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Mi “barra” de San Luis
por Helena Arce
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Aquellos muchachos, hoy ya no muchachos que en 1969 teníamos entre 12 y 18 años. Éramos no se cuantos chicos, varios por cierto que crecimos juntos y compartimos nuestra infancia, adolescencia y juventud.
Que lindo era ir a San Luís y saber que siempre íbamos a encontrar alguno de nuestros amigos!
Muchos de los cuales trasladamos la amistad nacida en la playa más bella de la costa del Río de la Plata, hasta Montevideo, con otros únicamente nos veíamos en el verano.
Primero éramos los hijos de aquellos que eran amigos de nuestros padres, quienes además nos conocíamos desde nuestro nacimiento, luego se agrandó aquel grupo con los hijos de aquella 100 familias quienes se habían unido al sueño de Aníbal Arce (mi padre), Juan Caruso y Antonio Vallendor, de comprar el querido Hotel San Luís, remodelarlo, e instalar allí el Club El Timón. Luego fueron uniéndose los demás chicos del balneario, los que incluso en principio tenían otros centros de reunión, como la Prensa (así le llamábamos a la Colonia de Vacaciones de la Asociación de la Prensa del Uruguay) y los queridos amigos de la zona del balneario conocida como “Zorro Viejo”.
Creo que si hago el esfuerzo podría nombrarlos a todos, pero temo dejar a alguien afuera, tantos nombres vienen a mi memoria acompañados de historias divertidas. Esperábamos anhelantes la llegada de las vacaciones primero, cuando éramos mas chicos, para encontrarnos disfrutar de nuestras vacaciones en absoluta libertad, y luego al ser más grandes solíamos algunos fines de semana de invierno irnos a San Luís, juntarnos en dos o tres casas a compartir, tiempos de sana amistad en la cual éramos capaces de quedarnos noches enteras tomando mate y jugando “carioca”, el truco o simplemente contar chistes. O reunirnos en la casa de alguno donde no molestáramos, o donde los padres no estaban para pasar un día entero amasando tortas fritas si llovía, para que no nos retaran hasta que dejábamos todo limpio. Nos cuidábamos unos a otros, nos acompañábamos hasta nuestras casas, nos pasábamos a buscar, compartíamos el día, juntos, siempre había un motivo, alguna ocurrencia para compartir. Podíamos simplemente reunirnos en la casa de alguno a pasar la tarde, charlando, compartiendo experiencias. Las acampadas pescando a la encandilada farol en mano, en nuestro escondite en las dunas a la altura de la playa sobre la calle 18 de julio, para luego comer los pescaditos fritados en el fogón, tomando mate y tocando la guitarra.
Algunos de aquellos amigos ya no están entre nosotros, partieron antes de lo esperado, otros no se que ha sido de sus vidas. Cada tanto escucho en diferentes ámbitos un nombre y recuerdo: “era de mi barra”. O como no hace mucho en el sitio más inesperado se me acercó un hombre al que yo suponía no conocer, y me preguntó: “¿Helena Arce? Me dijo su nombre y nos fundimos en un emocionado abrazo y acto seguido atomizamos a su esposa y a mi marido con nuestros relatos de San Luís.
Como disfrutábamos aquellos años donde podíamos estar todo el día fuera de nuestras casas ante la absoluta tranquilidad de nuestros padres, quienes solían vernos un ratito, ya fuera porque subíamos de la playa a bañarnos o a comer algo. No había celulares, sin embargo la absoluta tranquilidad reinaba en nuestras casas, sabían que estábamos en “EL Timón”, o en la playa o luego cuando ante la imposibilidad de llevar adelante el hotel, debieron venderlo, en la casa de algún amigo, conocían a nuestros amigos, a sus padres. Sabíamos que siempre pasaría alguien por nuestra casa a buscarnos, nos incluíamos todos en aquellos tiempos, nadie quedaba afuera cuando de pasar juntos se trataba.
Me tocó la primera época cuando se fundó la primera sede del Club El Timón, y luego cuando ante la imposibilidad de llevar adelante financieramente el hotel, debieron venderlo, nos quedamos sin sede, pero nos teníamos nosotros, éramos amigos, así fuimos trasladando nuestros centros de reunión a lo que había sido la Liga de Fomento, al lado de donde funcionaba el Cine, propiedad de los padres de Juanita, integrante de nuestra barra por entonces, quien en la segunda edición de Miss Timón salió segunda, bajo nuestra protesta. La primera fue una chica que no era de “la barra”, el jurado la eligió y nosotros nos declaramos en rebeldía y la declaramos a Juanita Miss, irresponsabilidad de adolescentes. No recuerdo el nombre de la otra chica, seguramente también era hermosa, pero Juanita era una de los nuestros! Unos pocos años más tarde salió Reina de Punta del Este.
Un tiempo después comenzamos a reunirnos en “La Prensa” y luego deambulábamos por allí, de casa en casa, solíamos ir caminando hasta Los Titanes, o en bicicleta. De pronto pasábamos toda la tarde allí, y luego volvíamos a bañarnos y de nuevo caminando al baile, aun recuerdo como llevábamos en un bolso las sandalias de taco alto, pues obviamente la caminata la hacíamos en alpargatas, en la puerta nos cambiábamos y la dejábamos escondidas en algún árbol, para cambiarnos nuevamente a la salida. Llegábamos de los bailes y nos íbamos a aprontar el mate mientras esperábamos que abriera la panadería para comprar bizcochos y rumbeábamos hacia la playa, donde seguíamos arreglando el mundo con nuestros castillos en el aire, filosofábamos o simplemente veíamos el amanecer en silencio, también podía ser que simplemente nos contáramos chistes. Éramos capaces en aquella época de caminar kilómetros hasta Araminda para ver un partido de volley ball, o alentar al equipo de fútbol de San Luís. Diversiones increíbles que podía causarnos ir caminando por un atajo y caernos todos uno atrás de otro en el mismo pozo en la arena, del cual no podíamos salir por las carcajadas que no nos lo permitían.
También solíamos hacer reuniones en nuestras casas donde jugábamos al truco, al tute, bailábamos, charlábamos, sobre todo disfrutábamos de estar juntos. Nuestros padres sabían de nuestra entrañable amistad, del cariño que nos profesábamos.
Y en carnaval, solíamos tener nuestro día de la guerra de agua, y era realmente una guerra, chicas contra muchachos, nos correteábamos por todo el balneario tirándonos baldes literalmente, de agua.
Se que muchos de mis amigos han conservado las casas de sus padres, siguen yendo y hoy son sus hijos quienes repiten nuestras travesuras.
Los romances veraniegos, algunos transformados en más serios, otros inclusos continuados en una vida en común. Pero por sobre todo ese mundo tal vez, imposible de describir en palabras, donde por sobre todo nos sentíamos felices solo por el hecho de estar juntos y allí.
Nuevas generaciones disfrutaron de experiencias similares, mis sobrinos entre ellos quienes ya tenían la actual sede del Club El Timón en funcionamiento, y compartieron similares e inolvidable experiencias.
Así como hoy jóvenes y adolescentes disfrutarán de lo mismo.
Hermoso San Luís que nos dio a todos aquellos quienes compartimos esos años, recuerdos inolvidables.
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