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Año V Nro. 336 - Uruguay, 01 de mayo del 2009   
 
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El resultado de los pánicos
por Steve Hanke

 
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         El pánico de 2008 ha provocado en las clases políticas hiperactividad. Su estrategia favorita ha sido espantar al público para que respalde políticas tremendamente intervencionistas diseñadas para inflar los presupuestos de los gobiernos y re-regular las actividades económicas.

         Estas tácticas de espanto se volvieron evidentes mientras que los líderes mundiales se preparaban para la reunión en Londres del Grupo de los 20 el 2 de abril. Los países representados en este grupo constituyen dos tercios de la población del mundo y 90% de su producto nacional bruto.

         Luego de fracasar en predecir una desaceleración, ni hablar de un pánico, el Fondo Monetario Internacional finalmente emitió una previsión temerosa el 19 de marzo—justo a tiempo para la reunión de los G-20. Esta previsión permitió que el FMI aumente sus funciones. Una vez que el comunicado del G-20 fue emitido, el desastre y la desesperación fueron temporalmente desplazados. Las clases políticas acababan de dar en un clavo.

         El ganador de la reunión del G-20 fue el FMI. El director del FMI, Dominique Strauss-Kahn—un político francés socialista de una larga carrera—casi no podía creer la buena suerte del FMI. En una conferencia de prensa el 2 de abril, Strauss-Kahn dijo esto:

         “Tal vez algunos de ustedes estuvieron en la conferencia de prensa del FMI a fines de la Reunión Anual el último octubre. Y si algunos de ustedes estuvieron ahí, entonces puede que se acuerden de que lo que dije en ese momento es que el FMI está de vuelta. Hoy tienen la evidencia cuando leen el comunicado, cada párrafo, o casi cada párrafo—digamos que al menos los importantes—de una u otra manera están relacionados al trabajo del FMI”.

         Si los miembros del G-20 cumplen sus promesas, los recursos del FMI serán aumentados por más de $750.000 millones (USD).

         Para poner eso en perspectiva, considere que todos los créditos y préstamos del FMI a fines de 2008 eran de tan solo $27.000 millones. Mientras los políticos confrontan una nueva crisis, los oportunistas están aprovechándose del sistema y explotándolo para sus propios fines.

         Gran parte del crecimiento del gobierno en EE.UU. y en otras partes ocurre como un resultado directo o indirecto de las emergencias nacionales tales como las guerras o las recesiones económicas. Leyes son creadas, secretarías también y los presupuestos son engrandecidos. En muchos casos estos cambios resultan ser permanentes.

         Como Robert Higgs confirmó en su clásico de 1987, Crisis and Leviathan, las crisis sirven como una transición, cambiando la tendencia del tamaño y la envergadura del gobierno hacia un nivel más alto. La historia provee muchas ilustraciones de qué tan dañino este desliz puede ser.

         Considere la Gran Depresión. En ese momento, los promotores de los intereses agrícolas, habiendo buscado subsidios por décadas, se aprovecharon de la crisis para aprobar un impresionante paquete de rescate, la Ley de Ajuste Agrícola, cuyo título la declaró ser “una ley para aliviar la actual emergencia económica nacional”.

         Setenta y seis años después, los agricultores todavía están succionando dinero del resto de la sociedad y la política agrícola ha sido engrandecida para satisfacer una variedad de otros grupos de intereses, incluyendo a los conservacionistas, los nutricionistas y amigos del tercer mundo. De hecho, aunque los precios agrícolas llegaron a niveles altos sin precedentes el año pasado, el río de subsidios agrícolas siguió fluyendo.

         Entonces, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el gobierno representaba cerca de la mitad del producto nacional bruto, virtualmente cada grupo de intereses especiales trató de obtener un pedazo del tremendamente abultado presupuesto del gobierno.

         Hasta las secretarías aparentemente lejanas del esfuerzo para la guerra decían estar desempeñando “trabajo esencial para la guerra” y tener derecho a presupuestos más grandes y a un personal más numeroso.

