Año III - Nº 120 - Uruguay, 04 de marzo del 2005

 

 

 

 

 
MUERTE VIVIDA
por Ruben López Arce

Disfrutábamos las vacaciones a todo ritmo con la intensidad que nos deparaban nuestras posibilidades. Estábamos parando en la casita de verano de mis hermanos quienes como siempre, ponían lo mejor de sí mismos y no escatimaban esfuerzos para que nuestra estadía fuera lo más placentera posible. Y vaya si lo lograban. De ninguna manera podría ser más agradable porque hasta el tiempo ser había unido a nuestra algarabía.

Habían sido 15 días de Enero vividos en grado superlativo. Almuerzos pantagruélicos, con buenas y abundantes libaciones, baños de mar y sol, tertulias musicales de gran categoría, caminatas en grupo, tardes de largas y disfrutadas siestas, en fin, jornadas plenas de dicha y bienestar jalonadas por una maravillosa armonía. Néstor y Claudia se habían unido a nuestro jolgorio y eran parte primordial de nuestra felicidad. Para mi esposa no podría haber algo más hermoso, estando en compañía de sus hijos.

Cumpliendo con el programa previamente estructurado partimos esa mañana con destino al Chuy para efectuar las compras necesarias, que como siempre "achicaban" el gasto general. La noche anterior había estado lloviendo intensamente y el cielo plomizo oscuro y amenazante de esa mañana nos indicaba que era el día ideal para ir a la frontera. Generalmente las aglomeraciones de turistas y el calor de aquellas calles de Chuy, hacen insoportable la tarea de comprar y recorrer. Eran las 8 de la mañana y la idea era viajar en tren de paseo, comprar, almorzar y retornar en horas de la tarde.

Eramos muchos pasajeros por lo que decidimos ir en los dos vehículos. Néstor conducía mi coche mientras yo cebaba mate a su lado. Mi esposa Teresa y mi sobrino Antonio viajaban en el asiento trasero. Nos seguía a corta distancia mi hermano el Negro, en su Ford del Rey. Viajaba con Lila mi cuñada, Vicky mi sobrina, hermana de Antonio, y Claudia que a último momento había trocado puestos con Antonio para poder viajar junto a su prima.

La mañana estaba bastante fresca y la brisa del lado del mar se hacía sentir sobre la piel ya bastante maltratada por los soles de Enero. Nos fuimos adelantando en el camino porque a último momento mi hermano debió volver hasta la casa por algún olvido sin mayor entidad. Néstor estaba a sus anchas conduciendo nuestro Ford Corcel, disfrutándolo a pleno. El vehículo estaba en muy buenas condiciones desde el punto de vista mecánico y excelente en su aspecto exterior. Resultaba sumamente agradable conducirlo sobretodo por Néstor que quemaba sus primeros cartuchos como conductor. Era un coche muy cómodo, de dos puertas, totalmente blanco, muy amplio y placentero para viajar. Caminábamos con moderación a unos 80 Km., por hora por la ruta 10, camino de balastro, bastante angosta, muy poceada y con lagunones fruto de las recientes lluvias caídas. Entre mate y mate la conversación alegre e intrascendente versaba sobre la muy feliz estadía y las hermosas vacaciones de que disfrutábamos. Nada entorpecía ni trastocaba nuestra felicidad.

- Baja un poco Néstor de lo contrario el Negro va a tener dificultades para alcanzarnos, dije en determinado momento mientras tomábamos una larga bajada y se había incrementado algo la velocidad.

- Dejá Viejo, no rompas, este coche está para caminarlo, está buenísimo...

- Sí ya lo sé, pero no tenemos apuro y tenemos que esperar al Negro para viajar juntos, argumenté tratando de convencerlo, cosa que por supuesto no logré.

- No jodas tío, agregó Antonio desde el asiento trasero, este Corcel quiere pata, no te traumes, Papo no demora en alcanzarnos...

- No pasa nada, indicó Néstor, con su parsimonia de siempre, estamos paseando no hay apuro, dame un mate que ya me salteaste dos veces....

- Viejo, tienes que hacerme acordar que quiero comprar aquellas toallas tan lindas que vimos la vez pasada. Están muy baratas y tenemos que renovar las que tenemos, pobres, que no dan más., monologaba Teresa dándose ánimo e impulsos para bagayear sin limitaciones.

Me hice el sordo como no dando importancia al tema. porque si le llevo el apunte se trae toda la existencia de toallas del Chuy...

Todo hermoso agradable, placentero...nada hacía prever que...

...A la distancia un ómnibus de turismo reiniciaba la marcha luego de una parada sin duda transitoria. La ruta de balastro, con mucha piedra suelta, dificultaba la circulación, la lluvia de la noche anterior, bastante intensa, había dejado su secuela de baches y canales llenos de agua, cual pequeños ojos ciegos, pero profundos. Los lagunones formados a lo largo de la banquina angostaban aún más la carretera.

