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Año V Nro. 284 - Uruguay,  02 de mayo del 2008   
 

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Fernando Pintos

¡Ahí que se aguanten o revienten!
por Fernando Pintos

 
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         Edición de «El País» correspondiente al domingo 30 de marzo de 2008. El reportaje, firmado por Gustavo Trinidad, tiene como título «La falta de personal y tareas ajenas jaquean a la Policía». El subtítulo complementa de la siguiente manera: «Seguridad. La Jefatura de Montevideo no consigue llenar 560 vacantes». Y el texto se desarrolla en una explicación que promueve el desaliento.

         Resulta obvio que esta no es una situación provocada exclusivamente por el gobierno frenteamplista. Sin embargo, es probable que la seguidilla de daños —muchos de ellos difícilmente reparables— que ha provocado la izquierda en el poder, también haya influido poderosamente para agravar esa problemática policial. Resumiendo lo publicado por «El País»: hay muy pocos policías y las bajas superan a las altas en la institución. Los sueldos son insuficientes, con básicos que superan levemente el equivalente a US$320 mensuales. La gente se niega a ingresar a la Policía porque ésta tiene una pobre imagen entre la población, principalmente de Montevideo. A la insuficiencia notoria que se padece en cuanto a personal, equipamiento, sueldos y estímulos, se agregan una asignación exagerada de tareas que en nada tienen que ver con la función policial: prevenir y reprimir el delito. Pero, entre tantas desgracias, el párrafo que transcribo a continuación expresa una que debe considerarse mayúscula:

       «…Ante la falta de interés en vestir el uniforme en Montevideo, algunas vacantes serán atribuidas al interior del país. Una de las medidas para estimular a la gente a que se presente es bajar las exigencias que se habían aumentado para mejorar la calidad del personal. En el interior del país por ejemplo se bajará del tercer año de liceo aprobado a primaria completa. Otro punto es el aumento salarial, hoy los cargos más bajos rondan los $6.500, pero ello dependerá de la Rendición de Cuentas el próximo año…».

         Las 24 comisarías de Montevideo cuentan con unos 3,000 policías, es decir, con un promedio de entre 120 y 130 para cada una. Pero debe tomarse en cuenta que esta cantidad debe ser dividida en tres turnos de ocho horas. A ello, descuéntense los descansos, réstense las inevitables ausencias por enfermedad… Y como si ello fuera poco, quítense después todos los policías que son requeridos para tareas ajenas a los fines policiales. Una vez efectuadas las sucesivas deducciones, habría que preguntarse cuál será el promedio real de policías que permanecen en sus puestos en disposición para cumplir tareas de seguridad ciudadana. ¿Serán unos 10 ó 15, por turno, en cada comisaría montevideana? Buena parte de la respuesta a tal interrogante figura, posiblemente, en este otro párrafo del reportaje, donde habla un jerarca policial:

       «…“Para que la Policía sea efectiva debe detener a los delincuentes in fraganti delito. Para eso hay que tener una rápida respuesta. La gente dice: ‘llamé al 911 y demoraron media hora’, para que eso no pase tiene que haber policías que respondan en la calle”, apuntó el jerarca…».

         Pero sigamos con la reseña de espantos. A todos los problemas reseñados se agregará, con la misma eficiencia de una maldición gitana, eso que pudiera definirse como «la estupidez intrínseca del Establishment». Con esta expresión pretendo englobar a todas esas perversas desviaciones del sistema que parecen encaminadas, invariablemente, a favorecer la actividad y promover la impunidad de quienes infringen la ley. Resultará obvio que, con la vigencia de tal estado de cosas, los malvivientes, los malhechores, los delincuentes, los criminales de cualquier índole y color, se encuentran, ¡sin excepción!, de parabienes. De buen seguro, en la guarida de cada uno de tales crápulas debe haber fiesta con cada día que pasa, porque ellos son parte de una minoría que es mimada y privilegiada por el corrupto sistema que impera en Uruguay. Y si mis expresiones parecen exageradas, les invito a leer un par de pasajes del reportaje antedicho, que transcribiré renglón seguido:

