Año III - Nº 107 - Uruguay, 03 de diciembre del 2004

 

1 Campaa Mundial Seguridad en la Red

 

 

 

EL PROBLEMA
DEL EUSKAL ERRIA

Por Helena Arce

 

Me van a disculpar por lo largo de este artículo, pero es un tema muy álgido, al que creo que no se puede simplificar de ninguna manera.

Lo peor de todo es que costó la vida de un jovencito y tiene a otro en grave estado.

Sin embargo me parece que debemos intentar analizar el hecho, desmenuzando exhaustivamente todos los aspectos involucrados, pues creo que este triste episodio no fue causado por un solo motivo, sino por la conjunción de varios.

Empecemos por el entorno del barrio. Hace años cuando se estaba construyendo el Euskal Erría, yo estaba apunto de casarme y estábamos por comprar un apartamento a través del Banco Hipotecario del Uruguay. Yo estaba entusiasmadísima con acceder a un apartamento allí, pues era relativamente cerca de la casa de mis padres, agregado a ello que el costo se acercaba a las posibilidades que teníamos. Mi padre que era enemigo acérrimo de los apartamentos, el prefería una casa modesta, pero casa al fin, puso el grito en el cielo. Su opinión era muy importante, pues además de todo lo que el representaba y representa para mi, también me iba a ayudar financieramente, yo le reprochaba que a él no le gustaban los apartamentos y el me decía que no era eso lo que rechazaba, sino las dificultades que el entorno de Malvín Norte representaba.

Pero mi madre, madre al fin, me dijo: "Mirá, vamos las dos a inspeccionar el lugar, y después vemos si podemos convencer a tu padre."

Pues allí salimos las dos, y en vez de ir por Avenida Italia hasta Veracierto, intentamos atravesar acortando por adentro, y nos metimos en el medio de lo que eran las viviendas de Malvín Norte y todos los asentamientos circundantes, la experiencia fue terrorífica. Nada hubiese sido todos los improperios que nos dijeron las "barras" de muchachos y no tan muchachos, que por allí andaban, sino que hasta nos corrió un jinete a caballo. Creo importante señalar que mi madre era una señora en esos momentos de sesenta y pico de años y si bien yo era una jovencita y por entonces agradable a la vista, venía de trabajar, por lo cual estaba vestida con un trajecito muy formal.

Volvimos como pudimos a la casa de mi madre, entendiendo que mi padre tenía razón, y que de ser posible tendría que intentar acceder a una vivienda en otra zona. Quiero dejar claro que no hay "pacatería" en esto de mi parte, mi suegra vive en Villa Española, cerca de la FUNSA, y si bien es un barrio obrero, donde también hay por allí asentamientos, uno puede atravesar el lugar a cualquier hora sin problemas, no tendría ningún reparo en vivir por allí. A lo que hago referencia es que ya en el año 1984, cuando aun la droga y la miseria no había alcanzado el nivel de estragos que hoy vemos en nuestra población, la zona ya era difícil. También es cierto que al mudarse tantas familias a las Torres del Euskal Erría, el barrio ha mejorado, pero respecto a la calle Veracierto y sus aledaños, el resto, sobre todo en los asentamientos es un lugar muy conflictivo.

Sigamos con el tema de la policía en si misma. Todos sabemos que los policías están mal pagos, que para lograr un sueldo más o menos decente deben acceder a prestar servicios en el sistema conocido como "222" y para ello realizan horarios inhumanos. Y que el trabajo que realizan es muy especial, pues están permanentemente jugándose la vida en él. También sabemos que muchos de ellos viven además en barrios donde conviven entre gente honesta, delincuentes.

Pero también creo que más allá de las condiciones de trabajo que es incuestionable a esta altura, deben ser mejoradas, tanto desde el salario como desde la profesionalización, no todas las personas están aptas sicológicamente para ser policías y por ende estar armados. Y esto es una verdad también, que no acepta discusiones.

Muchas veces he dicho en mi entorno familiar que no quiero armas en mi casa, pues pienso como solía decir mi madre, que las armas las carga el diablo. Pero agrego a ello una historia personal, de adolescente, mi inolvidable cuñado me enseñó a tirar con las recordadas chumberas, y adquirí a partir de allí muy buena puntería, incluso ha sido motivo de bromas de amigos, cuando los recordados juegos del "Family", que con una escopeta de juguete se apuntaba a matar patos en la pantalla, yo les ganaba a todos siempre y sin excepción, nunca fallaba un tiro. Un amigo solía decirme: "Nunca te enojes conmigo con una escopeta en la mano". Y bromas aparte, siempre pensé: "Yo jamás debo tener un arma cerca, pues en esas oportunidades en que uno se altera al extremo, cuando ve todo rojo y no puede reaccionar, qué sería yo capaz de hacer si tengo un arma disponible, sabré dominarme para no dispararla?" Y más allá del motivo que a uno lo haya llevado a disparar, como logrará sobrevivir con uno mismo, sabiendo que es el responsable de haber, no ya matado, siquiera herido con un arma de fuego a alguien? Es cierto que los años y la vida, y el ser una persona más o menos sana sicológicamente, hace que uno domine esas circunstancias, pero nadie está libre que alguna vez pueda perder los estribos. Por ello insisto en que no cualquier persona está apta, sin que por ello signifique que no sea una persona honesta, capaz y generosa, para tener al alcance un arma pronta para ser disparada.

