“Construir una sociedad pluralista”
por Pablo Acosta
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El sistema educativo oficial del Uruguay imparte una Enseñanza Laica, Gratuita y Obligatoria. Actualmente, un año de educación inicial (la pre-primaria con niños de 5 años) más la educación primaria y el ciclo básico de educación secundaria constituyen el bloque de educación obligatoria, o sea 10 años de estudio. (El Anteproyecto de Ley General de Educación elaborado por el Ministerio de Educación y Cultura amplía la obligatoriedad para los niños de 4 años).
En lo que respecta a la laicidad, no se impide la enseñanza religiosa en los institutos privados. Los principios de obligatoriedad, gratuidad y laicidad fueron impulsados por José Pedro Varela en la reforma escolar del año 1877. La misma apuntó a asegurar el cumplimiento del derecho a la educación, eliminar la ignorancia y el primitivismo rural y conducir hacia la forma democrática de gobierno.
Nuestro país era gobernado entonces por el Coronel Lorenzo Latorre. A dicho militar lo habían ido a buscar a su propia casa los comerciantes, los banqueros y algunos residentes extranjeros para que se hiciera cargo del Poder. Las clases altas, tanto urbanas como rurales, estaban cansadas de las crisis políticas y económicas que habían sacudido al país en los últimos años (por ejemplo, la “Revolución de las Lanzas” acaudillada por Timoteo Aparicio, el motín militar que alejó de la presidencia a José Ellauri, los saldos desfavorables de la balanza comercial). De modo que fueron a buscar un gobierno militar que restableciera el “orden”, la paz interna que el Uruguay necesitaba para modernizarse y crecer económicamente.
El historiador Benjamín Nahum señala tres tipos de influencias que coincidieron para respaldar la reforma vareliana de nuestra escuela: “el realismo político del régimen militar; el deseo de tecnificar la explotación pecuaria impulsada por el sector moderno de la clase alta rural, representada en la Asociación Rural; y el positivismo filosófico que empezaba a predominar en la elite intelectual urbana”.
La innovación realizada por Varela al sistema educativo implicó desde los métodos de enseñanza hasta la formación de maestros. Los sucesivos gobiernos continuaron brindando apoyo a la reforma educativa lo que condujo a elevar el nivel cultural y la conciencia cívica de la población. No por acaso el Uruguay llegó a ser reconocido en el ámbito mundial por el nivel de educación de sus habitantes.
Las ideas de José Pedro Varela recibieron la influencia de las corrientes de pensamiento racionalistas cientificistas, como el positivismo, que se encontraban en plena expansión durante la segunda mitad del siglo XIX. El positivismo surgió a inicios de ese siglo en Francia de la mano del pensador Auguste Comte, y del británico John Stuart Mill y legitima el estudio científico naturalista del ser humano, tanto individual como colectivamente. Es un sistema filosófico que contrapone el espíritu naturalista y científico a las tendencias metafísicas y religiosas del Romanticismo y que defiende la metodología científica de estudio.
Además, Varela fue contemporáneo de científicos como Charles Darwin, quien propuso la Teoría de la Evolución en el año 1859, y Louis Pasteur, quien, entre otras cosas, demostró que los microorganismos surgen de otros microorganismos ya existentes. La Teoría de la Evolución afirma por ejemplo que el mundo vivo se encuentra en cambio permanente, que nuevas especies surgen a partir de transformaciones ocurridas en otras especies preexistentes y que todas las formas de vida descienden de un antecesor común. Pasteur con sus trabajos del año 1861 contribuyó para echar por tierra la creencia en la generación espontánea, muy popular en los siglos anteriores y que sostenía que seres vivos podrían surgir a partir de materia sin vida. Los defensores de esta creencia suponían que determinados materiales inertes contendrían un “principio activo”, una especie de “energía” capaz de transformarlos en seres con vida (entre otras cosas, se creía que insectos surgían del rocío, ranas se originaban del barro y que las larvas de moscas salían de materia en putrefacción).
