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Sin escape El aburrimiento o la desesperanza ¿Son causa principal del consumo de drogas? por Luis Tappa
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Existe profusa información sobre “el aburrimiento”, lo han tratado en el psicoanálisis infinidad de autores. Se trata de un estado anímico que, según los estudiosos del tema, afecta a muchísima gente, sin respetar edades, condiciones económicas o de clases.
Fenichel describe los síntomas como los de alguien que, “busca un objeto que lo ayude a encontrar la meta de la que carece”, se trata del aburrimiento neurótico.
Sin embargo, en otras épocas, se pensaba que era una enfermedad de ricos.
“El gran azote de los ricos es el aburrimiento”, Rousseau, de el Emilio.
Pero hoy, que existen tantas cosas para no aburrirse, se aburren todos por igual, no hay distinción de clases. Con otras palabras Rousseau daba a entender que el exceso de comodidades y diversiones en la gente rica terminaba produciendo aburrimiento.
No es mi intención hacer de este pequeño artículo un tratado de psicología, sería excesivamente atrevido de mi parte, esto es un tema para psicólogos, y yo no lo soy, solo estoy tratando de analizar, desde mi punto de vista, algunas conductas que se traducen en situaciones desagradables para quienes padecen ciertos disturbios emocionales y, por consiguiente, afecta también a quienes los rodean.
No quiero citar autores, que los hay, y muchos, ni dar ejemplos, tampoco pretendo definir si el aburrimiento es la consecuencia o el desencadenante de algunas patologías que afectan la conducta de muchos seres humanos. Digamos que estoy pensando en voz alta, casi conversando conmigo mismo.
La desesperanza y el miedo pueden ser factores importantes a la hora de analizar las causas de una situación psicológica comprometida, factores que provocan inestabilidad emocional pueden, de por si, contribuir a un estado de conflicto emocional que escapa al autocontrol del afectado.
El miedo, un sentimiento tan natural, un sentimiento de autodefensa puede, a la vez, convertirse en un estado patológico que nos inhiba, que nos “aplaste”, cumpliendo entonces con la función contraria a la de su finalidad fisiológica para transformarse en apatía o, la indiferencia más absoluta ante todo lo que nos rodea, donde da lo mismo, vivir que morir.
Pero la desesperanza trae aparejado el miedo al mañana, al “que sucederá” y ambas cosas se complotan en forma de bomba de tiempo tornando la personalidad de quien lo sufre en un estado sicótico, proclive incluso a la irritabilidad, explosiones de violencia o, por el contrario, a una apatía total que raya en el abandono personal, en estos casos nada importa nada interesa, no hay aliciente, solo aburrimiento pasivo y depresivo.
El gran problema que afecta al mundo de hoy es la pobreza y la falta de trabajo, la cada vez mayor automatización con fines de bajar costos y aumentar producciones cambió brazos por máquinas; estas no faltan, no se enferman y trabajan a electricidad, es el único alimento que necesitan, tampoco cobran sueldos.
Un empleado es una máquina que trabaja a “dinero” porque no puede trabajar a electricidad, alguien lo dijo, pero no recuerdo quien fue.
En la misma proporción que la industrialización fue perfeccionando las máquinas y la automatización, disminuyeron los puestos de trabajo; los brazos desocupados pasaron a ocupar un lugar preponderante en las estadísticas del mundo moderno. El subempleo, la changa o el trabajo zafral son una de las pocas opciones que van quedando para gente no especializada y de bajos recursos. Es así como cada vez más gente va quedando fuera del sistema, los que se salvan pasan a ser la mano de obra barata de la que se alimentan las grandes empresas que funcionan en los países pobres. Los privilegiados son los que tienen buenos empleos y ganan buenos sueldos, son los menos.
Llegará un momento en que la oferta superará con creces la demanda, no habrá compradores para tanta producción, y los precios caerán. Esto traerá aparejado una escasez artificial para mantener o aumentar la rentabilidad, menos producción, menos gastos, más ganancias. Ni los alimentos se salvarán de la especulación.