Esto me hace insistir en que no solo debemos pensar en el salario del personal afectado al servicio policial, sino también en una profesionalización especialísima, de ese servicio. Las personas que accedan a esa profesión, la de policía, deben ser personas altamente capacitadas, y con asistencia psicológica permanente.

Hablemos ahora del relacionamiento de la policía con la gente. Los que vivimos los difíciles años de la dictadura, sabemos que hubieron situaciones especialmente duras, donde todos presenciamos actitudes policíacas rayanas en la locura. Yo misma presencié, y no puedo olvidarlo más allá de los años que han pasado, a un policía bajando a palazos a una señora de un 427, repleto de gente, mientras el hijo pequeño de la señora, que tendría en ese entonces unos 6 años, lloraba y gritaba.

No se que habrá hecho la señora, pero hubiese hecho lo que hubiese hecho, obviamente nada justificaba que un hombre con un palo la arrastrara mientras la golpeaba para bajarla del ómnibus, y para completar el escalofriante cuadro, el pequeño hijo de la señora aterrado gritando. Todos los que estábamos en el ómnibus lo presenciamos como viendo una película de espanto, y a pesar del terror que se vivía en esas épocas, varios señores bajaron del ómnibus a pedirle cuentas al policía, que estaba acompañado por una agente que le decía que aflojara. El ómnibus estuvo detenido un rato largo en la esquina de 18 y Río Negro, hasta que al fin los agentes se fueron con la señora y el niño y dos señores que exigieron acompañarla. Recuerdo haber llegado, además de tarde a la oficina, llorando y vomitando. También es cierto que no todos los agentes en esa época actuaban así. Hoy en día esa situación, a plena luz del día y en pleno centro, en un ómnibus repleto de gente sería impensable, sin embargo no podemos dejar de reconocer que aun existen algunos policías que no actúan como es debido, si bien tenemos la ventaja en la actualidad de la vigencia de derechos para hacer valer, que en aquella época no existían. Y creo que debemos reconocer que tanto desde el Ministerio del Interior, como desde el mismo seno de la Institución Policial se ha avanzado muchísimo en la insistencia de que los policías deben tener un buen relacionamiento con la gente, pues están para defenderla.

Abordemos ahora el relacionamiento de la gente con la policía. Y creo que en este punto del problema, es en realidad donde estamos más en el debe. Y los que más estamos en el debe somos los padres de los jóvenes. No se realmente cual fue el problema que ocasionó este doloroso incidente, que terminó con la vida de un joven, no creo que nada justifique que un joven desarmado haya sido muerto por una bala disparada por un agente, quiero dejar este punto bien claro porque no quiero que nadie piense que se pasa si quiera por mi cabeza, echarle la culpa al jovencito de lo que ocurrió. Pero sí creo en términos generales, que los padres nos hemos olvidado de hacerles entender a nuestros hijos que para ser respetado hay que empezar por respetar, y que la libertad de cada uno de nosotros termina donde empieza la libertad del otro, y que hay circunstancias donde a veces vale la pena dar por terminada una situación en el momento, antes que tome un cariz lamentable e intentar luego con los ánimos mas sosegados, resolverla. Principalmente recordarles que los policías, como los zapateros y los abogados son personas que están cumpliendo su trabajo. Si uno entiende que ese trabajo se está haciendo mal, debe recorrer los mecanismos existentes para resolverlo.

