.
—Perdón juez supremo —protestó tímidamente el acusado—. El acusado soy yo.
Y se puso de pie.
—¡Oh! Lo había olvidado —dijo el juez supremo—. Le ruego que me excuse.
-No tiene importancia…
Ambos se sentaron otra vez.
—¿Quiere hacer el favor de recordarme el delito de que se le acusa? —preguntó el juez supremo—. Confieso que estoy un poco desorientado.
—El caso es que yo también lo he olvidado —reconoció el acusado. –Los señores abogados tendrá que actualizar la situación y comunicarnos los hechos del proceso.
Pero los abogados habían igualmente olvidado todo detalle. Ni siquiera sabían si estaban allí para defender al acusado o perorar a favor de la parte contraria. No por ello dejaron de actuar, y por cierto con gran brillantez. El fiscal, presa de la misma incertidumbre, se entregó a formular unas vagas conclusiones, pretendiendo demostrar simultáneamente la absoluta inocencia y la completa culpabilidad del acusado, a quien tan pronto denominaba “víctima” como “criminal”. Empleó conceptos realmente hermosos. El Jurado, por el procedimiento de alzar el brazo, se mostró unánime en solicitar la pena de muerte, aunque también es conceder al acusado una sustancial pensión para alimentos.
Fue en suma una boda magnífica. ¡Perdón! Un proceso magnífico, que seguramente sentaría jurisprudencia…
El juez supremo y el acusado volvieron a encontrarse en la boda.
—¿Qué es lo que representan? —preguntó el juez supremo—. He olvidado el título de la obra.
-Se trata de un entierro —dijo el acusado—. Escuche usted… El pastor recita las preces para moribundos.
En efecto, un hombre con traje de etiqueta y guantes, recitaba las preces que suelen rezarse a los muertos. Sólo que no era pastor, sino el novio que se creía pastor. El pastor, en cambio, creyéndose el novio, se arrodillaba junto a la encantadora desposada y estaba preguntando:
—No quiero ser indiscreto, encanto, pero, ¿quieres recordarme cuál es tu nombre?
Terminada la ceremonia, los recién casados se despidieron, olvidando que acababan de unirse en matrimonio.
Fue una lástima. ¡Con lo bonita que había resultado la ceremonia!
Por casualidad, volvieron a encontrarse en el consultorio de un dentista.
—Siéntese —dijo el dentista—. En seguida les atiendo. Vayan leyendo el menú.
Les entregó un catálogo de armas automáticas que una hermanita de los pobres había olvidado cuando fue allí para pedir limosna…

Hasta aquí, la inefable, deliciosa anticipación de Pierre Véry. El texto fue escrito hacia 1961 (fecha aproximada de su muerte), y podríamos decir aquí y ahora, en memoria y elogio del autor, que si adaptamos sus palabras a este Uruguay en que vivimos, no sin razón sospecharíamos que fue una especie de brujo o vidente, ya que en cierta forma se las ingenió para anticipar la realidad política uruguaya de 1984.

Porque ciertos demagogos “aperturistas” que hemos tenido que sufrir, y que seguimos sufriendo (y cada día peores), se parecen muy mucho a los inefables piduchets de Pierre Véry… Revolotean con pasmosa inconsciencia por los campos ubérrimos de la demagogia, en tanto hacen al pueblo uruguayo víctima de una desmedida dosis de verborragia intermitente e irrestricta. Desde ya muchos meses a esta parte no han cesado, por un día tan siquiera, las declaraciones rimbombantes, anunciando hoy lo que estarán negando mañana… Que a su vez se las arreglarán para olvidar o echar en saco roto, apenas pasado mañana… Asunto sobre el cual habrán de desdecirse al día siguiente, si bien, toda vez hecho un sustancioso refrito con todo lo antedicho, el producto final habrá de ser renegado y despreciado apenas iniciada la semana próxima, sin que por ello dejemos de pensar que el mes entrante se pueda decir que nunca se pensó siquiera en decir todo aquello que alguna vez se dijo o, de repente, tan siquiera se pensó…

            Y mientras esto acontece, el pueblo uruguayo asiste asombrado a tan inmenso circo político; a esta deplorable opereta-bufa ideológica; a este apocalíptico sainete demagógico… Y observa la gente, con ojos desmesuradamente abiertos, de qué formas todos estos pintorescos seres (más propios de zoológicos o museos que de una palestra política) se destratan, se insultan, se abrazan, se escupen, se besan, se pellizcan, se patean, se palmean y se elogian (sin dejar por ello jamás de zaherirse y afrentarse); todo en jacarandosa sucesión, perpetrado sin solución de continuidad y sobreactuado —eso sí—, de una manera en absoluto jactanciosa.

            Hoy día, entonces, cuando leemos el viejo cuento de Pierre Véry, nos parece estar de repente sumergidos en una realidad cotidiana y poco, muy poco graciosa para todos nosotros, los uruguayos, que hemos justamente de sufrirla. Poca diferencia puede haber entre este Uruguay preelectoral de 1984 y los nebulosos atolones Pidú de Véry… Quizás la única podría ser la siguiente: que el más estúpido de los piduchets sería incapaz de llegar al grado de candidez de algunos políticos uruguayos pertenecientes a los partidos tradicionales… Tan astutos, ellos, que serían capaces de mandar de paseo a una oveja con un lobo, y después sorprenderse sinceramente si la bestia carnicera volviese sola pero relamiéndose el hocico sanguinolento… De la misma forma en que, ahora, pretenden mandar de paseo a la democracia con el comunismo. Sin parar mientes en las funestas consecuencias que podría acarrear tal imprevisión para el futuro del país…».

            Han pasado más de 23 años desde la publicación de aquel artículo, pero apuesto que, hoy día, la situación se repite como calcada al carbónico. Ignoro si los políticos de los partidos tradicionales seguirán siendo tan estúpidos y obtusos como lo fueron en 1984. En todo caso, considero que allí se encontraría —políticos tradicionales estúpidos y obtusos en el manejo de la cosa pública—, en buena medida, la explicación para este desastre nacional que es el Gobierno «progresista» de Vázquez & Cía. (más bien, «& KGB»), donde el sacro cretinismo parecería constituirse en denominador común, y en el cual un objetivo primordial es, a todas luces, provocar al país el máximo perjuicio que resulte posible.

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