Algo parecido es lo que sucede con el petróleo, las grandes petroleras producen escasez artificial para aumentar los precios y ganar fortunas en poco tiempo o, se provocan guerras para justificar el aumento desproporcionado del crudo. Está todo fríamente calculado, dijera el “Chapulin colorado”
El capitalismo es para que los capitalistas obtengan más capital, y disculpen el juego de palabras, ello no apunta a la generalidad de la gente sino a un sector, las clases bajas no saben ni entienden de esto, ni es para ellos, no van nada en el negocio ni de nada les sirve. Solo son la parte estructural de un andamiaje montado para sostener a los más fuertes.
Todas estas situaciones repercuten y golpean de manera brutal en la vida y el comportamiento de quienes no encuentra solución a sus problemas.
Hay un mundo visible, consumidor y “aparentemente” feliz, que se muestra, que se exhibe, que todo lo tiene y todo lo puede, que trabaja, se alimenta y se viste bien, que pasea y disfruta de las comodidades modernas, pero hay otro mundo, un submundo diría yo, que se mueve en las sombras, que se pretende mantener oculto porque molesta y puede herir la sensibilidad de quienes no necesitan que les recuerden esas diferencias que abruman.
Nadie escapa de la moderna fiebre del oro, unos más, otros menos, pero todos, de una manera u otra sufren las consecuencias de esta alocada carrera en que se ha embarcado la humanidad.
Quizás el lector crea que estoy entreverando los temas, o barajando el mazo, pero, si hacemos una buena lectura veremos que todo forma parte del mismo engranaje.
La juventud es la víctima propicia. El poco control que los padres ejercen o, sus hijos les permiten ejercer, el descontrol total alimentado por nuevas costumbres y entretenimientos, no muy ortodoxos que digamos, se traducen un una juventud conflictiva y disconforme.
Estos elementos, en forma conjunta, han alterado las viejas normas y arrastran a los jóvenes a una vorágine imposible de controlar, se perdió de vista el objetivo, los grandes adelantos han arrasado con la planificación familiar.
La necesidad ha obligado, en la mayoría de los casos, a que tengan que salir a trabajar padres y madres, es entonces que se pierde gran parte del control sobre los hijos.
Las comunicaciones, la televisión con sus películas de balas a granel, ríos de sangre y muertos en cantidades industriales, nos muestran, desde toda la gama de formas y secretos para delinquir, hasta los más refinados métodos para matar.
Los violentos jueguitos de computadores y otros sistemas, los celulares, la pornografía, todo esto nos lleva a un panorama demasiado desalentador, donde gran parte de la juventud pasa sus horas sin otra perspectivas que la de jugar o mirar para no aburrirse, sin darse cuenta que jugar demasiado o, mirar demasiado, también produce aburrimiento.
Hemos dejado para lo último Internet, donde la pornografía se ha adueñado de los espacios virtuales y son casi imposibles de eludir. Basta abrir algunas páginas que, por inofensivas que parezcan, inmediatamente saltan a la vista, en forma de ventanas surgentes, o no, fotos y hasta pequeños clip de sexo explícito, cosas que llegan indefectiblemente al consumidor virtual, principalmente a niños que ya desde muy chicos manejan una computadora.
Llegado un momento no hay nada que conforme, es entonces que se buscan nuevas sensaciones y, entonces aparece la droga.
Los estados depresivos son, muchas veces, producto del aburrimiento, o viceversa; el miedo, concomitantemente con la inseguridad cuando el futuro se ve como a algo peligroso y adverso, al que se le teme cuando no se avizora una estabilidad económica o social que nos garantice estabilidad, provoca un estado de ansiedad en el que parecen cerrarse todas las puertas, pero nadie se anima a intentar abrir el picaporte para ver que hay detrás, el miedo al… ¿que pasará?, es más fuerte.
El aburrimiento y la evasión de la realidad, por medio de las drogas o el alcohol, termina siendo el factor determinante de conductas extremas e incontrolables.