He presenciado en reiteradas ocasiones, como los niños y los jóvenes, embanderados en su condición de no imputables, molestan, hacen frente a cualquier persona y le dicen cualquier cosa. Y ante el intento de defensa de la otra persona inmediatamente sacan a relucir el consabido: "Yo soy un menor y a mi nadie me puede tocar". Eso no es culpa del niño, que lo es y como tal reacciona, eso sin lugar a dudas es culpa de quienes deben educarlo y no lo hacen. Aun recuerdo y en Maldonado, un lugar si queremos por ser durante el invierno, como cualquier ciudad del interior, un lugar decía tal vez menos contaminado por los problemas que hoy aquejan a Montevideo, unos chicos fatales que vivían en el mismo vecindario que nosotros. Esos chicos eran insoportables, y no estoy refiriendo a que eran traviesos, que normalmente los chicos lo son, eran insoportables pues estaban permanentemente molestando a todos, grandes y chicos, de todas las formas inimaginables. Una vecina, a la que asolaban tirando piedras a su ventana, solía salir a pedirles que se fueran a la casa y no molestaran, las contestaciones que le daban a la pobre mujer son irrepetibles, y cuando ella les decía que iba a terminar llamando a la policía, ellos les decían: "A mi no me pueden hacer nada, mi madre me dice que yo puedo hacer lo que quiera, pues soy un niño y tengo todos los derechos". El intento de la vecina de pedir a los padres que pusieran coto a la situación, fue en vano pues lo único que logró fue ser insultada también por el padre de los chicos.

Obviamente el tema, por recurrente y agotador, terminó con la intervención policial, y al fin un día los padres, tuvieron la buena idea de mudarse con chicos incluidos. Lamentablemente como esos chicos, o más bien debiéramos decir, como esos padres, hay muchos en este país, que no creo sea únicamente un problema uruguayo, posiblemente sea mundial.

Siempre hablamos del tema con mi hijo, al que siempre le digo, si hay un problema rumbea para otro lado, tú y tus amigos no se metan en el medio, si es posible intenten apaciguar, y acuérdense sobre todo que la policía está de la parte de ustedes para cuidarlos. Obviamente en la calle ha encontrado de todo, tuvo una mala experiencia una noche con un policía en la ciudad vieja, él y un amigo sentado en un banco en la Plaza Matriz cantaban canciones rockeras, y un policía que por allí pasaba se molestó, vaya a saber por cual motivo, en una de esas no le gustaba el rock, les dijo que se callaran y como no lo hicieron se acerco y les dijo que se fueran. Ellos se fueron.

Enojados obviamente, pues entendían no estar molestando a nadie y que el policía no tenía ningún derecho a no permitirles que estuvieran allí, pero evitaron problemas y se fueron, luego encontraron otro policía de ronda y le contaron lo que les había pasado, este policía les dijo que sí, que ese agente era un energúmeno, que si querían volver el los acompañaba, ellos le agradecieron pero le dijeron que no, sólo querían que alguien lo supiera. Y yo creo que la actitud fue correcta, que hubiesen ganado con pelearse con una persona que si bien no tenía razón estaba armado, posiblemente si el tema hubiese sido más importante, luego yo misma los hubiese acompañado a realizar la denuncia en la Comisaría correspondiente, pero la magnitud del incidente no daba para más. Claro ellos hubiesen podido armar un griterío, protagonizar un ridículo incidente defendiendo sus derechos en sentarse en el banco de la plaza y cantar sin molestar a nadie, pero valía la pena?

Algo similar sucedió cuando se sugirió que los policías pidieran la cédula a la gente por la calle, el rechazo en pos de los derechos humanos casi promueven un escándalo, y yo pensaba como madre: " Prefiero que mi hijo deba andar con la cédula, mostrarla cuando se la piden y que reine un poco más de seguridad en las calles", incluso llegué a decirle: "Si te la piden y dá la casualidad que te la olvidaste, explícales donde es tu casa, que te acompañen y si igual te llevan a la comisaría, les pides que me llamen y yo te la alcanzo, siempre hablándoles correctamente y con buenas maneras no vas a tener problemas, dirigiéndote a ellos de la misma forma que harías con cualquier otra persona". Y mi hijo estuvo de acuerdo, creo que el tiene incluso más claro que yo, el hecho de que si uno se dirige a otra persona en forma correcta, es muy difícil no recibir el mismo trato de la otra persona.

La mayoría de los policías como ocurre con todas las personas en general, son buena gente, sucede que los otros siempre se notan más. Y es importante que todos sintamos que están allí para protegernos, y que ellos también lo sientan así. Esa interacción en la relación nos ayudará a todos a lograr que tanto de uno como de otro lado, nos integremos y nos ayudemos mutuamente.

Y aún más, eso mismo debiéramos ser capaces de aplicarlo a todas las relaciones entre seres humanos, si todos nos tratamos cordialmente, si nos respetamos mutuamente, si reconocemos que somos libres en la medida que nuestra libertad no avasalle la de los otros, si pedimos tolerancia pero al mismo tiempo recordamos que también debemos tolerar a los demás, seguramente la vida será mas llevadera para todos y se evitarán situaciones lamentables.

Pero sería bueno tener presente que alcanzar esto, si bien no es fácil, no depende ni de un gobierno específico, ni de una religión, ni de un sistema económico, ni de ningún organismo internacional, depende únicamente de la actitud que asumamos ante la vida, cada uno de nos