EMPEZÓ CON PIEDRAS Y PALOS
Fernando Pintos
Para alcanzar una paz genuina y duradera se debe comenzar por entender el fenómeno opuesto, la guerra, con todo su cortejo de iniquidades, infamias, horrores y depredaciones.
Y debe comprenderse, además, que si bien podemos llegar a concretar alguna clase de tregua entre nosotros mismos los hombres, todavía seguirá en pie nuestro feroz saqueo del planeta, con la destrucción sistemática de los pulmones de vegetación que todavía sobreviven, con la extinción a pasos acelerados de millares de especies animales con cada año que transcurre, con las demenciales rasgaduras inferidas a la delgada capa de ozono que preserva la vida del globo, con el envenenamiento indiscriminado de ríos, lagos, océanos y fuentes acuíferas subterráneas& Y además tomar conciencia de que todo eso se realiza en nombre de la humanidad y para permitir que el género humano continúe multiplicándose, para que las ciudades se conviertan en esas junglas monstruosas y alienantes de concreto que muy bien conocemos y que tan rápidamente hemos aprendido a temer&
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Desolación planetaria para que las fábricas dispersadoras de contaminación se multipliquen hasta lo infinito y también para que, con sobreabundancia de personas y escasez gradual de recursos, la gente naufrague por legiones en los cenagales de una miseria inenarrable e irreparable& Y también para que, debido a la existencia de una superpoblación creciente, que produce deshechos orgánicos en cantidades pasmosas y teniendo, como temible contraposición, el decrecimiento alarmante y paulatino de las fuentes de agua potable, nuestra civilización entera pueda encontrarse, en muy corto plazo, chapoteando y ahogándose entre sus propios desechos orgánicos& Vaya situación la del mundo actual. Pero a no asustarse: en veinte o treinta años más será peor.
Volviendo con la guerra, afirmaba el humorista Richard Armour que todo empezó con piedras y palos. Cuando menos así tituló un libro que esboza en clave de un humor bastante efectista, una breve historia de la guerra y las armas, desde los primeros tiempos hasta el presente, que toma nota del progreso reconfortante hecho por el hombre a partir de sus primeros esfuerzos crudos y en pequeña escala para deshacerse de quienes no estaban de acuerdo con él& Más allá de lo humorístico, las reflexiones de Armour no son estúpidas ni descabelladas.
El hombre primitivo luchó millones de años para sobrevivir los rigores del mundo natural y la persecución de animales feroces frente a los cuales no era más que una presa con muy pocas posibilidades de defensa o supervivencia. Por tanto, carecía en el nivel individual y en el colectivo de bienes y posesiones que otros hombres pudiesen envidiar.
Necesitó evolucionar lo suficiente como para capitalizar sus ventajas sicosomáticas frente a un mundo hostil y entonces, cuando se asoció con sus congéneres y creó sociedades rudimentarias, cuando pasó de la caza, pesca y recolección a la agricultura y el pastoreo& En el mismo instante en que permutó la caverna por la choza o el cobertizo, estuvo en disposición para comenzar con la historia de la guerra& De las guerras.
Desde aquel momento ya había territorios que invadir, regiones con riquezas para codiciar y sociedades que acumulaban fuese en pieles, cecina, granos o cualquier tipo de bien para canje aquello que Karl Marx denominó Plusvalía.
Han pasado tantos cientos y cientos de siglos desde aquellos comienzos, y todo sigue igual. Por entonces fueron pieles y granos conquistados con piedras y palos. Más adelante, territorios y tesoros conquistados a sangre y fuego. En la actualidad, petróleo, que se gana a fuerza de misiles. Nada ha cambiado, pese a nuestra presunción de seres civilizados.