       «…“El auto del comisario”. La Jefatura lleva un promedio alto de procesados con prisión. En los primeros 15 días de marzo 132 personas fueron procesadas por delitos como hurtos y rapiñas. "Para nosotros un procesamiento es un triunfo", comenta Mendoza.
La falta de denuncias o de presencia de las víctimas en los juzgados para ratificarlas hace que los delincuentes queden libres. "Todo el trabajo de la Policía se cae si la víctima no concurre. Tenemos casos en que los comisarios hacen llevar a las víctimas en patrulleros e incluso muchas veces en sus autos particulares. Es por la desesperación de que un probado delincuente vuelva a la calle".
“Puerta giratoria” para menores. En febrero la Policía detuvo a 457 menores. A cada uno deben llevarlo a la clínica del Inau para que se verifique que no han sido maltratados. Las detenciones insumen un promedio de dos horas, por lo menos, y un patrullero que queda fuera de servicio. “Hay que tener cuidado; si tenemos dos o tres casos en una misma seccional nos quedamos sin patrulleros en esa zona. Lo peor es todo ese tiempo que insumen las entregas a sus padres, y que muchas veces en pocas horas los tenemos que detener nuevamente, con el desgaste que implica. En un caso ocurrido hace dos días, un menor fue detenido a la una de la mañana con un ciclomotor robado el día anterior. Ya había sido detenido a las dos de la tarde por una rapiña a un turista inglés, al que amenazó con un vidrio. El juez dispuso que lo entregaran a los padres”, dijo Luis Mendoza…».

         Que el sistema debiloide, liberaloide y liberticida que impera en Uruguay favorece a infractores y delincuentes, no es noticia nueva. Ahora, bien: ¿quiénes permiten que este perverso estado de cosas se perpetúe? ¿Quiénes dan apoyo y sostén, de manera personal, a esta degenerada malevolencia? La respuesta es obvia: son los políticos uruguayos. Son los gobernantes vernáculos. Son los tecnócratas telúricos (y telaráñicos). Son los burócratas de la actividad pública, con un énfasis principal en aquellos —especialmente virulentos— del Poder Judicial. Es decir: es todo culpa de un perverso ejército de parásitos que se dedica a engordar y pelechar en tanto devora la mayor y mejor parte del Erario. En consecuencia, preguntaré algo más: ¿Cómo llegan, todos estos parásitos detestables, a colgarse de las generosas ubres del Estado? Para desgracia de todos (los ciudadanos, no los parásitos), la respuesta es más que obvia: sucede gracias a los votos que depositan los ciudadanos, cada cinco años, en las urnas.

         Y entonces, con esa ingenuidad que me es característica, preguntaré, nuevamente: ¿provendrá, la mayoría de tales votos, de los delincuentes de toda índole que atormentan a la población y también a los turistas que visitan Uruguay? La respuesta consistirá, of course!, en un rotundo «No». Los delincuentes son apenas una detestable y dañina minoría cuya actividad criminoide se perpetra en perjuicio de la gran mayoría, ¡abrumadora mayoría de la población! De manera tal que, he de volver a inquirir: ¿será la obligación mayor de gobernantes y políticos uruguayos para con la exigua minoría de delincuentes, o para con la abrumadora mayoría de ciudadanos honestos y respetables? Por favor, que alguien me conteste, porque me siento levemente confundido a tal respecto. La mayoría de los uruguayos vota, cada cinco años, para que los parásitos se aferren al Gobierno de la República con veinte uñas y toda la dentadura. Renglón seguido, la mayoría de los uruguayos se estruja los bolsillos para satisfacer la devastadora voracidad fiscal, principalmente destinada a alimentar tales parásitos. Pero, cuando se trata de promover cuando menos algunas medidas que provean seguridad razonable para esa mayoría que vota, elige y tributa puntualmente… ¡Ahí sí que no! Es decir:: que los dóciles ciudadanos prosigan votando, eligiendo, soportando, sobreviviendo, sufriendo y tributando… Pero, más allá de cumplir a rajatabla con todos esos sagrados deberes… ¡Ahí que se aguanten o revienten!

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