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EL GAS
Recopilación de Alvaro Kröger
Sobre un texto de José María Fernández Saldaña |
Poco más de un año había corrido desde el triunfo de la revolución del General Flores en 1865, cuando gracias a un nuevo contrato entre el Poder Ejecutivo y la Empresa del Gas, la ciudad de Montevideo mejoró el alumbrado público en una forma que guardaba relación con la era de progreso recién abierta para la República, con aquella victoria.
En 1866, todavía, la iluminación de la capital -reducido su perímetro a la Ciudad Vieja, y a la Ciudad Nueva, que terminaba en la calle Ejido, pues no contaba ni el Cordón ni la Aguada - se realizaba con 493 faroles de gas y 477 de aceite de potro.
Por el renovado contrato cuya duración se fijaba en 15 años "debía quedar completamente iluminada, al precio de $4 por farol, la Ciudad Vieja en términos de 6 meses, la Nueva en 12, y el radio hasta Paso Molino y la Villa de la Unión, en 48.
La Comisión Auxiliar de la Unión, que no se resignaba a esperar a semi oscuras los 4 años del plazo, llamó a propuestas, el 4 de julio del mismo año de 1866, para la colocación de 80 faroles" con reverberos de 4 picos y cada pico con el resplandor correspondiente", alimentados con aceite fino.
Por separado, además, se oirían propuestas para alumbrar el pueblo a kerosene.
El gas, según vemos, iba extendiendo sus servicios, insustituible todavía por muchos años, después de casi un cuarto de siglo de ensayado en Montevideo y por lo tanto en la república.
En verdad Montevideo pudo haber tenido la prelación del nuevo sistema de alumbrado en el Río de la Plata - conforme posee la prelación de la luz eléctrica - si graves sucesos políticos no hubiesen obstaculizado el establecimiento del servicio de gas.
La primera iniciativa en este sentido remonta al mes de abril de 1852, cuando los señores Isola (Demetrio y Aquiles), gestionaron frente al Poder Ejecutivo la concesión exclusiva para explotar el sistema de alumbrado público y particular, por medio del gas.
Su privilegio debía durar 15 años y a cambio de las ventajas que la explotación pudiera reportarles, se comprometían a servir gratuitamente - por tiempo que debía acordarse - el alumbrado del perímetro de delimitaban las calles 25 de Mayo, Rincón, Zabala y Juncal, y las cuadras traviesas incluidas de Misiones, Treinta y Tres, Ituzaingó. Cámaras (J.C.Gómez) y Cerro (Bartolomé Mitre).
Una sociedad por acciones respaldaba la iniciativa y la aceptación por parte del gobierno era descontada con tanta certeza, que antes de que el privilegio estuviese legalmente obtenido Demetrio Isola embarcó para Europa en busca del equipo de máquinas necesarias.
Los ensayos del gas realizados en la calle 25 de Mayo - en la botica de Mario Isola precisamente - habían convencido y entusiasmado a la vez al público capitalino y a los capitalistas que debían suscribir las acciones.
El sistema de producción de gas, era muy distinto del actual, desde luego, pues en vez de extraerse la mezcla química por destilación del carbón, se obtenía por destilación en recipientes cerrados, de toda clase de materias orgánicas, principalmente grasas.
La falta de hulla y el precio de la que debía de traerse de Inglaterra, explicaba la preferencia acordada a un método industrial reconocidamente inferior al usado en las naciones del Viejo Mundo, pero de particular adaptación al sitio.
Aquí abundaban - hasta por demás - los residuos orgánicos, constituidos por todos los desperdicios de mataderos graserías y salazones, cantidades de animales muertos, que podían alimentar los cilindros donde se generaba el hidrógeno y el carbono (y alguna cosilla más) constitutivos de la luminosa mezcla.
La usina se estableció en la parte norte de la ciudad, sobre la bahía, más o menos sobre las calles Arapey (Río Branco) y las oficinas de la dirección en la calle Uruguay Nº 45, donde se vendían aparatos, adornos, etc.,para las instalaciones domiciliarias.
En mayo del 53 el buque inglés "Prepontis" condujo las últimas maquinarias y enseres.
Por esos días el "zanjeado" llegaba a la altura de Juncal, en la calle 25 de Mayo, estaban tiradas las líneas por donde irían los caños y muchas "casas de trato" tenían solicitados servicios de alumbrado.
El 17 de julio se realizaron, con buen éxito, los últimos ensayos y al otro día 18, Fiesta Patria, se produjo una revolución en la Plaza Matriz, quedando el gobierno casi descuajado.
Un suceso de tal magnitud atrasó la marcha de la progresista innovación, pero normalizadas las cosas poco a poco y hasta cierta altura en la presidencia de Flores, y todavía más, después de la elección de Pereira en 1856, un acontecimiento fatal, vino a herir de muerte la progresista iniciativa de los hermanos Isola.
En marzo de 1857 la capital fue invadida por la fiebre amarilla, que introdujo un barco procedente del Brasil.
El día 3, un hombre de mar, italiano, Juan Demiano, fallecía - el primero - víctima de una enfermedad que los médicos, unos no acertaban a diagnosticar y otros se empeñaban en ocultar el diagnóstico.
Desde aquella fecha hasta la última defunción registrada el 25 de junio, en la persona de un pianista español, Antonio Anlés, de 38 años, masón, que había prestado servicios en la Sociedad Filantrópica, el número de muertos, conforme a una deficiente estadística policial, fue de 888.
Ignorado entonces - y puede decirse que hasta hace poco, cuando el ilustre médico cubano Dr. Finlay descubrió la transmisión del microbio por el mosquito hembra "Stegomia fasciata" - el origen de la fiebre amarilla, cundió en la población montevideana la especie alarmante de que la misteriosa epidemia debía provenir del gas del alumbrado o tal vez de los residuos venenosos acumulados en los tanques del gasómetro de la usina, situada tan en el centro de la población.
Nadie, una vez que la sospecha tomó vuelo, quiso saber nada del gas, y no sólo cerraron los picos sino que cantidad de suscriptores apresuráronse a cortar las cañerías.
Concluida la peste, el resquemor y las sospechas persistieron mucho tiempo, llevando a la empresa al borde de la completa ruina, y sólo algunas calles de la Ciudad Vieja seguían alumbradas a gas.
Pero la diferencia de los faroles de aceite era tanto y tanto el contraste entre ambos sistemas de iluminación que se procuró el modo de restablecer un servicio realmente imprescindible, una vez conocidas sus ventajas.
Aquélla obtenía una prórroga de veinte años en su monopolio para resarcirse de los perjuicios que se le habían ocasionado comprometiéndose, en cambio, a trasladar la usina a la costa sur y a usar en la producción del gas solamente carbón de piedra.
Según cláusulas del viejo contrato el cobro del impuesto del alumbrado lo seguía efectuando la compañía concesionaria.
No convenció del todo al público grueso este convenio de 1859 y los cambios introducidos en los métodos de producción.
La absurda creencia de que el gas era un generador de pestes se mantenía tan despierta que los cuerpos facultativos creyéndose en el caso de formular la siguiente solemne y pública manifestación conjunta: