DIVAGANDO SOBRE RUIDOS
Por Graciela Vera
Periodista independiente
RUIDOS MOLESTOS
I
Las olas desvaneciéndose en la playa; el soplo del viento entre las ramas, las azadas abriendo surcos en las quintas, esos son ruidos que escuchamos con placer.
Pero el ruido como sonido estridente, ese generalmente nos disgusta.
No nos gustan los últimos ruidos de las multitudes destrozando escaparates en las ciudades francesas, por el hecho de no estar de acuerdo con su Gobierno, como si el comerciante que tiene que pagar la reposición de cristales, a más de tasas e impuestos, tuviera obligación de recoger los platos rotos.
Tampoco nos ha gustado el de las huelgas de estos días en España -carbón, transporte, sanitarios, pescadores y suma y sigue-, ni los insultos, más recientes y pan de cada día, entre sectores parlamentarios en el Hemiciclo del Congreso de Diputados; realmente envidia de cualquier país bananero.
No nos gustan los ruidos que comienzan a llenar los telenoticieros todas las noches.
Hay muchas clases de ruidos, algunos parecen silbar antes de estallar.
Si el estallido ocurre en lo alto convertido en estrellas de colores esperamos el zumbido con entusiasmo, mas si la detonación se mimetiza con la sangre y el olor a carne destrozada y no se desvanece hasta que el último hierro arrojado por los aires cae y el último grito se acalla, entonces no quisiéramos haberlo oído.
Pero el ruido del mundo se percibe. No importa a que distancia estemos, siempre habrá un retumbo que llegue hasta donde estamos.
La verdad es que los ruidos están dejándonos sordos pero en esta especie de sordera siempre les percibiremos. Podremos tratar de ignorarlos, tal vez no los escuchemos pero no dejaremos de oírlos.
Hay jaleos de muchos tipos e intensidad, algunos se repiten cada vez más fuerte en muchos países.
¡Que me digan del ruido crepitante de los vagones del tren incendiado en la estación Haedo en Argentina!
Aunque la verdad, no debe haber sido mucho para el volumen al que están acostumbrados por allí.
Allá ahora es común el ruido de las muchedumbres reclamando justicia. Chile, Argentina y ahora Uruguay con las palas excavando en los cuarteles, oyen esos sonidos que retumban dentro de cada uno en apabullante mutismo.
Ahora es griterío pero los extraños no se enteran siquiera. Cada pueblo tiene su silenciado griterío.
El nuestro está representado por una maestra y un peón de campo. La maestra no alcanzó a cruzar el terreno alrededor de una embajada y se violaron sus fronteras. El trabajador rural tropezó con una tatucera y descubrió algo que no debió haber visto. Los verdugos no fueron los mismos y los muertos no entendieron de igual forma su destino, pero el clamor es idéntico.
RUIDOS INSALUBRES
II
Nuestra existencia es bombardeada constantemente por sonidos expresados en altísimos decibelios.
Atraviesan las puertas cerradas de los locales bailables y ensordecen desde los auriculares que transforman la música en castigo, al menos para quienes aún no hemos perdido la audición a causa de tanto ruido.
Quienes trabajan con maquinaria demasiado ruidosa deben protegerse pero hay lugares del planeta donde no existen los medios.
En otros casos el estrépito nos toma por sorpresa cuando en la calle tropezamos con un operario utilizando una perforadora neumática o el silbato de una máquina nos hace dar un respingo.
¿Quién puede haber asegurado que el trabajo es salud?
No creo que fuera el labriego que en el silencio del campo se lleva la mano a los riñones para calmar el dolor, producto de horas inclinado sobre el arado. ¿Salud?
Salud, lo que se dice salud es lo que se consigue después de un mes de relax en una playa semi solitaria, durmiendo en una cabaña de troncos con los ventanales hacia el este para ver salir el sol&. antes de irnos a dormir.
Porque el sosiego y el silencio están recomendados siempre que se les dosifique con el esparcimiento y una mesurada pero nada tilinga movidita nocturna, que no es descartable que pueda ser también diurna.
Lo cierto es que eso de que a quién madruga Dios le ayuda no me inspira; prefiero aquello de que no por mucho madrugar amanece más temprano y, si el alba es el broche de este collar, puedo aseguraros que nada más espectacular que esperarla caminando por la orilla del mar mientras descubrimos la claridad del día emergiendo detrás de las montañas.
Pero aún así, siempre habrá quién protestará porque el gallo se durmió y dirá que la culpa es de aquellos que 'tienen cambiado el sueño'; y reclamará una orden superior que obligue a estar de pie a las siete de la mañana en aras del bendito don del merecido trabajo.
