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El «Síndrome Boabdil» sigue
haciendo estragos en Uruguay
por Fernando Pintos
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En la edición 291 de «Informe Uruguay», correspondiente al viernes 20 de junio de 2008, he leído un artículo de Javier García que se tituló «Fechas y Nunca Más». Había leído, brevemente, algo sobre los mismos temas, y no me sorprendió en lo más mínimo ese nuevo enfoque del Superior Gobierno de la República, a la cual es obvio que pretenden, con prisa digna de muchas mejores causas, convertir en republiqueta a muy corto plazo.
Para decir verdad, en nada me sorprenden las aberraciones que pudieran ser promovidas por un Gobierno como el que viene sufriendo Uruguay, desde tres años largos a esta parte. Y nada de eso sorprende porque conozco los bueyes con que ahora estamos arando. Varias veces he afirmado que los marxistas uruguayos figuran, por mérito propio, entre los más obcecados y retrógrados de todo este ancho y globalizado mundo del siglo XXI. Estos individuos permanecen atrozmente atrincherados en la prehistoria del marxismo leninismo y, en vista de tamaño retraso mental e ideológico, suelen expresarse y actuar en vena de eximios trogloditas y perfectísimos energúmenos. Como consecuencia de ello, conceptos tales como «nación», «nacionalidad», «patria» e incluso hasta «país» les deben sonar a chatarra desafinada.
¡Desdichado cardumen de apátridas! Ellos permanecen aferrados, casi sin excepción, a los apolillados catecismos que redactó con esmero la URSS estalinista, para consumo de cipayos y compañeros de ruta, en la América Latina de los años 40 y 50. Ellos —tan amantes de la buena vida y la última onda en el vestir— prosiguen negando, con una tozudez que supera con creces la del más redomado jumento, drásticos acontecimientos tales como la caída estrepitosa del Muro de Berlín, el naufragio irreversible de su adorada meca (la URSS marxi-leninista), la patética supervivencia del sátrapa barbudo del Caribe a lomos de un pueblo hambreado y despojado de toda dignidad. Ellos, perpetrando con creces la liturgia favorita del averno, se manifiestan devotos de las iluminadas voces del golpista y criminal Hugo Chávez, acólitos del cocalero delictivo Evo Morales, corifeos del asesino y corruptor de menores Daniel Ortega… ¡Grandiosos personajes! ¡Irrepetibles e inmejorables ejemplos! Ellos, nuestros vernáculos comunistoides chapa-globalización, chapa-posmodernidad, chapa-Pierre Cardin… Obsérvenlos con suma atención e, inmediatamente después, díganme si me equivoco un ápice: ¿no son, acaso, una completa y perfecta partida de desgraciados?
Pero, antes de proseguir, hagamos un sano ejercicio de refrescamiento intelectual y releamos lo que escribió, más de un mes atrás, Javier García:
«…Dos debates estarán arriba de la mesa esta semana: las fechas patrias y el "nunca más". Este gobierno anuló por decreto las conmemoraciones de nuestra gesta libertadora. En las escuelas cada fecha patria se vivía de una forma singular, se ensayaba el Himno Nacional los días previos, también alguna evocación y en la jornada no se tenía clase pero todos íbamos a homenajear a nuestros próceres.
Esos días los escolares, junto a sus padres, recorrían el trayecto desde su casa al colegio y se percibía que era un feriado que tenía un significado. Nadie dudaba qué se recordaba un 19 de abril, el 18 de mayo, el 19 de junio o 18 de julio, ni que decir el 25 de agosto. Incluso siempre nos preguntamos cómo es posible que el 2 de enero, que se recuerda el martirologio de Leandro Gómez, no merezca un homenaje nacional.
En el Uruguay democrático era costumbre que la gente participara activamente en los desfiles donde los militares rendían honor al gobierno constitucional en actos callejeros al que concurría la gente en clima festivo. Las fechas patrias, en definitiva, no pasaban inadvertidas y todos, especialmente los niños, sabían su significado.
Es obvio que esto no hace a las urgencias cotidianas, ningún país mejora su PBI por festejar los fastos, pero hace a valores y a cosas profundas que nos hacen distintos, ni mejores ni peores, a cualquier otro país. No seremos más ricos, pero somos más país.
Este gobierno dictó en diciembre de 2006 un decreto que establece, en su numeral 5º) "A efectos de que el país pueda mirar al futuro y encontrar caminos de reconciliación nacional, fíjase el día 19 de junio de cada año como única fecha conmemorativa de que nunca más deberán ocurrir estos episodios entre uruguayos; día que en adelante, será la única fecha conmemorativa por parte del gobierno nacional."
