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Año V Nro. 354 - Uruguay, 04 de setiembre del 2009   
 
 
 
 
historia paralela
 

Visión Marítima

 

¿Los delincuentes actuales, son recuperables?
por Aquiles Diggo

 
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         Hoy me vienen a la mente recuerdos añejos, de tiempos y acontecimientos que pautaron muchos de mis conceptos sobre la sociedad que nos rodea en el país que guarda los restos mortales de todos mis antepasados. ¡Hasta de mis padres!

         Según parece, son muchos, pues hace años hablando con un estudioso de las genealogías de los primeros cabildantes hasta la actualidad, me enteré que soy descendiente por las dos ramas, la de mi padre y la de mi madre, respectivamente, de dos de ellos.

         Cuando supe eso, no le di mayor importancia, tal es así, que ni siquiera memoricé o escribí el nombre de esa persona con quien hablamos de ello, ni el de esos antepasados primigenios, porque me había prometido enviarme cuando lo publicara, un ejemplar del libro que estaba preparando.

         Quizá el proyecto de ese hombre, como tantos míos, haya naufragado en el vacío de posibilidades.

         Hoy que los años me fueron quitando el entorno viviente, y que como un árbol viejo voy sobreviviendo aislado y solo en el desierto en que se va convirtiendo mi vida, ¡hoy lo valoro, y me regocijo pensando que quizá sea por ello que instintivamente he esgrimido el teclado para defender lo poco que queda de lo que a tantos como mis antepasados costó conseguir!

         La sociedad toda se estremece en una difícil lucha por la supervivencia.

         La economía en lugar de incrementar los rubros de producción se va limitando a no tener un déficit demasiado elevado.

         ¡Hace el juego de pasar el dinero de un bolsillo al otro, pero del mismo saco!

         ¡Y en el viaje algo se le queda pegado en la mano…!

         Es la economía que yo llamo de “auto combustión”.

         ¡Sobrevive devorándose a sí misma de lo que queda!

         Esto irremediablemente ha aumentado el índice de inseguridad al máximo.

         Aunado a ello, estos últimos cuatro o cinco años en que el  gobierno izquierdista, ha tratado con ternura paternal al delito, y no bastándole con ello ha reivindicado con razón o no, el derecho a delinquir justificándolo en sus causas.

         Pero como contrapartida surge la opinión popular.

         Esta, influenciada por esa condescendencia a todo lo libertino, procaz e indecente, se declara en unos índices cercanos al 40 % partidaria de la pena de muerte.

         ¡Eso también le sirve a la solapada izquierda!

         Justifica las ejecuciones políticas de tiempos más o menos recientes en América, y las futuras que pudieran sobrevenir nuevamente en Uruguay algún mal día.

         Esto que voy a narrar sucedió a fines de los 70 o principio de los 80, no puedo precisar el año…

         Estúpidamente, había yo dejado mi empleo de más de 20 años como obrero en una determinada empresa montevideana, con el berretín de tener mi propio negocio, aunque fuera un bolichito. Comencé con algo que no tenía nada que ver con mi oficio.

         A unas muchachas compré un pequeño local de compra-venta de ropa usada en un populoso barrio de la periferia de Montevideo.

         Era un negocio entretenido y me daba tiempo para estudiar. Yo mismo lo atendía.

         Al principio marchó más o menos bien, como para equiparar el buen sueldo que había dejado de ganar como obrero.

         Tal es así que poco tiempo después adquirí otro negocio del mismo ramo en una avenida, en el que puse a una empleada a cargo.

         Pero lo que interesa ahora, es lo que pasó en el bolichito primero, en una fría tarde de invierno.

         Empezaba a oscurecer y yo cerraba temprano, por precaución.

         ¡Eso que aún en esa época, habían cafés en cada esquina y la gente hormigueaba por las calles incluso a altas horas de la noche y avanzada la madrugada!

         Estoy en eso, cuando veo dirigirse derecho a mí, apurando el paso, un muchacho que tenía en su mirada algo me puso sobre aviso…

         No pude cerrar…

         Entró un poco a la fuerza.

         Entonces, al tenerlo cerca me tranquilicé un poco al ver que era delgado y menudito y asumí que no era peligroso.

         ¡Mi aprensión pues, no se justificaba!

         Saludó, se quitó el abrigado y buen saco y lo puso sobre el mostrador.

         Tiritaba. El frio traspasaba muy fácilmente la fina camisa blanca que era el único abrigo de su pecho y brazos.

         Revisé el saco y le dije mi oferta.

         Asintió con alivio y le pedí la cédula. Eso es un requisito ineludible que exigía la policía. Había que llenar una planilla con los datos de las prendas y sus vendedores.