Como hemos dicho, diferentes estados anímicos pueden desencadenar aburrimiento, o, visto de otra manera, el aburrimiento puede ser la causa de diferentes perturbaciones emocionales. Pero, en definitiva, ambas situaciones son el paso previo al desorden producido por los mismos elementos con lo que se pretende combatir las situaciones que nos produce ansiedad.
La baja autoestima, la falta de futuro, o de un futuro incierto, el estrés producido por la falta de incentivos, la manipulación de los medios que ofrecen maravillas, la mayoría de las veces fuera del alcance de muchos de quienes los ven, no hacen otra cosa que comprometer aún más la psiquis ya debilitada de aquellos que han perdido el interés en todo lo que los rodea, sueñan con cosas imposibles de obtener o, no saben ni tienen los medios para lograrlo.
El aburrimiento puede ir más lejos aún, puede provocar tristeza que deriva en angustia, desinterés por todo, la pérdida del sentido y valoración por la vida que conducen al auto-abandono y, como segunda etapa, post droga, puede arrastrar a la delincuencia o el suicidio.
Los extremos se juntan y, según las estadísticas, los muy jóvenes y los muy mayores son quienes, en su desesperación, recurren al último recurso como medio de escape ante situaciones que los abruma, porque no saben o no encuentran la forma de hacerles frente.
La soledad, que muchas veces acosa a personas mayores, es otro de los graves problemas que este mundo, sin reloj y apurado, ha desencadenado, ellos, que vivieron de otra forma, son los grandes abandonados de hoy, la prisa no permite ver hacia atrás o hacia los costados.
Muchos adelantos científicos, la electrónica es la dueña de nuestras vidas y, un simple y sencillo aparato de televisión logra sacarnos del mundo real como si fuéramos en un cohete espacial; no existe el diálogo familiar, se perdió detrás de la pantalla de un televisor, si el diálogo existiera, generalmente se desarrollaría en torno a lo que se ve en las mágicas y etéreas imágenes que nos muestra un aparato que fue inventado para el consumo y para vender, también para distraer y volver estúpida a la gente, para que no piense, para que no analice, para convertirlos en esclavos dependientes de imágenes y sensaciones, la mayoría irreales.
Después que atrapa ya no suelta más, la televisión es una de las drogas más peligrosas que asolan este mundo, más peligrosa que la cocaína, más peligrosa que la pasta base, porque la droga destruye individualmente, aquella destruye la familia, destruye en masa, destruye el pensamiento y lava cerebros.
Tantas ilusiones hechas añicos para que muchas veces los deseos se conviertan en ansiedad, frustración y bronca.
El capitalismo produce la sociedad de consumo que, abarrotada de ofertas de toda clase y para todos los gustos, nos arrincona y nos trastorna, todos queremos tenerlo todo, - ¡Pero caramba! si el vecino lo tiene ¿Por qué nosotros no?
Es así como mucha gente compromete y convierte, su seguridad y presupuesto familiar, en deudas que llenarán la casa de objetos, la mayoría inútiles, para satisfacer la necesidad de “comprar”, la necesidad de “estar al día” y no ser menos que el vecino. Muchos pasarán de esta manera a engrosar las abultadas listas del Clearing de Informes para quedar registrados como morosos, arma terrible, si las hay.
Hasta en los hogares más humildes, donde muchas veces no hay para parar la olla, nunca falta un aparato de televisión, un celular o un DVD.
Resulta difícil conciliar lo útil con lo innecesario, no se les enseña a los hijos la necesidad de planificar, de organizar, de prever.
¿Cómo pueden los padres de hoy hacerlo, si ellos fueron los primeros en caer en la trampa?
Los hijos aprenden rápido y son las víctimas predilectas de un sistema que ha llegado para terminar con el individuo y colocarlo… casi, en la categoría de robot.
Porque hoy, todo es eléctrico, mecánico, o virtual… ¡Hasta las ilusiones!
¿En que fallamos?... ¡En todo! Prohibido pensar.
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