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Escalada de violencia oficial
por Emilio J. Cárdenas (Perfil)
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Matones en lugar de policías
Una de las facetas más repugnantes (por su naturaleza fascista, que reproduce el esquema de los recordados “squadristi” de Benito Mussolini) que se ha hecho evidente en la confrontación entre la administración de los Kirchner y la parte de nuestra sociedad que apoya los reclamos del campo unificado es la de la utilización -reiterada- de grupos de patoteros y matones pagos para tratar con ellos de amedrentar al adversario. Los fascistas, recordemos, tenían una verdadera “fijación” con la calle, en la que amaban desfilar con el puño erguido. Este gobierno también, pero hace desfilar a otros.
En rigor, nadie debiera sorprenderse de la recurrencia a esta fea “práctica”. Durante el mandato de Néstor Kirchner se recurrió constantemente a los “piqueteros” (cuya lealtad retribuía de mil maneras) para “presionar” con ellos a empresas, personas, y naturalmente también a la opinión pública, en general.
En perfecta sintonía conyugal, el primer “acto de gobierno” de su esposa, Cristina Kirchner (en un episodio para que tome nota la historia política universal) fue el de “alquilar (contratar) una multitud” para que -al tiempo de dirigir ella su primer mensaje al Congreso de la Nación- la vitoreara constantemente desde las calles aledañas al Palacio Legislativo. Alquiladas que fueron las “huestes”, sus integrantes llegaron - sincronizadamente- en centenares de “colectivos” que se estacionaron, con abierta “protección” policial, en la Avenida 9 de Julio, como se ha hecho en todas las “movilizaciones” similares organizadas (directa o indirectamente) por los Kirchners hasta la fecha. Luego se desplazaron hasta la Plaza del Congreso donde esperaron (visiblemente aburridos) a que su Presidenta, tras completar su “mensaje” al país, saliera a “saludarlos” para recibir, a cambio, sus vítores. Lo que efectivamente sucedió. Un episodio patético, digno de un circo de Nerón.
La CGT (reactiva ante esta inédita práctica y según dijo “para evitar incidentes”) decidió -en cambio- no concurrir con sus afiliados a la Plaza, como fuera tradicional durante la larga era de Juan Domingo Perón.
A ello cabe agregar el envío de varios centenares de “camioneros” (liderados por la familia Moyano) a “acampar” a la localidad de Ceibas, para aterrorizar desde allí (con su presencia, dichos y actitudes) a los airados (pero corajudos) agricultores del litoral argentino.
Cui bono?, esto es, todo esto en beneficio de quién? Del poder de turno. Chi paga? Nosotros.
Lo descripto es sumamente grave porque es el resultado de la “gimnasia” a la que todos hemos asistido pasivamente en las calles de Buenos Aires, desde comienzos de este siglo. Desde entonces desfilaron (casi militarmente) elementos de movimientos de ideologías extremistas -a veces con sus caras tapadas, armados con palos y otros elementos contundentes que estaban (ex profeso) a la vista para infundir temor a la ciudadanía que ante este amenazador espectáculo se siente desprotegida. No solo porque la policía (conforme a instrucciones) no actúa nunca (desde que actuar es hoy casi sinónimo de “reprimir”, y no de “aplicar o hacer cumplir” la ley), sino porque sabe que los “piqueteros” están cuidadosamente entrenados y equipados para actuar e intimidar, propinando a la gente los golpes que fuere necesario, como lo ha demostrado la cobarde actuación personal de Luis D’Elía, en ésta y algunas otras emergencias.
Recurrir a esta suerte de presiones tiene su explicación. Benito Mussolini explicaba (en 1932) en una conocida entrevista, que “la razón es un instrumento, pero nunca debe ser el motivo que impulse a una multitud”. Porque las multitudes se mueven no al compás de la razón, sino al compás de las pasiones. O sea, irracionalmente, dogmáticamente, y hasta mitológicamente, pero siempre a expensas de la razón. Movidas muchas veces por el flujo de las paranoias conspirativas con la que se las alimenta.
Así estamos. Cuidado, no nos confundamos un minuto. Las amenazas e intimidaciones no son casuales. Son un método táctico, que forma parte de una cuidadosa estrategia. De un modo u otro, se planean -y coordinan- desde lo alto del poder. En un esquema al que en épocas de Adolfo Hitler se denominaba gleichschaltung. Lo que es gravísimo, porque muy pocas cosas son más contradictorias con la noción de República y, desde luego, con la vigencia real de las libertades civiles y políticas, que este injustificable proceder.
Fuente: Fundación Futuro Argentino |
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