RECUERDOS DE MI
PUEBLO MARAGATO
por Luis Tappa
Los años no transcurren en vano. A medida que estos pasan se dice que ganamos en experiencia y sabiduría, una experiencia y una sabiduría que nos vendría muy bien para aplicar en nosotros mismos si fuéramos más jóvenes, pero que a esta altura de la vida solo nos sirve para dar consejos que nadie escucha, menos aun los jóvenes.
También aparecen nostalgiosos recuerdos de lo que parece un lejano pasado, pero que fue ayer nomás, porque el mundo camina muy rápido. Carlitos Gardel cantaba aquello de que "20 años no es nada", y yo digo que 30 o 40 tampoco. Después de tanto tiempo aun permanecen frescos en nuestra memoria, como grabados en un CD, miles de momentos vividos y convertidos en hermosos recuerdos, pero también nos duele una juventud que se nos escapó como arena entre los dedos, pero seguimos añorando todo lo que un día fue. La memoria, que tantas veces nos hace una mala jugada, de esto no se olvida, y el corazón se nos hace un trapo.
Y pensamos sin dudarlo, ¡que lindo fue todo aquello! Y no es por que vivimos atados a la vieja idea de que lo de antes era mejor, ¡y no se si fue mejor!... pero fue lindo de verdad.
En mi querida ciudad de San José de Mayo, la que llevo en el corazón, al igual que en cualquier ciudad del interior, no existían los adelantos de hoy y tampoco los necesitábamos para vivir felices, todo era más sencillo y natural, era la época en que la palabra valía más que una firma.
Todavía no se había inventado la palabra "estrés", tampoco se necesitaba. El viejo salía a laburar y la vieja estaba todo el día en casa, nos cuidaba, nos arreglaba la ropa y nos curaba las "mataduras" que nos hacíamos todos los días en nuestros juegos. Mi abuela, una piamontesa de "aquellas", que a pesar de haber vivido 80 años en el país jamás aprendió a hablar bien el español, pero aprendimos a entenderla y a hablar "su italiano-español". Cocinaba para un pueblo, porque así eran las familias de antes, y era "il capo di tutti capi" en la familia. En aquella época podía faltar cualquier cosa menos la comida, aquellas deliciosas y abundantes comidas que hoy nos parecen cosas de ricos, así de sencillo era todo. La leche recién ordeñada se repartía a domicilio, del tacho a la cacerola, la manteca, el dulce de leche, de higo o membrillo se hacían en casa, en fin, todo casero, y las manos maravillosas de la abuela nos regalaba todas esas exquisiteces que ya no existen más, porque ni la leche tiene gusto a leche, ahora solo es un líquido blanco con gusto a nada.
Pero como también cantó "Carlitos", el "mundo sigue andando", y tanto anduvo que nos cambió todo.
Una nueva palabra apareció en nuestro vocabulario, "progreso", y el progreso a su vez nos trajo otra nueva palabra, "estrés". ¡Y ahora pienso! ¿Para que quisiéramos tanto progreso si vivíamos tan bien así?
Apareció la televisión y desapareció el diálogo familiar, también llegaron los teléfonos celulares, las computadoras y las tarjetas de crédito, vinieron otro montón de cosas inútiles que para lo único que sirven es para tenernos prendidos en deudas y llegar con lo justo a fin de mes, ¡si es que llegamos! Porque la única finalidad de estos adelantos es hacernos gastar plata en cosas que no precisamos, comer basura y llenarnos de enfermedades que antes no conocíamos. El progreso también no llevó la solidaridad, la amistad y los vecinos. Hoy no sabemos ni como se llama el que vive a 10 metros de casa.
El tiempo devoró los montes y el ruido terminó con el misterio de aquellas siestas de verano, entre gorriones, mariposas, el zumbido de los mangangaes y aquel aroma agradable que flotaba en el aire, un aroma que no sabría como explicarlo pero que nos llenaba de vida y naturaleza. Se perdió el paseo de la plaza donde muchos matrimonios de de ayer hicieron sus primeros "ojitos", la Banda Municipal, la retreta de los domingos y la matinée de los sábados. Los maragatos ya perdimos hasta la costumbre de ir a quejarnos a los leones de la plaza. Se nos fue el café Delgrandi, el cine Nacional y el Artigas, la Confitería París, el indio Espinosa y el boliche de Pitín, también Wenceslao Varela, Los Carreteros y el Chiche Tagliabue. Quien no recuerda a las viejas y queridas agencias de ONDA y CITA sobre la plaza de los "33", el ómnibus de los novios, el viejo mercado y el Sporting. La plaza Artigas y los pantalones rotos de tanto usar la base del monumento como tobogán.
