Cuentan que durante un buen tiempo, los pájaros caminaban igual que nosotros, hasta que un día empezaron a volar.
Cuando se dieron cuenta, tuvieron tanta alegría que causaron muchos problemas.
Uno de los principales es que ya no podían comer con sus manos (que se habían vuelto alas) y, debido a esto, se pegaban entre sí.
Para resolver a tantos conflictos, un comité formado por pájaros de todas las razas se formó y fue a hablar con la Madre Tierra, cuyos oído y
boca se ocultan en una cueva.
Ahí, la Madre Tierra con todo el amor les enseñó a portarse, como podrían cazar el alimento desde ahora, como comer, etc. Ellos se despidieron satisfechos y se fueron.
Pero, no todos; una joven golondrina decidió que debía haber algo más y fue a hablar nuevamente con la Madre Tierra.
- Madre, disculpa por volver, pero...
- Cuéntame, hijo mío.
- Es que... nos dijiste como actuar con estos nuevos elementos y le agradezco inmensamente. Pero, siento que hay algo más.
Algo que no nos dijo.
La Madre Tierra quedó callada un tiempo que pareció eterno para la pequeña golondrina. Tan largo, que se había decidido a ir cuando ella
empezó nuevamente a hablar.
- Un día, hijo mío, los seres humanos estarán dominando todo el planeta.
Y cuando este día llegue, cazarán indiscriminadamente a los animales,
así que, trato de proteger a Uds. A algunos, como Uds., les doy alas; a otras, una increíble velocidad. Así los protejo.
La golondrina miraba calladamente a la oscura cueva de donde venía la voz.
- Pero, ellos son mis hijos también. Así que quiero que especialmente Uds. los ayuden. Y por toda la historia, toda vez que ellos vean un pájaro, una sonrisa iluminará su rostro. Cuando escuchen lo que conversan entre Uds., ellos se deleitarán y aún tratarán de imitar el suave sonido. Y su
vuelo será símbolo eterno de libertad; la libertad que perdieron al actuar así.
Con una voz aún más dulce, la Madre Tierra concluye:
- Así que, hijo mío, ve a alegrar sus corazones. Dale luz y, quizá, un día, entiendan que deben parar de cazar y empezar a crear.