         Inclusive crisis más pequeñas han llevado a los oportunistas a una locura. Regresemos al caso clásico del siempre oportunista FMI. Siendo establecido como parte del acuerdo en Bretton Woods de 1944, el FMI era principalmente responsable de extender créditos a corto plazo y subsidiados a países que estuviesen experimentando problemas en la balanza de pagos bajo el sistema de tipo de cambio anclado que había en la pos-guerra.

         En 1971, sin embargo, Richard Nixon, en ese entonces presidente de EE.UU., cerró la ventana de oro, señalando el colapso del acuerdo de Bretton Woods y, presumiblemente, la decaída del propósito original del FMI. Pero desde ese entonces el FMI ha utilizado cada supuesta crisis para expandir su envergadura y escala (ver el gráfico adjunto).

         Las crisis petroleras de los 1970s permitieron que la institución se reinvente. Esos shocks requirieron más que los préstamos del FMI para facilitar, si, ajustes en la balanza de pagos. Y hubo más préstamos: en el periodo de 1970-1980, los préstamos del FMI aumentaron en 123%.

         Con la elección de Ronald Reagan como presidente estadounidense en 1980, parecía que el oportunismo conducido por crisis del FMI podría ser controlado. Pero cuando reventó la crisis de la deuda mexicana, se “requirió” de más préstamos del FMI para prevenir en el futuro crisis de deudas y fracasos de bancos.

         Esa justificación fue utilizada por ninguno otro que el Presidente Ronald Reagan, quien personalmente había tratado de convencer a 400 de 435 miembros del Congreso para obtener aprobación para un aumento en la cuota de EE.UU. para el FMI. Los préstamos del FMI aumentaron nuevamente, creciendo en un 108% en términos reales durante la primera administración de Reagan. Con la caída de la Unión Soviética en 1991, el FMI se reinventó nuevamente. De acuerdo al FMI, una facilidad de préstamos temporales se necesitaba “para facilitar la integración de las economías anteriormente centralmente planificadas al sistema mundial de mercado”.

         Los 1990s acabaron con la crisis financiera asiática (entre otras)—una que recibió un diagnóstico equivocado y fue empeorada por la medicina del FMI. A pesar de eso, la crisis asiática fue inclusive otra justificación para obtener más fondos. Durante el periodo 1990-1999 los préstamos del FMI aumentaron 99% en términos reales.

         No es sorprendente que cuando se dieron los sucesos del 11 de septiembre de 2001 el FMI no estaba de brazos cruzados. El 18 de septiembre, Paul O’Neill, en ese entonces Secretario de la Tesorería de EE.UU., tuvo un desayuno con Horst Kohler, el director del FMI en ese momento, para discutir las necesidades financieras de aliados miembros de la coalición.

         El FMI recibió algo como un estímulo pos-11 de septiembre. Luego el FMI experimentó una caída libre, cuando la Reserva Federal (junto con otros bancos centrales) empujaron las tasas de intereses a niveles bajos sin precedente. El flujo de nuevos créditos a nivel mundial estaba ahogando al FMI hasta que reventó la burbuja de crédito. Ahí es cuando el FMI aprovechó su oportunidad.

         El asunto, por supuesto, tiene tantas dimensiones que van mucho más allá de los presupuestos públicos. Por ejemplo, el mismo día que el G-20 se reunió en Londres, la Junda de Estándares de Contabilidad de EE.UU. cedió ante la presión ejercida por el congreso estadounidense y alteró las reglas de contabilidad para los bancos y otras instituciones financieras.

         En lugar de avaluar activos con los precios que pueden obtener en el mercado (marcar al precio de mercado), a los bancos se les permitirá utilizar sus propios modelos de avaluación para colocarle un precio a sus activos.

         Este cambio en la contabilidad nos recuerda el resultado de otro pánico—el pánico en EE.UU. de 1873. En ese entonces la publicación de los estados de cuenta de los bancos fue suspendida con la esperanza de que “lo que no se sabe no lo lastimará”.

         Esperemos que la actual ola de intervencionismo se disipe y un viento de racionalidad llegue.

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Fuente: Cato Institute

 
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