No es una mera casualidad que el concepto de laicidad (proveniente de la palabra griega laos que significa pueblo, reunión de individuos) haya sido elaborado simultáneamente con la expansión del pensamiento científico y en un tiempo en el que se exaltaba la libertad de pensamiento. La laicidad considera a las religiones y a los cultos como fenómenos ajenos al Estado. Como ha sido señalado en documentos elaborados por las Asambleas Técnico Docentes de nuestro país: “El proceso de separación de la Iglesia del Estado posibilita la construcción de una sociedad pluralista con una base común que conduce a la integración de sus miembros, es decir, a la cohesión social.”. El Estado uruguayo es laico. Así los dispone su Constitución, cuyo artículo 5 declara: “Todos los cultos religiosos son libres en el Uruguay. El Estado no sostiene religión alguna.”. Las normas impiden al Estado establecer preferencias o privilegios a favor o en contra de cualquier religión. Por otra parte, garantizan la libertad de creencias: los individuos tienen el derecho de adoptar la creencia religiosa de su preferencia, o bien no profesar creencia religiosa alguna. Es bueno precisar aquí que la postura de José Pedro Varela no fue la de antirreligiosidad o ateísmo, como queda manifiesto en sus obras. El concepto de laicidad relacionado a la educación ha sido interpretado de dos formas: La primera mantiene la idea de una neutralidad, de limitar o prohibir ciertos temas en el ámbito educativo, de asepsia ideológica y política.
La otra visión de la laicidad, a la que personalmente me afilio, la aleja de cualquier prohibición y la vincula con la abierta discusión de todos los temas que hacen a la sociedad. “Supone un ideal de convivencia basado en el respeto recíproco entre personas, cualquiera sea su posición, en los dominios de la religión, la filosofía o la política”, como afirmó el Maestro Héctor Florit. Los educandos deben tener las herramientas que les permitan acceder al conocimiento desde diferentes miradas y formar su propia interpretación de la realidad. Según Reina Reyes, una educación laica favorece la duda y hace posible el pensamiento reflexivo y el juicio crítico (algo indispensable para procesar toda la información, todos los mensajes que circulan en el mundo, para formar personas capaces de reflexionar sobre la realidad y actuar sobre ella para transformarla). La libertad de cátedra del docente no puede afectar la libertad ( o el derecho) del educando a ser plenamente informado de las distintas opciones u opiniones frente a los temas o problemas existentes. Como afirmó Miguel Soler: “el hecho de reconocer que toda educación tiene una plataforma de naturaleza política, no quiere decir que el educador pueda hacer cualquier tipo de desarrollo ideológico frente a sus alumnos. Es un derecho del educando el no ser adoctrinado de una manera polarizada, que pueda suprimir su derecho a la libre opción” ya sea en el terreno político, filosófico o religioso.
El brasileño Paulo Freire declaró en su obra La Pedagogía de la Esperanza, “la educación es una práctica imposiblemente neutra, y la conducta ética radica en expresar mi respeto por las diferentes ideas, inclusive por posiciones antagónicas a las mías, que combato con seriedad y pasión”.
Por otra parte, los contenidos que enseñamos en los centros educativos proceden de una selección operada sobre el cuerpo de conocimientos producidos fuera de los mismos. Esta selección no es sólo un recorte efectuado sobre dicho cuerpo de conocimientos sino que implica una transformación del mismo. Estos procesos necesariamente deberán estar impregnados de laicidad.
La laicidad se vincula con las tareas de educar en valores y de educar la capacidad de valorar. Siempre es bueno tener presente que en la educación en valores son fundamentales las acciones, las actitudes de los educadores más que sus palabras. De poco vale pregonar el respeto por las opiniones ajenas, si en la práctica se demuestra intolerancia frente a la pluralidad de ideas. Miguel Limón Rojas afirma que: “A la escuela le corresponde partir de un pleno respeto hacia las convicciones del educando. Pero ella tiene la obligación de brindarle también las herramientas que lo ayuden a examinar por su propia cuenta el conjunto de principios que guían su conducta, para luego sostenerlos o modificarlos, según los criterios que libremente vaya formando en su proceso de maduración”. No se debe imponer una visón del mundo sino crear las condiciones para que cada quien libremente construya la propia”.
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