|
|
Las cifras del desaliento
|
| por Luis Alberto Heber |
| |
|
|
Hice la suma a la antigua, en dos líneas garrapateadas de apuro en la esquina de una página de mi agenda, mientras leía las noticias en la computadora. Me impresionó. 111.023 uruguayos en total. Mucha gente. Muchas historias. Mucho peso. La suma proviene de dos vertientes que nos terminan hablando de la misma cosa: de una sociedad falta de perspectivas, que no ofrece alternativas sólidas para su gente y termina expulsándola de su seno.
87.570 personas menores de 50 años se inscribieron en un llamado abierto del BPS para proveer un total de 400 cargos administrativos. La cifra representa el 5% de la Población Económicamente Activa (PEA) de nuestro país. Algunos datos agregados: del total, el 67.6% son mujeres y el 63.2% son jóvenes de entre 18 a 31 años.
Por supuesto, a nadie se puede criticar por buscar, como hace casi setenta años en este país, el abrigo protector del Estado. Lamentablemente, no hemos sabido generar otra “cultura”. Transcribo, de un reportaje al senador Fernández Huidobro, que ha afirmado recientemente que la “burocracia” es la que tiene el “poder” en el Uruguay: “Los padres se encargan de inculcarles a los hijos que traten de conseguir un empleo público. Yo conozco cantidad de amigos míos, que ahora, de adultos, el consejo más hermoso (que le dan) a sus hijos es: "Mirá, es una porquería, pero es una seguridad. Además, se puede trabajar en otro lado; el horario es chico, y aunque no lo sea igual alguien te marca la tarjeta". Una encuesta hecha hace pocos años reveló que ésa es la más grande aspiración de la mayoría de los jóvenes uruguayos, lo cual es aterrador, ¿no?”.
Al senador del MPP, puedo amablemente reclamarle que integra un gobierno de mayoría absoluta: por lo tanto, corresponde que no piense en los “costos políticos” y haga algo. Y agregarle, ya que filosofando ha encontrado la “raíz” de los problemas: cuando quince años atrás comenzamos a manejar un nuevo lenguaje respecto del Estado, se opusieron tenazmente a toda iniciativa. Como él mismo lo confiesa en dicho reportaje, la defensa del “statu quo” permite ganar, entre otras cosas, elecciones.
Pero el desguace de las cifras nos muestra otras realidades. En primer lugar, que el desempleo que no quiere bajar de dos dígitos se exhibe en este caso, sin pudor alguno. Surge la oportunidad y surge la multitud en busca de una nueva chance laboral. No nos engañamos, por supuesto. Bien sabemos que no son casi noventa mil desocupados los que se presentan ante las ventanillas del BPS. Pero muchos sí lo son realmente y el resto, por una u otra causa, sueña con una mejor oportunidad de la que actualmente dispone. Lo que confirma que la “calidad” del empleo nacional no es muy elevada y que hay problemas estructurales por los que buena parte de la totalidad de los trabajadores gozan de empleos marginales y temporarios que no les permiten satisfacer sus necesidades. Y se confirma, asimismo, la marginación de la mujer en el mercado laboral y su rezago en cuanto a remuneraciones ante las mismas tareas ejecutadas por el hombre. Idénticas conclusiones para los jóvenes. No se puede hacer otra lectura de los porcentajes.
Imaginen si esto fuera años atrás, no existiera internet y hubiera que hacer cola para inscribirse. Un Estadio Centenario y medio repleto desde las puertas del BPS extendiéndose por la ciudad, en medio de este julio polar. A 200 personas por cuadra, en doble fila, 450 cuadras de extensión, 45 kilómetros. Los interesados en acceder al empleo público llegarían hasta Atlántida. Suena casi impúdico.
