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Año V Nro. 280 - Uruguay,  04 de abril del 2008   
 

historia paralela

2012

 

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La rebelión de los gringos
por Matías Longoni

 
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         Me han pedido, como periodista especializado en agro, que dé mi opinión sobre la cobertura mediática del conflicto entre el Gobierno y el campo, de la cual yo mismo he formado parte. Difícil tarea; no es tarea sencilla hablar mal de medios y colegas. Pero obligatoria, porque en definitiva soy de los que creen que en esta Argentina de la convulsión sencilla se hace necesario derribar algunas estanterías para construir otras nuevas y más resistentes. No se ofendan.

         Creo, en caliente, que la cobertura sobre el paro agropecuario (sí, "paro" y no "lockout", porque los que cortaron la ruta laburan mucho más que yo, que vos y seguramente más que los municipales) ha sido una reverenda porquería. Inicialmente, y esto es de manual, porque los medios empezaron realmente a preocuparse cuando el conflicto se hizo severo, cuando los cortes de ruta y las amenazas de desabastecimiento y violencia.

         Ningún medio cedió demasiado espacio (y mucho menos la tapa) cuando la cosa se andaba gestando, de cinco años a esta parte. Ninguno habló demasiado por ese entonces de las millonarias y matemáticas transferencias de ingresos de productores a otros eslabones de la cadena comercial o a un Estado que la gastaba mal. Guillermo Moreno empezó a ser noticia recién cuando manipuleó los valores de la inflación del INDEC, tan caros a nuestros bolsillos ciudadanos, y no cuando hizo trizas los sistemas de formación de precios del ganado (la carne), los del Mercado Central (las frutas y verduras) y los del trigo (el pan). Tampoco cuando hizo añicos el poco Estado con el cual contamos. Todo eso fue vital para el después; los medios llegaron tarde. En el transcurso, los periodistas agropecuarios nos sentimos unos parias.

         Y cuando apareció el quilombo, la mayoría de los medios reaccionó muy mal y siempre de acuerdo con su razón social: comprado o autónomo. Los comprados parecían piezas de un ejercito de robots repetidores y su única tarea fue descalificar. Nunca antes escuché tantas veces la palabra "golpistas" como ahora, ni siquiera en tiempos de Aldo Rico. Nunca antes vi que se discutiese tanto sobre la diferencia entre un paro y un lockout. Leí tantas líneas gastadas en hacer política berreta.

         A los medios autónomos les concedo la gracia de que todavía lo sean. Gracias a no sé quién siguen siendo reductos humanos, donde priman otros intereses y la contradicción es la receta. Creo que, en esta ocasión, fueron un refugio útil frente a los otros.

         Un párrafo merece la agencia estatal (de todos nosotros) Télam, en donde me formé como periodista. En quince días de paro gastaron los dedos para defenestrar al paro rural desde todos los costados, sin piedad, y no concedieron ninguna cabeza a contar las razones -equivocadas o no-, de la protesta. Todos los sellos de goma del oficialismo desfilaron por ese medio, sin filtro. Decían barbaridades, aunque en realidad no decían nada nuevo: repeticiones de un discurso que les llegaba de arriba, lo mismo que a los ministros. En toda mi cobertura no tomé un solo encomillado de esa agencia. Esta indignación no me sacudía tanto cuando yo trabajaba allí, en las épocas censoras, aunque menos, del menemismo.

         Tengo posición tomada, lo sé. Me hubiese gustado que los diarios anticiparan esta rebelión auténtica del interior profundo, que poco tiene que ver con los oligarcas que tanto asustan hoy a los militantes del pueblo. Que los hay, gorilas, los hay. Soy periodista agropecuario: por amor a una información, hasta he tomado whisky con muchos de ellos. Pero hay un largo trecho de allí a decir que este paro era un intento de un sector desestabilizante para quedarse con toda la plusvalía de la pampa húmeda. ¿Qué quieren? ¿Que les diga en que páginas de Internet hay que mirar para enterarse de cuántos productores hay en esta región del mundo? Tomensé el trabajo: a muchos colegas les recomiendo que estudien el Censo Agropecuario del INDEC y compren "Márgenes Agropecuarios", que miren bien todos los números. En la cobertura del conflicto, salvo excepciones, hubo una ausencia feroz de datos claves para entenderlo.

         Soy periodista agropecuario, repito, y me suele suceder que cuando regreso de una nota en el interior (sea con un oligarca o con un minifundista) siento ingenuamente que hay un país muy diferente al que se respira en Buenos Aires. Hay seres humanos detrás de la General Paz. Me hubiese encantado que alguien titulase sobre este paro: "la rebelión de los gringos". Lo más cercano fue aquello de la "guerra gaucha" con que copeteó el diario Crítica. El paro agropecuario, en su escalada, terminó siendo un llamado de atención severo hacia quienes hacen la política y deben conciliar los intereses de todos los argentinos.

         Considero que cuando las cacerolas porteñas comenzaron a sonar no lo hicieron tanto en solidaridad con los productores sino asqueadas por un estilo de hacer política. Muchos medios y periodistas ya se han hecho carne de ese estilo, que no es de izquierda o derecha, ni oficialista ni opositor, sino simplemente autista: muchos medios ya no reflejan lo que sucede en su entorno sino intereses segmentados que tergiversan la película. Espero no haber contribuido, con mis notas, a esta confusión general.


Fuente: Diario sobre Diarios
 
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