         - ¡Mirá, le dije, lamentablemente, no te puedo comprar el saco! ¡Sos argentino y no se me permite comprar a extranjeros!

         La cara del muchacho pasó de la tranquilidad al desconcierto.

         Luego a la desesperación:

         ¡Por favor!, ¡Deme menos! ¡Deme la mitad, desde ayer que no como nada!

         Entonces me contó que había desembarcado el día anterior. Que había tenido una de las muchas riñas con su padre, dueño de un restaurant en Buenos Aires y que se había venido a Montevideo para independizarse definitivamente de él porque era muy autoritario o como él dijo gráficamente: “un hijo de puta”.

         ¡No pude con mi conciencia!

         Metí la mano en el cajón de la plata, y saqué lo que le había ofrecido por el saco;  lo metí en el bolsillo superior como si fuera un pañuelo y se lo devolví.

         ¡Ponételo y andá, comé un choripán y tomá algo caliente que hay mucho frío! ¡Que Dios te ayude, yo no puedo hacer más nada por vos!

         Dándome las gracias se retiró y yo cerré aliviado a pesar que ese día había perdido unos pesos, pero no me hubiera perdonado nunca dejarlo ir en camisa o sin algún dinero.

         Unos días después se me apareció de nuevo.

         Abrigado con rompeviento bajo el saco del relato, me mostró el reloj que se acababa de comprar en una joyería del barrio.

         Me dijo que había conseguido trabajo en la cocina de un hotel y que ganaba lo suficiente.

         Quiso devolverme el dinero que le había dado pero no se lo permití.

         ¡Ponételo en el bolsillo de arriba que te dió suerte!-  repuse y se fue riendo.

          Por aquellos días la situación se había tornado bastante movida en las noticias policiales que yo miraba a la noche en TV.

         Yo seguía cerrando temprano y me iba en la motoneta sin escalas a casa.

         Una tarde llegó otra vez el muchacho, cuyo nombre no puedo recordar, y después de saludar, me pidió permiso para quedarse afuera, recostado contra la puerta tomando el sol.

         Desde allí conversaba conmigo.

         De pronto, cae una señora mayor, empieza a hurgar entre las prendas de los percheros y se decide por no recuerdo qué cosa.

         Pasa al probador y satisfecha con la prenda me entrega un billete de no recuerdo cuánto ¡Se ha cambiado tantas veces la moneda en Uruguay!

         Lo que sé es que era de alta denominación y yo no tenía el dinero suficiente para darle cambio.

         Entonces se aproximó el muchacho y me dijo:

         ¡Deme que yo le consigo cambio!

         Sin dudar, se le entregué el billete y allí quedamos esperando, la clienta y yo.

         Pasó el tiempo. ¡Más tiempo del previsible!

         - ¿Usted lo conoce al muchacho? – me zampó la mujer.

         - ¡Sí señora, quédese tranquila! ¡Algo lo habrá demorado!- mentí, mientras mentalmente pensaba a cuál de los comerciantes vecinos iba a pedir ayuda monetaria.

         De pronto la señora que estaba tan nerviosa como yo esperando en la puerta, sonriendo exclamó:

         - ¡Ahí viene!

         ¡Suspiré aliviado!  ¡Podía confiar en la gente todavía!

         Desde aquel día, el muchacho aquel, cuyo nombre no recuerdo, no volvió  más al negocio.

         Ni lo volví a ver… personalmente…

         ¡Lo vi sí, pero en TV, cuando lo mostraron mientras era conducido esposado al juez por dos policías!

         ¡Era el asaltante que asolaba a los de taxistas de la zona, y había robado a varios, usando como arma una navaja que les apretaba contra el cuello!

         Y como el caso este que narré, tengo el recuerdo de algunos más.

         Podría escribir un libro con ellos

         Es que toda persona por mala que parezca, tiene mucho de rescatable en su interior.

         ¡Claro, hay que tener en cuenta que eran otros tiempos. Tal vez hoy con el maldito efecto del consumo de droga, no pasaría algo así!

         Aquel tipo, que había sido capaz de algo tan aterrorizante como ponerle una navaja en el cuello, a trabajadores, para sacarles su dinero, había sido capaz de venir a devolverme una ayuda que le había dado sin reclamar devolución…

         ¡Ni siquiera se aprovechó de mi confianza y estoy seguro que ese mismo día habrá asaltado a algún taxista para hacerse el jornal diario, “trabajando”!

         ¡Cuántas veces di dinero prestado, a hermanos de Fe, y no sólo nunca intentaron devolverme nada, sino que si volvían, era para pedirme más!

         ¡He sido un gil toda la vida!, ¿verdad?

         ¡Sí, ya lo sé! ¡Pero disimulá, por favor!

Gentileza de: Uruguay Perdido para Informe Uruguay

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