Vienen a mi memoria momentos intransferibles, que pretendo evocar, de la forma más fiel posible, habida cuenta de mi deseo de revivir tan gratos instantes.
LA COMETA
por Ruben López Arce
Era el juego que concitaba toda nuestra atención. Desde que llegaba la primavera, en casa no se hablaba de otra cosa: solo aquel elemento que significaría todo un proceso desde su construcción hasta el instante de verlo muy alto en los cielos, tan cerquita de las nubes.
Nuestro papá era el hombre que año a año plasmaba aquella ilusión, con mano firme y decidida, con los conocimientos que los años le habían proporcionado.-
Se planificaba con tiempo, con meticulosidad y cada uno de nosotros debía colaborar de alguna manera a su maravillosa concreción. Uno compraba el hilo, dos o tres ovillos de piola para cometa. Otro debía adquirir el papel fino, casi satinado que se usaba para el adminículo. El tercero debía conseguir las cañas, derechas y oreadas, como decía papá, para que fuesen livianas y adecuadas al proyecto.
Mamá debía confeccionar el engrudo cocido no muy espeso, y la cola para la cometa, uniendo trozos de tela largos y finos, apropiados para dar el contrapeso justo y necesario.
A mí me asignaban la tarea de cortar con mucho cuidado los flecos que deberían ponerse alrededor de la cometa, para darle prestancia y categoría. Y Papá era el hombre que llevaba la mayor responsabilidad . Lo rodeábamos embelesados viéndolo maniobrar con los diversos componentes de la cometa.
Para narrar el proceso, de aquellas tantas que vivimos en esa instancia, elijo cualquiera de ellas, y me parece ver a toda la familia, reunida alrededor de la mesa de operaciones, donde Papá se abocaba a la concreción de tantas ilusiones contenidas durante todo el año.
Con tres cañas en sus manos, de 60 o 70 cms, ya afinadas y pulidas como él solo sabía hacerlo, las unía por su centro formando un hexágono primario. En ese centro ajustando los tres trozos de caña, insertaba un clavo de una pulgada y con un trozo de hilo aseguraba el conjunto impidiendo todo movimiento. Luego hacía una muesca en la punta de cada caña, para formar con hilo el perfecto hexágono. El papel, en aquella oportunidad era negro y previamente cortado se pegaba a la estructura de cañas. Los adornos agregados en amarillo y por supuesto los flecos largos que yo había confeccionado, conformaban un símil de la bandera de Peñarol, cuadro del que todos, excepto Mamá , éramos partidarios.
La confección de los cabezales requerían muchas justeza y para ello, Papá tomaba las medidas pertinentes tirando aquellos tres hilos que conducirían nuestra cometa hasta el cielo. Todo ello en ambiente de honda expectativa, en la que los comentarios y las discrepancias estaban en la orden del día. Ya aplicada la cola, en el cabezal de cola magistralmente presentado, aseguraba un vuelo airoso y sin problemas.
Dos o tres días después, cuando el viento era favorable y el día ameritaba el experimento, rodeábamos a Papá, quien como siempre nos remontaba la cometa, que volaba velozmente hacia las alturas, como danzando de alegría, esa alegría muy contagiosa de la que nosotros participábamos a pleno.
Luego venían los telegramas que enviábamos desde nuestras manos , un pequeño disco de papel agujereado en su centro que poníamos en el piolín y que con prontitud, como buen mensajero, llegaba hasta la misma cometa, que se hamacaba entre las nubes como agradeciendo nuestro envío.
Cuánta satisfacción nos demandaba el tener la cometa en nuestras manos, turnándonos mientras Papá detrás nuestro, sostenía el cordel como método de seguridad.
Muchas tardes, siempre que el tiempo lo permitía, nos abocábamos a aquel juego tan sencillo, sano y a su vez tan placentero, tal vez pensando en la cometa distinta, de otro color, tal vez más grande, que tendríamos al año siguiente.
Cosas muy lindas de recordar, que evoco en su conjunto, la familia, la planificación, la confección del objeto volador, y por supuesto la inmensa satisfacción de ver aquel sencillo objeto que haciendo guiñadas desde el aire, parecía reírse de nosotros.