Nos acercábamos al ómnibus e iniciábamos el adelantamiento...Los brazos de Néstor se tensaron sobre el volante mientras su pie derecho sobre el acelerador, llamó la máquina al esfuerzo y mayor velocidad obteniendo inmediata respuesta. El Corcel mostró su potencia e incrementó su velocidad para sobrepasar al otro vehículo. Néstor se cargó bien sobre la izquierda pues el ómnibus caminaba por el centro de la calzada, tal vez tratando de esquivar algún ojo de agua achocolatada cuya profundidad era difícil de prever. La banquina estaba muy blanda en aquel lugar, sin firmeza y anegada, y la rueda trasera izquierda de nuestro coche mordió el terreno falseado y caminó sobre el lodazal.. Se desacomodó en su trayectoria, giro y rezongó sobre sí mismo produciendo violento impacto sobre el volante. Néstor percibió el golpe y el brusco envión de la dirección, que buscó la posición natural acorde con el desacompasado girar de las ruedas delanteras. De inmediato noté la conmoción que por inesperada e imprevista se apoderó de Néstor,...no obstante ello su reacción fue lógica y natural. Su brazo trató de mantener el dominio del volante, procurando equilibrar la rueda del volante que como loca giraba de un lado al otro sin cesar. El neumático buscaba un punto de apoyo y en su descontrol se arrastraba lateralmente haciendo aun más difícil su contención. Las violentas sacudidas del automóvil me permitieron ver muy de cerca el ómnibus que corría a nuestro lado totalmente ajeno a nuestra peripecia. Sendos enviones, ora a la izquierda ora a la derecha desesperaban a Néstor que trataba de equilibrarlo y mantenerlo bajo control..

- Aguántalo fuerte, flaco, aguántalo!! No aflojes la mano, le gritaba yo tratando de animarlo.

- Es que... no puedo contro... lar...lo...!! contestaba Néstor con voz entrecortada.

- ¡¡Dios mío, gritaba Teresa con la voz estrangulada en la garganta...

- No puedo, papá ¡¡No puedo!! Sentí a Néstor que replicaba en su puesto de lucha.

Teresa, en el asiento trasero se abrazaba a mi cuello y hombros, sacudida por el absoluto descontrol del auto, ya convertido en una masa desenfrenada en movimiento. Hasta ese momento, no obstante la desesperante situación Néstor se había mantenido firme con su pie derecho sobre el acelerador, pero ante la imposibilidad de equilibrarlo, recurrió al lógico recurso, aunque ese gesto impensado y natural desencadenó el Apocalipsis. Su larga pierna derecha se apoyó firme y decidida sobre el freno, ese bendito freno que pusiera fin a la alocada carrera del bólido, que acabara con el martirio de tanta inestabilidad. Nadie podía pensar que ese movimiento fue precisamente el que dio rienda suelta a toda la locura....

- ¡¡Ay, lloraba Teresa...que horrible, Dios mío!!!

- ¡¡Se me va... no puedo!! , sentí que exclamaba Néstor, ya resignado.

El auto se iba de un lado al otro, como coleando con frenesí...

En ese instante sentí y viví con total intensidad la más increíble sensación de impotencia. Un empequeñecimiento progresivo se fue adueñando de todo mi ser y gradualmente a cada fracción de segundo, se agigantaba la presencia de la muerte sobrecogedora y amenazante. La veía, la presentía y llegué a pensar que allí acababa todo para nosotros. Todos esos macabros pensamientos no fueron óbice que me impidieran sentir cómo el auto se levantaba desde atrás apoyándose pesadamente sobre la rueda delantera derecha. Parecía que íbamos a volar... sentí el estallido tremendo de los vidrios que se produjo al girar sobre sí mismo cayendo estruendosamente, rompiendo el parabrisas y los vidrios laterales.. La vorágine y la desesperante situación no fue suficiente para que yo no me sintiera gritar:...

- ¡¡¡Volcamos, mamá... !!!

Y la vueltas continuaron, nunca perdí el conocimiento y cada golpe que daba el auto, me hacía pensar más y más que nuestra hora había llegado. Gritos desesperados que aún siento en mis oídos, y golpes de mi cuerpo contra todo lo que conformaba la estructura interior del vehículo. En esa oportunidad, ni Néstor ni yo llevábamos puestos el cinturón de seguridad. Los sucesos todos pueden cronológicamente encuadrarse en un período de siete u ocho segundos, pero para mí fueron tan vívidos, tan extensos, tan sufridos, tan claros que trataré de expresar mis emociones aunque ello me insuma siete u ocho páginas.