¿Merecido?, obligado sí, pero ¿realmente hizo usted algo tan malo como para merecer esa corrida diaria para señar su tarjeta a una hora siempre más temprana que la deseada, en lugar de disfrutar de un buen desayuno con chocolate y churros a las diez de la mañana?
Del ruido ya seguiremos hablando, pero lo que no podemos demorar en dejar bien determinado es que el trabajo tan alabado, mata en el mundo más de dos millones de personas al año.
Y no lo digo yo, ni es una cifra sacada de la chistera de un prestidigitador, el preocupante número surge de las estadísticas de la OIT, sigla que nos indica que es la mismísima Organización Internacional del Trabajo la que lo asegura.
Si señor, sepa que mientras usted se preocupa por ser un buen trabajador, más de dos millones de colegas pierden la vida cada año en accidentes laborales o por enfermedades profesionales.
Comprenderá ahora porqué se oye tan fuerte el ruido que hacen los trabajadores cada vez que un obrero de la construcción cae de un andamio; un pequeño grupo de mineros queda atrapado a cientos de pies bajo la superficie o los maestros y policías se quejan por los bajos salarios que reciben por formar y defendernos a todos nosotros.
Deje que hagan ruido y no tema unirse a ese ruido. También hay ruidos saludables.
RUIDOS OFENSIVOS
III
Cada día nuestros hogares se ven invadidos por ruidos humillantes.
Humillar es denigrar y denigrar es ofender la opinión o fama de una persona.
No es usted ni soy yo, pero formamos parte de quienes dan 'alas' a este tipo tan globalizado de ruidos.
Mientras los libros duermen el silencioso sueño del olvido un aparato parece ser indispensable para la existencia.
Tan necesario que podemos vivir sin una enciclopedia o carecer de un pequeño diccionario, pero no concebiríamos nuestro día sin un televisor.
No importa si no sabemos que río cruza de este a oeste el Uruguay, ni si alcohol se escribe 'alcol', lo que sí debemos conocer sin margen de error es el número de amantes que han pasado por la vida de un famoso jugador de fútbol o el motivo que llevó a una conocida actriz a solicitar el divorcio de su tercer marido.
Antes se les llamaba 'marujas' o 'chismosas' según la cultura del lugar. Ahora son 'periodistas del corazón' y como ya los famosos han sido exprimidos -aunque siempre sueltan algún jugo para alimentar este juego-, resulta que estamos obnubilados oyendo como un perfecto desconocido nos cuenta con pelos y señales su vida amorosa que ni siquiera por morbo llega a interesarnos.
Y oímos todo el ruido de los llamados programas basura sin levantar la voz como con temor a que el bochinche llegue a tanto que pudiera explosionar la pantalla chica, generando el caos en nuestra vida.
Yo creo que hay muchas cosas que necesitan cambios en este mundo pero pocas de tan fácil e improbable solución como la programación televisiva. Y no importa si estamos viéndola en México, Madrid, Buenos Aires o Caracas.
Cada tanto se nos permite disfrutar de algún buen programa que no dura más de tres, de las dieciocho horas durante las que nos estupidizan con seriales para mentes aburridas y programas llamados 'del corazón' y en los que lo único que parece importar es quién se acostó con quién.
Prefiero no hablar de la cartelera televisiva porque yo también soy culpable por encender el aparatejo y no me libra de la flaqueza ni el hecho de que pase frente al mismo sin prestarle mucha o ninguna atención: está encendido y se contabiliza en el ranking.
Tampoco quiero esta semana hablar de las pateras que siguen cruzando hacia las costas andaluzas a pesar de las bajas temperaturas, los muertos del último fin de semana ni los más de trescientos niños y adolescentes que en los últimos dos meses han completado el cruce.
Son menores y no hacen mucho ruido porque tienen frío, están solos y ni siquiera encuentran ya lugar en los Centros de Menores. Andalucía está desbordada con los casi dos mil que han llegado en el último año, y sus autoridades hablan en voz alta, o sea que hacen ruido, reclamando soluciones a un problema demasiado complejo.
Las instalaciones de los Puertos de Almería y Granada se han convertido en alojamientos provisorios para menores inmigrantes, una solución provisoria que no hace más que augurar un desenlace que parece, será la devolución de los niños a territorio marroquí, y que de concretarse generará un enorme ruido desde los organismos de Derechos Humanos y defensa de menores. Hasta ahora los inmigrantes ilegales mayores de edad eran deportados en forma inmediata, pero no sucedía lo mismo con los menores que permanecían en los centros de acogida donde se les daba albergue, alimentos y educación.