El año pasado cursó efecto por primera vez esta disposición y su resultado fue doblemente deficitario. Con respecto al "nunca más" fue la oposición quien manifestó más calor con la idea y en la Plaza Independencia fueron notorias las ausencias del partido de gobierno. La voluntad del "nunca más" no la respaldaron muchos dirigentes del oficialismo que faltaron o le quitaron respaldo a la cita. Es ingenuo creer que estas cosas se decretan, es un tema de convicciones no de normas y hay algunos, en los dos bandos, a los que todavía les cuesta decir "nunca más".
Al presidente lo acompañaron pocos de su partido en una jugada en la que había comprometido mucho y dicen que fue esa la causa por la cual Vázquez le contestó al FA con su negativa a intentar la reelección presidencial.
Y en cuanto a concentrar las fechas patrias en un solo día, el resultado es que ahora no solo no se conmemoran, sino que tampoco se recuerdan y éstas pasan desapercibidas.
Las fechas patrias del país son como los cumpleaños en una familia, no es necesario hacer una fiesta pero sí acordarse de quien cumple y saludarlo, es un gesto de cualquier comunidad que se entiende como tal.
Y Uruguay, como decía Wilson, es eso.
Se llegó hasta el papelón del año pasado donde el presidente no participó el día de la Constitución en la Plaza Matriz.
Se impone derogar este decreto en lo que refiere a no conmemorar las fechas patrias. Con él vaciaron de contenido las fechas, ahora son solo "días rojos" en el almanaque.
Este gobierno tan preocupado en imponer su "historia reciente", que divide, debe primero respetar la historia común que nos une…».
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Coincido casi totalmente con lo escrito por García y me siento no sólo indignado por este ultraje perpetrado contra mi patria por un puñado de enajenados de diversa índole: la índole moral, la ética, la ideológica, la del decoro y todas las demás que pudieran ser mencionadas en fila india… Además de la lógica indignación, me invade un profundo sentimiento de vergüenza, no sólo por mí sino también por el resto de mis compatriotas. Y es ese sentimiento el que me lleva a preguntar lo siguiente: ¿qué pecados cometió, el Uruguay, para merecer tamaña colección de infamias?
La respuesta es obvia: el pecado consistió en permitir que, utilizando los mecanismos de la democracia, una caterva de individuos que han sido y siguen siendo enemigos jurados de la misma llegaran a hacerse con el poder y el manejo del Estado. No sería de extrañar un desastre de tales dimensiones en alguna republiquita del África Ecuatorial, pero en un país educado, culto y con índices elevados en calidad de vida, tal cual es Uruguay, ese fenómeno debería provocar cuando menos incredulidad. En todo caso, y contra todo lo que pudiera decretar este Gobierno de aberrantes y encanallados, los verdaderos uruguayos deberían resistir con firmeza todo ese cúmulo de infamias y, más precisamente en cuanto tiene que ver con las conmemoraciones patrias, debería festejarlas como una manera de preservar no sólo el fuego de la nacionalidad, sino también de la humana dignidad. Y deberían hacerlo tanto en público como en privado. Y transformar esos públicos festejos patrios en actos de rechazo a toda esta morralla comunistoide y apátrida que pretende pisotear nuestras fechas más queridas y nuestros símbolos de Nación. Y digo esto porque, de no ser así, de no demostrar los uruguayos a las claras que aman a su patria y a todo lo que es símbolo de ella, se estará dando pie a los energúmenos encanallados para que sigan con nuevos atropellos. Mañana serían capaces, por ejemplo, de cambiar los colores de la bandera nacional, o sustituir el himno por alguna atroz cantaleta comunistoide, de ésas que acostumbran entonar en sus aquelarres políticos. Es un deber de todos los uruguayos bien nacidos defender, respetar y rendir culto a las fechas y símbolos nacionales, porque ellos dan forman a una parte muy importante de nuestra nacionalidad, de nuestra idiosincrasia, de nuestra misma esencia como individuos.
Renunciar, con la misma docilidad de reses que son conducidas al matadero, a nuestras fechas más significativas representa lo mismo que unirse, en calidad de cómplices o sirvientes, a todos esos infames y cobardes que nunca tuvieron los pantalones lo suficientemente bien puestos como para llevar a cabo su «revolución» pero que ahora, una vez encaramados en el poder y con las riendas del Estado uruguayo entre sus garras —un Estado al cual tenían cuidadosamente infiltrado desde mucho tiempo atrás—, se dedican a destruir sistemáticamente aquello que más odian: nuestra nacionalidad y nuestra historia. Si bien todo esto, a fin de cuentas, no debería extrañar a nadie. Sin embargo, los uruguayos hemos sido, a lo largo de la historia, un pueblo que se caracterizó por la dignidad, el coraje y un muy particular temple para sobreponerse a las situaciones más desfavorables. Y como es más que bien sabido: nadie sería capaz de detestar con mayor intensidad al valor y a los valientes, que una caterva de viles cobardes sin patria, eternas víctimas de lo que me permito llamar el «Síndrome Boabdil» (consiste en llorar, como mujeres, lo que no se supo defender como hombres).
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