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Año III - Nº 184
Uruguay, 02 de junio del 2006
Inscripto en el Registro de Derechos de Autor en el libro 30 con el No 379
 

 

 

 

Los dueños del sartén
y de su mango

Recopilado por Alvaro Kröger



Más de una década después de fundar la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), Juan Pablo Pérez Alfonso perdió su amor por el crudo.

Profundamente desilusionado por el destructivo impacto que los altos precios tenían en los países petroleros como su Venezuela natal, en 1976 dijo que el crudo era el "excremento del diablo". Treinta años después, el precio del petróleo se disparó, desencadenando en las naciones productoras la misma ola de nacionalismo y populismo agresivos que tanto decepcionó al padre de la OPEP.

La última manifestación de esa ola ha sido Bolivia, que el lunes de la semana pasada envió al ejército a tomar los yacimientos de gas y amenazó con expulsar a las petroleras internacionales, si en 180 días no aceptan contratos nuevos -y menos favorables. El presidente izquierdista de Bolivia, Evo Morales, declaró: "

Los países ricos en energía se enriquecieron, gracias a los altos precios, y dependen menos de los inversores extranjeros, lo que les permite actuar con mayor firmeza. Rusia amenazó con cortar el suministro a sus mayores clientes, si éstos no aceptaban pagar precios más altos; mientras que otros, como Venezuela, han puesto en peligro la inversión extranjera imponiendo contratos onerosos a las empresas internacionales.

La ambición de los países petroleros tiene consecuencias que resuenan más allá de los directorios de las compañías afectadas por el nacionalismo. Cuando los gobiernos fortalecen su control, el resultado es con frecuencia un deterioro en la industria del país y una caída de la producción -justo lo contrario que el mundo necesita.

El subdirector de la Agencia Internacional de la Energía, William Ramsay, no tiene duda del poder destructivo de la ola de nacionalismo energética de Latinoamérica y otras regiones. "Están embarcados en un camino peligroso", señala. "Mire la capacidad de producción de Venezuela, ha caído dramáticamente. Ése es el precio. Si no se logra el equilibrio adecuado entre los intereses de las petroleras y los intereses del país, al final, quien pierde, es el país".

El precio del petróleo se duplicó en los tres últimos años, a u$s 75 el barril y esto llevó a los gobiernos a exigir a las petroleras internacionales una mayor parte del botín.

Bajo los nuevos contratos, Petróleos de Venezuela S.A. (PdVSA), la petrolera estatal, ha elevado de casi 20% a cerca de 60% su participación en joint ventures con las petroleras internacionales. "¿Se puede confiar en el gobierno para que decida el futuro de uno? ¿Cuánto, cuándo, dónde y cómo se invierte?" se pregunta un ejecutivo de la industria.

El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, hace poco comenzó a confiscar los yacimientos de algunas petroleras que no aceptaron los nuevos términos.

Entre tanto, otros yacimientos potenciales o rutas de transporte, como un proyecto para enviar el gas boliviano a Estados Unidos, pueden no ver la luz porque los inversores no están dispuestos a comprometer las cifras necesarias con la amenaza de la nacionalización sobre sus cabezas.

La producción de Venezuela aún está muy por debajo de los niveles previos a la llegada de Chávez en 1999. No todo es culpa del actual gobierno. Algunos trabajadores de PdVSA opositores a Chávez sabotearon los pozos y las refinerías. Pero pocos en la industria creen que Chávez podrá ampliar significativamente la producción venezolana. La producción de Rusia, ahora controlada muy de cerca por el gobierno, también está en cuestión. Hasta hace dos años, Rusia disfrutaba de un crecimiento en la producción de dos dígitos. Pero los yacimientos maduros, y el desmantelamiento orquestado por el Kremlin de Yukos, el aumento de los impuestos y los límites a la participación de las empresas extranjeras, han quebrado la trayectoria de crecimiento. El aumento de la producción se frenó el año pasado a 2,3%, frente a 9% en 2004 y 10,7% en 2003.

En el caso de Irán, su sesgo nacionalista y la mayor agresividad en la búsqueda de sus ambiciones nucleares pese a la oposición de Estados Unidos y Europa, ha generado no sólo incertidumbre diplomática, sino también un enorme costo de oportunidad.

Mientras el petróleo sube, los países se han vuelto más reacios a tomar socios extranjeros, de modo que el balance de poder entre las petroleras y los países se ha desplazado de las primeras a los últimos, según explica De Margerie, de Total.

Y está el premio mayor: Arabia Saudita, con las mayores reservas petroleras del mundo. Con cada dólar que sube el petróleo, Riad está menos interesado en una alianza con petroleras extranjeras.

El ministro de energía del reino, Ali Naimi, argumenta que la petrolera estatal saudita, Saudi Aramco, tiene la capacidad técnica y el dinero suficiente para desarrollar los yacimientos petroleros del país.

Pero Arabia Saudita puede ser una de sólo un puñado de productores petroleros que pueden decir esto de modo convincente. Mientras el resto socava sus industrias para obtener rentas del resto del mundo, corren el riesgo de una escalada en los precios del crudo a tal nivel que pueda desencadenar una recesión global -o al menos convenza a los consumidores de que el mejor modo de asegurar la seguridad energética es usar menos petróleo.

 
 
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