Este monumental ruido está por llegar pero yo no quiero contribuir al mismo hablando de una latente xenofobia que se extiende día a día por Europa, ni quiero denunciar que siguen apareciendo inmigrantes subsaharianos abandonados a su suerte en el desierto marroquí.
¿Para qué voy a hacerlo si mañana ya no será noticia?
Como no lo son, más que por escasas horas, los misiles que matan selectivamente, ni los kamikazes que no tienen más de diez años al momento de inmolarse; un ruido que no alcanza a mantenerse en los titulares porque acaso& ¿le interesa al mundo el porqué de tantos ruidos?
Simplemente son sonidos, ecos humillantes que denigran a media humanidad y condenan a la otra mitad.
RUIDOS DE TRIUNFO
IV
Cuando el jaleo surge del aplauso y la victoriosa alegría de un lauro, entonces, bienvenido sea ese ruido.
'Ruido' con mayúscula, un ruido uruguayo del que me siento orgullosa.
Es posible que hace poco menos de un mes pocos uruguayos pudieran responder sobre 'Ruido', una película nuestra que pocos compatriotas fueron a ver.
Personalmente siempre me ha gustado buscar frases que contrarresten el peso de otras que parecen sentencias, como aquella de que no se suele ser profeta en la propia tierra.
Yo diría que en algún momento se comienza a serlo, porque cuando se persevera se vence y eso es precisamente lo que le pasó a Marcelo Bertalmío, que hace años hizo una película a la que en Uruguay se la subvaloró llevándola al rango de las fruslerías.
Lo que en realidad sucedió fue que la crítica le dio muy poco valor y el público que se dejó -mal aconsejar- no se interesó por elaborar su propia opinión.
¡Que sería del arte si no se hubieran rectificado tantísimas primeros juicios!
La cuestión fue que Ruido, como muchos incomprendidos, ha tenido que salir fuera de fronteras para ser oído en todo su estrépito.
Y el estallido se produjo en SEMINCI 2005, la Semana Internacional del Cine de Valladolid que finalizó el 29 de octubre.
Un festival que este año cumplió su medio siglo de vida y en el que participaron más de doscientos filmes de los que quince compitieron por las codiciadas Espigas, de Oro y de Plata.
En esta edición el cine latinoamericano recibió varios importantes galardones entre los que contamos la Espiga de Oro que correspondió al film 'En la cama' del chileno Matías Bize.
La Espiga de Plata se la llevó el mexicano Raúl Aguilera por '9 y 20'; también recogieron premios el brasileño Vicente Ferraz por 'El mamut siberiano' y el argentino Fernando Solanas por 'La dignidad de nadies'; los largometrajes españoles 'Segundo asalto' de Daniel Cebrián y 'Vida y color' del guionista Santiago Tabernero se sumaron a los éxitos obtenidos por Juan Millares en la categoría documentales, quién compartió su primer premio con el argentino Solanas mientras que otro español, Iñaki Artela se ubicaba en el segundo lugar.
No fueron los únicos premiados pero sí los que sentimos más cercanos por nacionalidad e idioma, pero no queremos omitir en nuestro resumen al danés Lars Von Trier, el ruso Mihail Kalatozov o el alemán Michael Haneke entre los muchos representantes del cine europeo.
Todos merecieron nuestro estrepitoso aplauso. ¡Bonito ruido!
Y mucho ruido queremos hacer para hablar del 'Ruido' tan explosivo en Valladolid como para ser el preferido del público.
Porque el film uruguayo, presentado dentro de la categoría de largometrajes, recibió precisamente el Premio del Público.
Y así es como Ruido, que ni siquiera fue visto por el público uruguayo, fue aplaudido por otro público acostumbrado a juzgar a los mejores y que le eligió, quizás porque es una historia a la que muchos desearían poder engancharse: la de Basilio, un hombre que a punto de suicidarse da de bruces con un juerguista profesional que logra reengancharle a la vida.
Otra forma de hacer sentir el propio ruido de la existencia de cada uno mientras esperamos los ruidos que se oirán en las monarquías europeas, donde una incipiente generación de futuras reinas, que tiene a su exponente más pequeña en la Infanta Doña Leonor de España que llegó a este ruidoso mundo el 31 de octubre, sin siquiera tiempo de haberse dado por enterada aún, del alboroto que ya ha creado su nacimiento conjugándose la necesidad de modificar la Constitución para que como mujer tenga plenos derechos sucesorios.
Por algo las mujeres hemos hecho tanto ruido para tener igualdad de oportunidades, que no es lo mismo que ser iguales, ¡Válgame Dios!, no me imagino con barba y bigote y me gustan las equidades cuando existen diferencias.
Desde Almería, en el sur del norte, 3 de noviembre de 2005