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La soberbia tributaria
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por Jorge Gandini |
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En diciembre del 2005 el Ministro Astori presentó al Parlamento el borrador de la Reforma Tributaria, puesta a consideración ciudadana en la web ministerial.
En estos días entró en vigencia, dejando de lado el largo debate teórico sobre su impacto.
Nunca el Gobierno convenció a la oposición, ni a ésta le fue posible introducir una sola modificación relevante a la iniciativa ministerial.
Dieciocho meses después, hemos ingresado en el tiempo en el que los bolsillos laudarán la polémica.
¿Pagarán más los que tienen más o los que trabajan más? ¿Uruguay avanza realmente? ¿Es una Reforma Tributaria funcional al tan manido “país productivo” o un ajuste fiscal con marketing progresista?
La Reforma Tributaria es presentada como la principal reforma del Gobierno y en los hechos es además y sin discusión la única que se ha concretado de todas las anunciadas.
Vista desde afuera o desde lejos, puede quedar reducida al debate filosófico o ideológico sobre quién y cómo deben pagarse los costos del Estado y de qué manera debe redistribuirse la riqueza que la sociedad genera.
Para quienes contribuyen directamente con sus ingresos a financiar esta Reforma la cuestión es mucho menos teórica. La discusión en abstracto ahora tiene nombre, apellido y número de RUC.
Los tres pilares de la Reforma, según presentación ministerial, son la equidad del sistema tributario para hacerlo más justo -para que paguen más los que más tienen y menos los que son más-; la simplificación de un sistema cargado de muchos impuestos que poco recaudaban y complicaban mucho; y el apoyo al sistema productivo nacional.
Así dicho, con simplicidad maniquea, la Reforma parece estar a favor de los buenos y en contra de los malos.
Desde la oposición, sin embargo, tratamos de separar el marketing y el power point gubernamental del efecto que sobre la realidad tendrá el “Cambio” fiscal.
Ayer comenzaron a pagar los trabajadores uruguayos y ya saben que, aunque ganen bastante menos de la tan reivindicada canasta familiar, integran para el Gobierno el grupo de los que “tienen más”. Entre otras cosas, porque el millón de dólares que la misma Reforma destinó para difundir su contenido se usó mal. Porque explicó la mitad y, como la media verdad, condujo cuando menos al error, aunque también a cierto silencio cómplice de quienes debieron oponerse en defensa de sus trabajadores.
Compararon IRP con IRPF para informar engañosamente quiénes pagarían más. Asombrados, muchos miran incrédulos el sobre de su sueldo cargado -para luego realizarle el descuento-, con tiquets de alimentos, seguros de salud propios y familiares, emergencia móvil, servicio fúnebre, guarderías, kilowats, así como viáticos, vales de nafta o vivienda, cobrados para trabajar.
Tampoco le dijeron que todos los ingresos, salariales o no; en pesos o en especie, regulares o especiales, surgidos del trabajo o la pasividad, se suman; contrariamente a lo que sucedía con el IRP.
Malas noticias entonces para los que trabajan más y para los que con años de lucha, conquistaron más.
En la fila del cajero o la ventanilla, se diluye la equidad. Muchos descubren la diferencia entre esa idea y la igualdad. Aunque no es justo se les descuenta igual, con independencia del tamaño de su núcleo familiar.
Para que paguen más los “capitalistas” que tienen más, se grava como renta del capital la procedente del alquiler, que los que alquilan saben que son ellos los que en la práctica la deberán pagar.
Nuestros apreciados autores y creadores, tantas veces venerados como distinguidos promotores de la cultura nacional, ven que su lucha de tantos años por el “Derecho de Autor, salario del creador” tributa, desde cero peso, como renta de capital. Ahora pagan los actores por su actuación y los policías por el 222, aunque trabajan en negro al margen de su futura jubilación. Pagan los jubilados renta cuando cobran su prestación, mientras siguen esperando se concrete el prometido aguinaldo.
Paradójico resulta que un Gobierno “progresista” cuyo discurso incluye siempre la participación ciudadana, la inclusión social y el protagonismo de la sociedad civil en el quehacer público, acude precisamente allí para recaudar más.
La caída de las exoneraciones de aportes patronales a la seguridad social que votó el Parlamento no quiso nunca alcanzar a las instituciones sin fines de lucro, sociales, culturales, deportivas o gremiales. Sin embargo, un día después de entrar en vigencia la Reforma, sin anestesia ni aviso previo, el largo brazo de Astori alcanzó con su firma a todos los que la Constitución y sus leyes reglamentarias habían protegido. Clubes de baby fútbol que sacan chiquilines de la calle, organizaciones no gubernamentales y asociaciones civiles sin fines de lucro, contraten o no con el Estado, sindicatos, gremiales, centros comerciales y comisiones de fomento pagarán aportes al BPS por sus empleados.
Sin duda para el Gobierno hay que recaudar sin excepción, aunque la Constitución diga lo contrario. Tuvo que llegar la izquierda para derogar esta promoción a la participación ciudadana. La misma que blancos y colorados consagramos y mantuvimos desde la Constitución del 18.
La equidad sale también mal herida en las modificaciones tributarias para las pequeñas empresas, antes literal E, que ahora solo podrán vender a otras empresas chicas o consumidores finales. Sus facturas no sirven a los intereses de aquellos que tributan IRAE.
El transporte de carga perdió con el transporte colectivo y después con los taxis. Aquellos perdieron las exoneraciones al BPS, éstos no.
La industria y el agro salen con crecida presión tributaria en sus respectivos productos y dan cuenta del aporte de esta Reforma al país productivo, tan proclamado en el discurso como ninguneado en los hechos.
La realidad habla sola. Aunque muchos que no pagaban nada, seguirán sin pagar, muchos otros que trabajan más, pagan más. Igual que pagan más muchos de los que menos tienen. Porque la Reforma, si no saca de un bolsillo, saca del otro. El aumento de costos en la producción se tragó la rebaja del IVA y la gente común, que no sabe de economía ni de finanzas, se queja en la feria porque comer sale más caro. Y mientras “Uruguay avanza”, sube el pescado, el pollo, la harina y la carne. Mujica quiere detracciones que después no quiere y para bajar la carne, baja la falda. Para que los pobres puedan comer grasa y hueso, ahora también tenemos la falda del Pepe.
Los sordos que no quieren oír generalmente se equivocan. La soberbia agrava la sordera.
El Gobierno no quiso escuchar a la oposición y se metió sólo y sin excusas en un camino sin retorno. Usó sus mayorías sin la inteligencia elemental de intentar sumar a estas reformas a otros Partidos y por supuesto a algunas de sus ideas.
Nadie tiene dudas. Esta Reforma Tributaria es solo del Gobierno, dentro del cual ya muchos se esfuerzan por hacer notar que en realidad es solo de Astori.
En resumen; los bolsillos hablarán muy pronto, y en definitiva terminarán definiendo el destino de alguna aspiración presidencial. Y todo por mérito propio.
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