El nuevo retorno de los brujos por Marcelo Ostria Trigo (Perfil)

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         “El retorno de los brujos” de Louis Pauwels y Jacques Bergier, fue una sensación en el tiempo de publicación (1960). Hace 48 años, los temas que abordaron sus autores tenían la magia del misterio: fenómenos parapsicológicos, civilizaciones perdidas, etc. Llegaron, inclusive, a plantear la tesis de que el nacional-socialismo alemán “era solo una transformación radical de la base cultural y moral (que) permite explicar lo inexplicable, el crimen y el desastre absolutos”.

Ahora se podría escribir, en un parafraseo parcial, sobre un nuevo retorno de los hechiceros de los Andes bolivianos. Pero éste no es el medio para una comparación  crítica con relación al experimento actual, lo que supondría un análisis serio de lo que llamamos “populismo”, ahora entronizado en Bolivia, con relación a las tesis de Pauwels  y Bergier.

Pauwels y Bergier, se refieren a los antecedentes de Bolivia: “En otra altiplanicie fabulosa, Tiahuanaco (sus ruinas están cercanas a la ciudad de La Paz), a 4.000 metros, volvemos a encontrar el recuerdo del hombre blanco. Cuando los incas conquistaron esta región del lago Titicaca, Tiahuanaco era ya el campo de ruinas gigantescas,  inexplicables,  que  nosotros  conocemos. Cuando llega allí Pizarro, en 1532, los indios dan a los conquistadores el nombre de Viracochas: señores blancos. Su tradición, más o menos perdida ya, habla de una raza de señores desaparecida, de hombres gigantescos y blancos, venidos de lejos, surgidos de los espacios, de una raza de Hijos del Sol”. En  realidad esta sucesión de leyendas es de difícil comprobación.

Seguramente, sin haber abierto el libro de Pauwles y Bergier, en esta misma planicie los populistas intentan un nuevo retorno de los brujos andinos, por supuesto a la criolla: mezcla de un difuso pasado, los desconocidos tiahuanacotas, los quechuas, súbditos del Inca, y los aimaras sometidos por siglos..

En realidad, fuera del desvarío ideológico, con el proyecto indígena se intentan restaurar un Estado imposible, con el apoyo de Cuba –que se transforma lentamente– y del chavismo que, pese a Evo Morales, Andrés Ortega y Rafael Correa, muestra ya un temprano agotamiento.

En 2006, se inicia en Bolivia un rústico experimento, mezcla de histrionismo y folklore. Una “posesión” no oficial del nuevo presidente en la ruinas de Tiahuanaco, con vestuario que semejaba una parodia de un film comercial, no reparó en que todo apunta a que los tiahuanacotas no fueron antecesores ni de quechuas ni de aimaras. Esta “divinización” –el incario era una teocracia– del personaje que intenta ser un redivivo Inca, sirve para el experimento de establecer en Bolivia un régimen autocrático. No se habla mucho –aunque no se lo rechaza- del socialismo del Siglo XXI de Hugo Chávez. Aquí hay fuertes componentes autóctonos y extremistas.  
 
            En este intento de amalgama entre indigenismo y extremismo de izquierda, ciertamente el objetivo es establecer un curioso engendro: un peculiar socialismo racista autócrata y negador de los derechos democráticos. Pero, como todo espantajo, predomina la falsedad, la amenaza y, al fin, la violencia. De la mentira generalizada hay evidencias claras:

• Un presidente que es la cabeza de la amenaza y la mentira generalizada; un presidente del órgano electoral que inventa una decisión institucional; un ministro de hacienda que engaña y miente al afirmar que no hay inflación ni aumento de precios; un canciller que procura engañar cuando afirma que  no habrá consecuencias por las bravatas e insultos de su presidente a mandatarios extranjeros; jerarcas mentirosos que son simplemente la voz reproducida de “el jefe”.

• Todo esto en medio de amenazas, bravuconadas e insultos baratos. Y violencia como la del atentado terrorista de Yacuiba, Bolivia, con actores que son parte del gobierno, y con la cooperación de la embajada venezolana en La Paz.

         Pero este retorno tampoco es el de los antiguos brujos de civilizaciones andinas perdidas, sino la paulatina reedición de prácticas de una casi olvidada política intolerante, salvaje, agresiva y violenta de los años cincuenta, con campos de concentración, torturas, arrestos ilegales, elecciones fraudulentas, cuando el oficialismo obtenía impúdicamente todos los votos y la oposición ninguno.

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