Cuantas cosas personales que me llegaron muy de cerca quedaron en el camino y cuantos recuerdos hermosos conservo de mi primera novia, pero se me fue mi queridísimo Muyo Botta y gran parte de mi familia, también, se fue el Hugo Delfino y su carpintería, Angelito Scarone y el Bubi Moré, y muy joven aun, ¡demasiado! se me fue Carlitos Ordeig, mi amigo del alma, al que siempre llevo en lo más profundo de mi corazón, aquel amigo de todas las horas y con el que compartíamos hasta el último pucho, fumado a medias.
La querida avenida Yaguarón con sus enormes plátanos, la que mil veces recorrimos con la caña al hombro para ir a pescar al puente carretero, la que le cambiaron mil veces de nombre, pero que para mí y la mayoría de los maragatos sigue siendo Yaguarón. También hace muchos años desapareció el molino de Rovascio, donde entre otras cosas se hacía al gofio más rico de país. El tiempo gastó y se llevó al hombre de la bolsa, "Cachón", personaje casi novelesco que recorría las calles de la ciudad con su bolsa al hombro, hablando solo y siempre como enojado. El carnaval y sus disfrazados, las guerrillas de agua en las calles de la ciudad, la vieja Salsa Picante y el paseo Sambarino.
Ya hace muchísimo, época del bipartidismo aún, allá por los años 59 o 60, no recuerdo bien, en el medio del departamento, en la confluencia de las rutas 1 y 3, y en un departamento blanco por tradición, nos encajaron un monumento a Batlle y Ordoñez, que al otro día de su inauguración, según contaron los lugareños, apareció acribillado a tiros y con una golilla blanca en el "pescuezo".
Perdimos la estación del ferrocarril y los incomparables azulejos de los bancos de la plaza.
San José de Mayo, la del primer monumento a José Artigas, la de Paco Espínola, la del lugar donde cayó Manuel Artigas peleando por la patria y donde hace muchísimos años murió unos de los pioneros de la aviación de nuestro país, De Tomasi, aun se conserva frente a la vieja estación el monumento en su homenaje, un obelisco que en su extremo superior tiene un Águila con las alas quebradas, en el lugar donde cayó.
Y aunque ya no son las mismas, allí siguen estando prendidas del tiempo la "Picada de Varela", la "Laguna de los 20 Toros" y "El puente carretero".
San José, la ciudad de Francisco Canaro y la de Luis Pedro Serra, la del cura Lacroix y su famoso himno maragato "Vivo en un Rancho", la de los sermones dominicales de Di Martino y las procesiones por las calles de la ciudad de un pueblo muy creyente.
Pero tenemos el pincel contemporáneo de Hugo Nantes y la exquisita expresión artística de un grande.
En Montevideo está Omar Gutiérrez en TV, siempre hablando de su "república".
Aun nos queda la hermosa catedral con su viejo, hermoso y famoso reloj, el de las campanas que se escuchan a kilómetros de distancia. Las Sierras de Mahoma embellecen nuestro campo y el teatro Maccio, donde una vez cantara Carlos Gardel, se mantiene orgulloso recordando una época que se fue. También queda el club Fraternidad, y el Club San José donde una vez nos deleitara Eduardo Falú con su guitarra mágica, el Parque Rodó con su zoológico y el remozado hotel, que hasta casino tiene ahora.
Pero de cualquier manera la ciudad ya no es la misma, hace muchísimo nos cambiaron el viejo empedrado por el hormigón, se le cambió el nombre a muchas calles, desaparecieron las agencias de ómnibus para juntarlas a todas en una terminal lejos del centro y desapareció la querida ONDA y sus galgos, no solo de San José, sino de todas las carreteras del país.
Pero sigue estando mi querido San Lorenzo, el campeón departamental del 58, el del "SÍMBOLO DE PRODIGACIÓN AMTEUR" como titulara el diario "El Plata" de Montevideo en aquella época, donde brillara el "Nene Cabrera", el "Bochón Caputti", y el "Negro Marzóa" con sus moñas maravillosas, que parecía llevar la pelota atada a los cordones de sus botines, el mismo que los domingos a medio día dejaba su horno de ladrillos, comía de apuro los tallarines y salía al tranco para el estadio con su bolsito al hombro, para deleitarnos con la poesía de su fútbol.
De todo aquello, a los que vivimos esa etapa, solo nos va quedando la nostalgia de una época linda, vivida sin apuro y sin estrés.
Pero este San José, ¡la República! como cariñosamente le decimos nosotros, en su esencia continúa siendo el mismo, y nos siguen quedando nuestras hermosas mujeres, las más lindas del país, y el orgullo de sentirnos maragatos.