|
Pecados capitales masculinos
por Fernando Pintos
|
|
|
Para nuestra sempiterna desgracia, los hombres adolecemos de tres pecados capitales, a la hora de relacionarnos con el sexo opuesto. En consecuencia, siempre hemos sido, y peor todavía, ¡siempre seremos!, eso que sigue…
Primer pecado: Consuelismo
Sucede que los hombres nos enamoramos con suma facilidad. Y ello en buena medida se explica por la abrumadora oferta de belleza y sex appeal femeninos que ofrece el mercado de las relaciones humanas. Entonces, cada dos por tres acontece que nos gusta con locura una mujer determinada, pero, ¡invariablemente!, nos resulta poco menos que imposible conquistarla o tan siquiera acercarnos un poco a ella, para arrastrarnos a sus pies como perritos falderos. No hemos podido alcanzar el objeto de nuestros desvelos, y será en vista de ello que, renglón seguido, nos abrazaremos (como quien abraza un rencor inextinguible) de la primera tipa que se nos ponga buenamente a tiro… Y sí, bien que lo sabemos por larga tradición: se tratará, pura y simplemente, de un premio consuelo. ¡Algo que se ha repetido, de manera morbosa, a lo largo de toda nuestra difícil existencia galante. Pero entonces, haciendo de tripas corazón y con un suspiro resignado, encontraremos en el fondo de nuestras retorcidas mentes la misma justificación que tan bien utilizara, en su momento, el comediante Jerry Seinfeld: «…Después de todo, se trata de una mujer»…(Y sí, claro… Después de todo, tampoco existía mayor diferencia entre Lassie y el Hombre Lobo de la Universal Pictures)…
Segundo pecado: Ofertismo
Este segundo pecado capital masculino emerge toda vez que nos encontramos, ¡fatalmente!, encaminados por la senda del consuelo a ultranza. Una elección en cierta medida inteligente, si se tiene en cuenta que la opción seria pegarse un balazo y «¡parar de sufrir!»… A partir de ese momento, que es a la vez impreciso y aciago, habremos de guiarnos, con una persistencia tan morbosa como infalible, por ese pegadizo y a un tiempo perverso eslogan prácticamente unívoco que han popularizado, en el transcurso de los últimos 80 ó 100 años, los supermercados y las tiendas por departamentos. Es, como todos bien saben, una máxima que parecería haber sido dictada por el mismo demonio (eximio cultor de la mentira, la falsedad y engaño), y que siempre expresa, con palabras más o menos, la misma idea machacona: «¡Compre más, por menos!»… En una palabra, que haciendo caso omiso de la filosofía gourmet (que sacrifica la cantidad a la calidad y la vastedad al buen gusto), así como también del más elemental sentido común, ¡querremos siempre más! ¡Y más! ¡Y más!… Y esto, traducido a nuestra vocación por relacionarnos con el sexo opuesto, significará: más hociquito, más rouge, más ojos, más rimel, más pestañas, más trasero, más piernas, más busto, más piel exhibida, más barriguita, más vagina, más espalda, más perfumes perturbadores… Pero, eso sí, con una única y bienvenida excepción: ¡Menos y menos ropa! La menor cantidad de ropa posible…
Tercer pecado: Onanismo (¿de tiempo completo?)
Sucederá que, una vez hayamos sucumbido a los dos pecados anteriores, lo cual ya es suficientemente penoso (por no decir directamente «patético»), todavía nos quedará un nuevo peldaño en el empinado sendero descendente de la degradación sin límite. Y ello se presentará cuando estemos en situaciones íntimas con aquella individua que fue nuestro consuelo fácil y que, al mismo tiempo, parecía estar ofreciendo ese tentador anzuelo del «más por menos»… Estaremos con ella, por supuesto, ¿y qué otro remedio nos queda?… Pero, al mismo tiempo, estaremos enfocando el pensamiento, de manera tan clandestina y subrepticia como zorruna… ¡En aquella otra mujer que, verdaderamente, nos seguirá teniendo locos como chivas! Desgraciados de nosotros.
Y por supuesto: todo este asunto no es, ni más ni menos que una absoluta cuestión de locos. Y, ¡malas noticias!, nunca dejará de ser así…
© Fernando Pintos para Informe Uruguay
» Arriba