El horizonte desapareció de mi vista, sentí la mano de Teresa en mi cuello, y con la fuerza del impulso, en plena voltereta golpée con mi parietal derecho contra el marco de la ventanilla del coche.

Sentí el chorro de agua caliente del termo que explotó sobre mi brazo derecho... el mate escapó de mi mano... las evoluciones del monstruo desenfrenado golpearon mi hombro contra el duro balastro, ya que el vidrio había desaparecido. Tal vez fue factor de fortuna la firmeza de las cerraduras porque las dos puertas permanecieron cerradas, aunque como dije los vidrios se destruyeron totalmente; tal vez colaboró el derrotero que el impulso dio al vuelco porque,... luego de colear varios metros, dio dos vueltas sobre sí mismo, y siguió su macabro desenfreno entre los pastizales de la vera del camino.

Ello amortiguó e hizo menos violentos los continuos golpes contra el piso blando y barroso. El capot se abrió en pleno vuelo, y aún me parece ver cómo saltó la batería arrancada de cuajo de su soporte.

Yo seguía consciente y sentí cómo mi cuerpo golpeaba sucesivamente contra la puerta,, contra la palanca de cambios, contra la rueda del volante, contra el tablero...

La fortuna y la ausencia de golpes en mi cabeza, me permitió aquilatar conscientemente uno a uno los golpes recibidos sobretodo en mi espalda, la parte más afectada de mi organismo. Escuchaba los gritos ininterrumpidos de Teresa y Antonio, pero no sentía a Néstor... no estaba a mi lado,,,llegué a pensar o pasó por mi mente como un pantallazo que tal vez había perdido el conocimiento. Con el paso de los minutos habría de tener noción real de la situación. En medio de aquel desaforado desorden veía y sentía todo mientras pensaba...estoy vivo... cómo puede ser posible....hasta cuándo vas a durar esto, cuando se va a terminar...cuando va a parar...!!!! No sentía el ruido del motor, idea que se unió a mi visión de la batería volando por los aires. ¡Cuánto estruendo hacía aquella carrocería golpeando y golpeando contra el suelo...La sensación de impotencia se acrecentaba y el temor se hacía más y más grande a cada segundo...Estaba cada vez más cercano el final, la angustia acortaba mi respiración. El contacto frío de los pastos húmedos sobre mi cara y mis brazos, junto a las locas volteretas, acentuaba mi capacidad de razonamiento, mi visión de una situación, tan dramática como real. Pensaba, en los designios del destino, en lo injusto de las circunstancias, en Dios, en los gritos e invocaciones desesperadas de Teresa, en el ruido de los golpes, en Néstor a quien no sentía...una pregunta tras otra, una vuelta tras otra, sin contestación unas y sin finalización las otras, todo ello en milésimas de segundo desfilaban por mi mente...con rapidez inimaginable...

De pronto se hizo el silencio... tuve noción de quietud, de paz, apareció en mi cerebro el mensaje como una luz, estábamos vivos, quietos, sin ruido... todo había terminado, volvía la vida plena. Sentí los quejidos de Teresa y el largo ¡¡Pahhh..!!. de Antonio, como fiel reflejo de su asombro e incredulidad. Respiré profundamente, pero Néstor no estaba junto a mí... Dónde estaba?

- Antonio, ayúdame a sacar a papá...sentí que decía Teresa

- ¿Cómo estás? Me preguntó con indisimulada ansiedad.-

- Estoy bien, pero me duele mucho la espalda contesté haciendo mucho esfuerzo.

Abrí mis ojos como volviendo a la realidad y lo que vi parecía un mundo totalmente irreal. Me insumió varios minutos tomar conciencia de la situación. Estaba en el mundo del "revés". Sobre mis pies veía el volante del auto, como colgando desde lo alto, a punto de caer sobre mi cuerpo.... los asientos eran el techo y la palanca de cambios pendía sobre mi cabeza, como una ciega lámpara negra colgando desde un techo completamente irregular y deformado. Yo estaba apoyado con toda mi espalda sobre el techo por lo que deduje que el auto estaba con las cuatro ruedas hacia arriba, como mirando el cielo.

- Sácame de aquí mi vieja, clamé con desesperación.

Entre los dos me tomaron de los hombros y sentí el tremendo dolor de mi cintura.

- Despacio, por favor, me duele mucho la espalda; ¿tú cómo estás, mamá, te lastimaste? Era como volver a despertar luego de un horrendo sueño.

- Estoy bien, papá, estoy bien, me contestó y eso me tranquilizó.

