Año III - Nº 107 - Uruguay, 03 de diciembre del 2004

 

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EL SUICIDIO DE
LA CLASE MEDIA

por Marcos Cantera Carlomagno

Desde que el Hombre tiene uso de razón, la educación y el conocimiento, eso que comunmente llamamos cultura, han sido el principal instrumento de poder. En ese sentido, la Historia es una interminable fuente de ejemplos: no existe la espada capaz de matar la pluma, extensión de la mano y representante directa del pensamiento.

En la Grecia antigua, al igual que en tantas otras civilizaciones, los ancianos tenían una situación de privilegio en el gobierno, pues ellos, por experiencia acumulada, condensaban más educación, más conocimientos, más cultura que los jóvenes.

Fueron las armas de los pueblos germanos las que derrocaron al Imperio romano occidental. Sin embargo, la cultura romana conquistó las mentes primitivas de los invasores, convirtiéndolos en continuadores de la tradición cultural del viejo Imperio. Según el influyente Pico della Mirandola, teólogo y filosofo del siglo XV, Dios le había dado al Hombre libertad de acción, de forma que cada uno podía elegir su propio camino, embruteciéndose y cayendo así en el mundo animal, o cultivando su mente y acercándose de esa manera al Creador.

En ocasión de la Guerra civil española, cuando un grupo de fascistas gritara Muera la inteligencia durante una turbulenta discusión dentro de los muros de la Universidad de Salamanca, el Rector de la misma sentenció Venceréis, pero no convenceréis. Miguel de Unamuno, sabio entre los sabios, sabía que la única victoria valedera es la que brinda el conocimiento, resultado de la educación. Poco antes, desde otra trinchera ideológica y partiendo de una visión de la Historia como una contínua lucha de clases, Lenin había preñado una frase tan contundente como esclarecedora: La cultura de una sociedad determinada es la cultura de su clase dominante.

Con la Revolución Francesa de 1789, la burguesía, dirigida por las figuras centrales del movimiento llamado La Ilustración, toma el poder y comienza a modelar la sociedad de acuerdo a sus intereses económicos, a sus aspiraciones sociales, al bagaje ideológico que había ido formando durante siglos y a todo esa visión del mundo que pronto se esparciría, como círculos concéntricos, por los vastos mares de la geografía humana. A partir de ese momento, la burguesía detentaría el poder e imprimiría su propio sello cultural al resto de la sociedad.

El modelo político de la burguesía, luego de la caída de los últimos Imperios europeos en 1918, es la democracia parlamentaria. A diferencia de los otros modelos históricos (monarquía, aristocracia, dictadura, oligarquía, teocracia, etc), la democracia parlamentaria supone un elevado nivel de educación de las masas. Por eso, el avance de la democracia en el mundo fue de la mano de ambiciosos proyectos de alfabetización. De la misma manera, el desarrollo de los métodos de producción crearon nuevas exigencias y un mercado laboral cada vez más complejo y especializado. Este proceso se ha visto radicalmente acelerado como consecuencia de la revolución tecnológica de las últimas tres décadas, la cual ha venido a demostrar, con singular claridad, el papel central de la educación en las relaciones de poder.

Los ciclos lectivos en el denominado primer mundo se han ido adaptando rápidamente a la nueva realidad, integrando en sus programas nuevas materias y nuevas metas. Así, en muchos países, el presupuesto destinado a la educación ha ido ocupando una franja cada vez más importante del Producto Bruto Interno, pues se parte de la base que solamente una población educada puede enfrentar las nuevas dificultades y garantizar el desarrollo y el bienestar de la sociedad. Invertir en educación técnica y teórica cumple hoy el mismo papel estratégico que esa inversión en infraestrucura (vías férreas, carreteras, puentes, etc) que un siglo y medio atrás pusieran a un grupo de países a la vanguardia del desarrollo mundial.

En Argentina, al igual que en otros Estados, el proceso es al revés. Pero el ataque (porque es un verdadero ataque) a la educación, se lleva adelante con furia y convencimiento a través de dos frentes simultáneos: por un lado, se retacean los aportes financieros al sistema educativo general; por el otro, se implementan alocadas pedagogías cuyo único resultado es un reverendo atraso del nivel de conocimiento del alumnado. Hoy, escuelas crónicamente carenciadas por falta de recursos y dirigidas por representantes de esas teorías trasnochadas, son incapaces de darles a los alumnos conocimientos básicos en las materias más elementales, tales como lengua, matemática, historia, literatura, geografía y ciencias naturales. En un mundo cada vez más exigente, el alumnado argentino recibe una educación cada vez más pobre. En un mundo donde la alfabetización es la llave del progreso, quienes salen de las aulas escolares argentinas forman legiones en las cuales los analfabetos funcionales (y los reales...) representan la gran mayoría.

No es necesario llevar adelante un proyecto ambicioso y complicado para demostrar este postulado. Basta, por el contrario, con abrir un diario, encender la TV o sintonizar la radio para comprobar que prácticamente ninguna persona menor de 40 años sabe conjugar los verbos. De la misma manera, descubrimos a diario y por doquier aberrantes fallas de ortografía, espeluznantes baches en el bagaje histórico e inmensas lagunas en el saber geográfico. A menudo, para poder comprender lo que nos quiere decir alguno de los dioses mediáticos, esos ligeros integrantes de la mitología farandulera, no basta con ser medianamente educado: es necesario, por el contrario, ¡poseer dotes de adivino!

Y así, mientras el mal gusto y la ignorancia avanzan como hierba mala, mientras la cumbianización de la cultura en sus más diversos aspectos conquista nuevos triunfos y mientras aumentan sin cesar los adictos a la Gran Pachanga Nacional, quienes aún son conscientes del poder de la educación, apuestan sus recursos económicos y morales en bien de sus propios hijos: entre ellos encontraremos la elite del mañana. El resto, esa gran mayoría, está condenada a un papel cada vez más pobre, a una vida cada vez más mísera, a una existencia cada vez más chata, a una posición cada vez más dependiente, a un futuro cada vez más desesperanzador. La clase media, a través de sus representantes políticos y sus autodenominados cerebros pedagógicos, se ha cortado a sí misma las venas.