Pero ahora llega el complemento, más doloroso aún. La otra vertiente. En los primeros seis meses de 2007, 23.453 uruguayos salieron del país a través del aeropuerto y no regresaron al mismo. Una cifra que se acrecienta desde 2005, desmitificando el aserto de que la llegada al poder de un gobierno “progresista” no solo daría nuevas oportunidades para los residentes sino que haría atractivo el regreso al país para todos aquellos que, por una causa u otra, un día emigraron buscando nuevos horizontes. Agrego, aunque haya sido dicho: hacia sociedades desarrolladas, liberales en su concepción, donde el ganar dinero honradamente no se castiga. Nada con sabor caribeño o exóticos destinos tras lo que fuera un día la cortina de hierro. Con la certeza personal, además, de que emigran jóvenes con muy buena preparación educativa.
No vamos a culpar al actual gobierno de que existan 111.023 personas que sueñan con un mejor destino para su vida. En principio, la cifra parece un desborde de esperanza. Chocará, por supuesto, con la dura realidad y, en el caso del BPS, solo el 0.5% llegará a la meta mediante un sistema que combina el azar con las pruebas de suficiencia. En el caso de los emigrantes, no la tendrán fácil, pero por lo menos marchan a tierras que ofrecen certidumbres que aquí no encuentran. Si logran el bienestar, recordarán con cariño su pequeño país. Pero no volverán, al igual que no lo han hecho otro medio millón de compatriotas. Porque Uruguay dejó de ser, hace mucho tiempo, un país de oportunidades. Las culpas deben compartirse.
Nada ha cambiado con el advenimiento del gobierno “progresista”. Ni la cantidad y calidad de la demanda laboral ni, menos aún, algunos paradigmas de nuestro sistema educativo. En el primer tema, se sigue mirando con desconfianza a los empresarios, nacionales o extranjeros, con la suficiente capacidad de inversión que puedan generar fuentes genuinas de ocupación. Incluso, algunos sectores sindicales siguen razonando y pensando en la “lucha de clases”. En el segundo tema, parece de importancia superlativa pergeñar una versión oficial de la “historia reciente” antes que preocuparse de cuál es la base educativa que debemos otorgarle a nuestros muchachos para que la misma les sea relevante, les sirva para la vida. Es decir, para el trabajo.
Es hora de pensar seriamente acerca del Uruguay de la próxima generación. Eso implica imaginarnos el “país productivo” del que tanto se habla y por el que tan poco se hace. Menos aún con la desenfrenada “voracidad progresista” de la que hablábamos la semana pasada. Pero generalmente ponemos los bueyes delante de la carreta. Producimos lo que nos parece, lo que es favorable por la coyuntura, y no nos detenemos ni siquiera a razonar acerca de las necesidades y demandas que nos planteará este mundo globalizado a veinte años plazo. Percibir en nuestro radar nacional esas señales con la debida anticipación, nos permitiría adecuar nuestro modelo productivo a lo que tendrá demanda en el futuro. Certezas. Y, por supuesto, no solo estamos hablando del sector primario. Incluimos lo que cada vez adquiere más valor y es lo que llevamos dentro de la cabeza: esa innata capacidad de poner a producir las neuronas.
Para eso, en forma complementaria, tenemos que repensar todo nuestro sistema educativo. Para que nuestros muchachos, dentro de veinte años, salgan preparados a enfrentarse al mundo que viene con las herramientas adecuadas. Quizás con menos conocimiento enciclopédico, pero con el lenguaje y la actitud correspondiente a estas primeras décadas del tercer milenio.
El círculo “virtuoso” indica que Uruguay produce en forma inteligente lo que el mundo requiere, su gente goza de la capacidad de poder hacerlo, de acuerdo al nivel educativo que ha recibido y, como saldo, permanece dentro de fronteras porque su país les ofrece suficiente alternativa, generando una nueva sociedad, más joven, más emprendedora, con nuevos valores, como base esencial para que también sea más justa y solidaria.
En cambio, si seguimos transitando a través de la rutina, nos seguirán golpeando con dureza las cifras del desaliento.
|