Miré a Antonio y sin preguntar nada comprendí que no se había hecho nada, aunque su mirada patentizaba el susto recién superado. Me arrastraron hacia fuera y sentí el frío del pastizal en mi espalda, que estaba muy alto y mojado. Mis ojos buscaban en derredor, con expectación y angustia, pero no encontraron lo que buscaban y me dio miedo preguntar...por Néstor. Un escalofrío me sacudió el cuerpo al ver el auto en aquella macabra posición. Desde donde estaba el cielo aparecía más gris y alejado y la fantástica estructura del coche invertido me daba sensación de irrealidad y me llenaba de zozobra y estupor.- En mi frenética búsqueda, hice girar mi cabeza y vi a Néstor a unos treinta metros de distancia, boca arriba con una mano sobre su pecho. Antonio estaba junto a él. Por un instante mil locuras me asaltaron, pero prestamente las alejé porque vi que mi hijo se movía pesadamente. Había mucha gente a nuestro alrededor, eran los pasajeros del ómnibus asombrados espectadores y testigos de nuestra casi trágica danza.

Una doctora, circunstancial pasajera nos examinó superficialmente pero con mucha humanidad y profesionalismo y constató que mi columna vertebral no estaba fracturada, cosa que hasta ese momento era una de mis mayores dudas. Después, m mucho después me enteré que cuando me pidió que moviera las piernas y lo hice, estaba descartando todo tipo de lesión en la médula espinal.

Mi mano derecha sangraba copiosamente por un corte de diez centímetros al dorso de la palma. Mis dedos estaban inmóviles y no obedecían órdenes. Con voz muy pausada, la doctora comentó a mi esposa sobre nuestro estado general...

- El muchacho,- se refería a Néstor- está en estado de shock por el fuerte golpe que recibió en la cabeza al salir despedido por la ventanilla del auto. En una de las vueltas del coche, yo lo ví salir con sus brazos junto al cuerpo... salió volando, esa es la expresión,... déjenlo tranquilo, él va a reaccionar pero necesita tiempo; por un rato va a decir incoherencias pero eso es natural en estos casos...Su esposo tiene un muy fuerte golpe en la columna, pero no hay fractura tiene además un corte muy grande en su mano derecha con ruptura de tendones pero todo eso tiene arreglo, usted tiene algunas magulladuras igual que el pibe, pero en concreto, me alegro que haya sido así, ya pasó todo, la sacaron baratísima...

Esta última expresión danzaba en mi cabeza y sonaba a música celestial. Teresa lloraba silenciosamente dando rienda suelta a su satisfacción de poder hacerlo. Era el resultado de tanto nervio, estupor y miedo vivido en tan pocos instantes.

Antonio levantaba sus brazos haciendo señas a su padre, mi hermano que en ese momento llegaba a la escena y se hacía cargo de la terrible odisea... Néstor tambaleante venía hacia mí... hacía esfuerzos por hablarme e incluso verme, tal era la expresión de sus ojos. Balbuceante, casi tartamudo me dijo:

- Papá, cómo estás? ¿Qué pasó? ¿Quién manejaba? Sus ojos continuaban mirando en derredor con visible mareo y total falta de ubicación ante lo sucedido... Sus preguntas me lastimaban y mientras yo callaba las respuestas, se abría una tremenda interrogante en mi cerebro. Sentí que alguien me nombraba desde lejos y me hablaba...

- Hermano!...Se acercó y juntó su rostro al mío. Sentí su mano afectuosa sobre mi frente. Intentaba levantarme y abrazarme y desde mi forzada inmovilidad vi sus ojos que me miraban muy profundamente, me hablaban en lenguaje mudo, muy particular, con un brillo húmedo que lograba emocionarme. Estaba ansioso, buscando mis respuestas, un eco que lo sacara de sus lógicos y mal disimulados temores.

- Ya está hermano, ya pasó todo... por fin! Y mientras así me expresaba mi zozobra e inestabilidad emocional se escapaba de mi cuerpo mediante las lágrimas que corrían en loca carrera hacia el pasto circundante. Era la válvula de escape a tanta emoción reprimida.

Estábamos vivos,... todos vivos. Mi cuñada también se acercó hasta donde yo estaba y en la caricia de su mano sentí el calor de todo su afecto y el terror superado que por tantos segundos se había anidado en su corazón.

Estábamos vivos, todos vivos, gracias a Dios, gracias a ese Dios por quien llegué a preguntar en algún momento de crisis.

Hoy recordamos y puedo contar lo sucedido, esos momentos tan tristes pero felizmente superados.

La recuperación física y mental fue llegando lenta pero segura. Néstor nunca recordó lo que aconteció aquella mañana de 19 de Enero aunque por referencias y conversaciones tiene total conocimiento de lo acaecido. Sólo me resta evocar a toda la gente buena que nos ayudó en momento tan difícil, que hizo algo por nosotros, que se dio por entero para, de una u otra manera paliar e intentar solucionar nuestra difícil situación. Los recordaremos por siempre, con mucha., muchísima gratitud.

Lo demás... es otra historia...