Año III - Nº 116 - Uruguay, 04 de febrero del 2005

 

 

 

 

Prostíbulos en la Frontera:
AMOR TARIFADO

Era una frontera distinta, aldeana y desconocida donde el ocio estiraba madrugadas en un abrazo nocturno que servía entre otras cosas para estrechar amistades.

Cuenta la leyenda que en las primeras décadas del siglo, en las grandes ciudades o en los pequeños poblados fueron surgiendo los primeros quilombos como imperiosa necesidad de otros universos que por aquellos años no estaban al alcance de toda la población. Ocultos y desconocidos en su mayoría, con el correr de los años se quedaron definitivamente en la mejor historia de esas comunidades.

Viejos moradores recuerdan todavía los lugares primitivos de estos burdeles que fueron los culpables en muchas oportunidades de que el amor tarifado dejara en escombros varios casamientos.

La vida cotidiana con su realidad nos ha ofrecido varios ejemplos de amores imposibles que desafiando el que dirán juntaron sus trapos y dejaron que el tiempo curara las heridas provocadas por estas relaciones.

Eran otros tiempos y la represión determinaba que estos centros marginales funcionaran en lugares especiales, lejos de la sociedad para que sus inmorales arrebatos no sirvieran de malos ejemplos.

Años más tarde fueron llegando los prostíbulos, que en realidad eran los parientes cercanos de los primitivos quilombos, lugar obligado de la noche fronteriza y zona franca para el intercambio comercial sin aranceles ni certificados de origen.

Entre muchos nombres rescatamos dos, La Mami y El Penado Ademar que fueron en realidad los últimos sobrevivientes del tornado progresista que se abatió sobre la frontera en las últimas décadas.

Refugio generoso de jóvenes y veteranos que retrazaban la última copa, mientras en la pieza de al lado con paredes de cartón humeaban las salsas de tomate para entreverar con algún requeche del medio día.

Casas de muchas habitaciones donde se podía observar una desprolija albañilería con una cuota de melancolía, que de alguna manera contagiaba a los inquilinos que se daban cita por algunas horas.

Mujeres esbeltas, cabellos plateados y una voz enronquecida por el cigarrillo y el alcohol, que desplazadas de otras actividades o por algunas ironías del destino habían recalado en los prostíbulos.

Estos lugares eran atendidos por mujeres de confianza de los propietarios que manejaban con mano de hierro el establecimiento.

El prostíbulo de Ademar era el preferido de la frontera, con un ambiente muy especial que pasaba por la generosa amistad del Penado y la gentileza de su equipo nacional integrado por representantes de varios departamentos.

Lugar tranquilo frecuentado por pocos matones que sabían inclinarse ante la última advertencia del Penado, lo que ofrecía la seguridad de una cómoda estadía.

Estuvo ubicado en distintos lugares de la frontera hasta que ancló finalmente frente al Estadio Samuel Priliac.

Fue siempre el punto obligado del trasnoche de aquellos años y sala bailable con su piso de portland lustrado.

De todas maneras los habituales bailarines se las ingeniaban muy bien para mantener el equilibrio cuando avanzaba la madrugada y el alcohol regulaba los pasos.

El recambio de las chicas era incesante y de la misma forma que llegaban se iban sin aviso previo hacia otras ciudades con sus nobles ambiciones.

Sin horario de trabajo, todo comenzaba cuándo el sol bajaba la cortina de la noche y la sed del estómago y el alma se hacía más intensa.

Algunos episodios no finalizaban en tragedias por la intervención de algunas personas que detectaban los síntomas antes de que llegara la enfermedad.

Esto era lo que se podía observar en los prostíbulos cuándo los ánimos comenzaban a levantar la presión por simples discusiones, no siempre relacionadas con el universo femenino.

La historia de estos centros nocturnos comenzaba para la gran mayoría en plena adolescencia y cuando todavía estas escapadas no representaban realmente una aventura, salvo para el mundo de sus protagonistas que se internaban por algunas horas en el universo de los mayores.

Todo se limitaba a esas escapadas sin dinero. Eran los primeros desafíos personales de una juventud que si bien podían terminar con algunas copas de más por la generosidad de algún parroquiano amigo, no incursionaban en otras actividades reñidas con las buenas costumbres.
Las despedidas de solteros, las partidas de truco y las reuniones de negocios terminaban naturalmente en los prostíbulos, con una ronda previa para verificar una buena asistencia.
Cuantas encachiladas desde lejos y entre penumbras donde las chicas parecían hermosas, aunque la realidad fuera otra.

Hoy cambiaron de nombre, hay otras facilidades, ya no son el recinto obligatorio, hay miedo, hay crisis y también hay SIDA.

El tiempo se llevo los quilombos y está amenazando seriamente los prostíbulos. En la figura de don Ademar Muñoz nuestro recuerdo y reconocimiento a las trabajadoras del sexo integrantes de una de las más antiguas profesiones de la humanidad.