¿Donde están, a donde se fueron?
	por Luis Tappa

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            ¡Por fin! Uno de mis sueños se ha hecho realidad, estoy viviendo en la Barra del Chuy, para ser más exactos, en el Puimayen. Después de mi casa prácticamente no hay nada, es un de las últimas del balneario.

            Luego de una larga odisea debido a una mudanza en medio de un temporal de viento y lluvia finalmente recalamos, definitivamente, con mi familia, en este paradisíaco lugar; lo elegí justamente por estar bastante alejado. Para llegar a mi casa hay que recorrer un largo, angosto y serpenteante caminito entre los montes de acacias, cruzar un pequeño y precario puentecito de madera sobre el comienzo de lo que más adelante será un enorme barranca que desemboca en el mar, un pequeño e insignificante puente de madera  en el que apenas si pasa un auto y con mucho cuidado, es la única forma.

            Hoy es una noche fría y lluviosa, el crepitar de los leños en el hogar y la música de fondo de las olas rompiendo en la costa me impulsan a escribir.

            Todo es paz, el único ruido molesto que se siente lo produce la computadora prendida, ¡Increíble! Nunca lo había notado… ¡Hasta hoy!

            Estoy ubicado en una parte alta, contra la costa, al frente unos enormes médanos de arena y, a mi alrededor, interminables montes de acacias. Durante el día, desde este lugar tan privilegiado, y desde las ventanas, puedo observar el océano en toda su majestuosidad.

            Ni ruidos, ni el aire viciado y purulento de emanaciones de caños de escape o contenedores de basura, tampoco ruido de motores, ni sirenas, bocinas, frenadas, aceleradas, gritos.

            El ruido ensordecedor y perenne de la gran ciudad quedó atrás para siempre, también la grosería callejera, el atropello, la indiferencia y el vivir solo en medio de 3 millones de almas, donde no sabemos ni como se llama nuestro vecino de puerta.

            Hace dos semanas que no me afeito, ¿Para que?, si ni siquiera he notado lo que me  creció la barba, ¡Ni me acuerdo!

            ¡Pero!... ¡Porqué será que siempre hay un “pero”!

            Algo que me ha llamado poderosamente la atención… ¡No se ven casi aves!

            En medio de un monte, lejos de la gente, lejos del pueblo y… ¡No hay pájaros!

            Aquí, bien  cerca nomás, una pareja de horneros amasó su nido, pero ya no los veo, en 15 días he visto pequeños grupos de golondrinas, alguna gaviota, una pequeña bandada de siete u ocho tordos que hicieron un fugaz pasaje por el lugar, pocos gorriones y chingolos, horneros desparramados por ahí y…. logré observar algún benteveo que otro, nada más.

            Falta el canto mañanero de los pájaros libres, es entonces que me pregunto, ¿Qué pasa? Y me asusta.

            ¿Será posible? ¿Dónde están? ¡O simplemente ya no están!

            ¿Qué cosa los alejó o exterminó?

            Hace 30 años que vengo a la Barra del Chuy, les puedo asegurar que en aquellos tiempos era impresionante la cantidad de aves que poblaban el lugar; pero no precisa remontarnos tan atrás, 10 años antes todavía se  podían ver plumajes de todos los colores y, como música de fondo, oír el concierto maravillosos que producían mil diferentes cantos mientras con que adornaban con su vuelo los cielos de un sitio sin igual.

            Todavía entonces se podía apreciar en todo su esplendor ese espectáculo maravilloso, la naturaleza en su plenitud.

            Mil preguntas sin respuesta me carcomen, un monte sin pájaros es como un mar sin peces.

            He tratado de buscar una explicación y no la encuentro, quizás la tala indiscriminada de montes autóctonos, o esa aberración del canal Andreoni, que con la intención de desecar bañados está arruinando para siempre todo un ecosistema extraordinario y único; el canal Andreoni, lo que comenzó en un hilo de agua hoy es un río de mas de 15 metros de ancho.

            Pienso también en los agrotóxicos, en la caza indiscriminada,  furtiva o comercial, la captura de aves para la venta, en fin, un montón de razones pueden existir, pero lo cierto es que casi no se ven aves, o muy pocas, en relación a lo que esto fue una vez.

            Los lugareños no se han percatado muy bien todavía de este cambio, son pocos los que se han dado cuenta, porque cuando estos cambios se producen lentamente pasan desapercibidos, pero uno, que conoció otras épocas por haber estado viniendo desde siempre, lo nota, y ahora, que hacía como 5 o 6 años que no llegaba por la zona, más aún; y me golpea demasiado fuerte en el rostro y en el alma.

            ¡Que desilusión!

            Soñaba en despertarme por las mañanas con el canto de los pájaros libres…

            …¡Pero no están, no está la alegría de su canto, la gracia de su vuelo ni el colorido de su ropaje!

            Ayer hablé con un lugareño, un viejo habitante que me confirmó lo que temía, pocas aves van quedando, algunas especies ya no se ven, según este hombre, gran parte de la culpa la tienen los agrotóxicos que se usan en las arroceras.

            A la salida del sol, el canto aislado de algún pájaro, luego, en el resto del día, el silencio más profundo, solo roto por el viento y el trueno interminable de las olas, que portadoras de lejanos sueños no se cansan de llegar y llegar.

            El progreso, el turismo, y la productividad, le van ganando por goleada al Uruguay Natural.

            Agrotóxicos, agroquímicos, todo es lo mismo, dos malas palabras en el diccionario de la naturaleza.