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Paralelismos Históricos por Alvaro Kröger |
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El Uruguay está siendo objeto en estos días de una de las mayores agresiones que haya recibido de un país extranjero a lo largo de su vida independiente. Y como en tiempos de Rosas o de Perón esa agresión proviene de la Argentina.
Los cortes de rutas que llevan adelante los "militantes ambientalistas" de la provincia de Entre Ríos se están radicalizando cada vez más, contraviniendo las leyes argentinas y hasta la propia Constitución, a vista y paciencia de las autoridades nacionales y provinciales, han provocado el virtual bloqueo de las comunicaciones terrestres entre los dos países, generando un daño económico irreparable principalmente al sector turístico uruguayo, pero no sólo a ese sector sino a todos los negocios que involucran el libre desplazamiento de bienes y personas.
Las autoridades argentinas tienen la obligación de asegurar el libre tránsito por las rutas de ese país, así lo establecen las leyes. Esa obligación la tienen en primer lugar con sus ciudadanos que supuestamente son libres de transitar por ellas y de trasladar mercaderías en el ejercicio de una actividad económica lícita. En segundo lugar, es su obligación para con un país vecino con múltiples lazos comerciales, culturales y hasta personales y familiares, pero además es su obligación para con un socio comercial con el que tiene tratados firmados (que obviamente no son respetados) que implican el libre desplazamiento de bienes, factores productivos y personas.
La desidia de las autoridades argentinas en hacer cumplir la ley y la coincidencia del gobierno con la causa de quienes bloquean los puentes, transforma las manifestaciones de los "ambientalistas" en actos inamistosos y agresivos de un estado soberano a otro y revela al MERCOBLUFF como una caricatura de proceso de integración, una nueva cáscara vacía con más discursos y burocracia de alto nivel que voluntad política real de integración regional. Y la verdad es que Aladi funcionaba mucho mejor.
La Cancillería uruguaya no ha reaccionado con la firmeza a la que está obligada por la gravedad de la situación y el parlamento uruguayo no ha llamado a responsabilidad al canciller Gagáno por esa falta de firmeza. Estos hechos son responsabilidad única de nuestro Presidente, que más que mandar en el país se dedica a mantener un endeble andamiaje político que siempre está a punto de caer. Por su lado el Canciller se atornilló al sillón del Palacio Santos y a pesar de ser un hombre inteligente (¿?) y un curtido político, el poder por el poder pudo más que sus convicciones y el bienestar general.
Posiblemente, la tendencia de las autoridades uruguayas a no poner el asunto en sus justos términos y reclamar la responsabilidad del gobierno argentino en los foros internacionales que corresponden, se base en la supuesta "afinidad ideológica" entre los gobiernos de Argentina, Brasil y Uruguay que en teoría iban a relanzar el MERCOBLUFF y a dotarlo de una dimensión política, incluso a ampliarlo incorporando a otros países con gobiernos afines como el de Venezuela y ahora la Bolivia gobernada por Evo Morales, en una especie de resucitación al revés de aquella idea de las "fronteras ideológicas" de la dictadura brasileña de fines de los sesenta. Nuestro gobierno en un insensato acto hizo aprobar la entrada de Venezuela al MERCOBLUFF aún antes de que el "Parlamento" venezolano lo aprobara; de ésta forma se crea el paradigma de que un país es aceptado a integrarse a un bloque lejano aún antes de que sea siquiera tratado el tema en el país que quiere ingresar.
El MERCOBLUFF como proyecto opuesto al ALCA y a "la hegemonía yankee" tenía y tiene aún fuerza dentro de la izquierda uruguaya y tal vez por eso la cancillería ha dado una respuesta demasiado liviana a esta agresión continuada, o mejor dicho ha dado respuestas equívocas además de livianas, por falta de experiencia especialmente.
Que Rosas tuviera aspiraciones de reincorporar la Provincia Oriental o que Perón fuera hostil a un gobierno uruguayo democrático y respetuoso de las libertades individuales era previsible, pero que el gobierno del "compañero" Kirchner fuera a propiciar actos hostiles contra un Uruguay gobernado por la izquierda no aparecía en los cálculos de los nuevos gobernantes uruguayos que tenían expectativas tan sinceras como ingenuas en los resultados prácticos de la "afinidad ideológica". Si bien las "afinidades ideológicas" son importantes, no se tuvo en cuenta las diferencias personales entre ambos hombres. Mientras Vázquez no estuvo en el poder era el "pollo" de Kirchner, una vez en el poder Vázquez dejó de ser el "pollo" del esquizoide de enfrente y marcó su propio perfil, aparte de deberle plata de la campaña electoral.
Pero en este tema como en tantos otros que han sido urticantes a la interna del Frente Amplio, el nuevo gobierno no aprende rápido. No es casualidad que por aquellos días en los cuales el Ministro de Economía Danilo Astori sacudió a la izquierda con su propuesta de firmar un Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos, el Presidente Vázquez haya dispuesto que los ministros comenzasen a trabajar el acuerdo. La realidad objetiva dice que las exportaciones de Uruguay a la región cayeron en diez años de más del cincuenta por ciento a poco más del veinte y que Estados Unidos representa el 23% de nuestras exportaciones.
No hay afinidad ideológica que tenga más fuerza que los intercambios comerciales que son los que determinan el trabajo y el bienestar de las personas y la supervivencia de los políticos. Hay que tener muy claro que los países no tienen ni hermanos ni amigos, tienen intereses comunes. Uruguay necesita un "Plan B", una alternativa al MERCOBLUFF, por la sencilla razón de que el conjunto de compromisos que asume y las restricciones a las que se obliga no guardan relación con el volumen de exportaciones que coloca en el bloque, y si esta situación se mantiene en el tiempo es forzoso tener una alternativa a la mano. La alternativa que me parece la más lógica es irnos, largarnos por nuestra cuenta y riesgo; dejar que ingrese tecnología de punta, inversiones importantes, abrirse al mundo y no encerrarse en un esquema económico regional que ha demostrado que las asimetrías son mortales y no se arreglan fácilmente.
Es ingenuo creer que todo este problema responde a la preocupación por el impacto ecológico de la instalación de un par de plantas de procesamiento de celulosa. A dos gobiernos afines, de países históricamente amigos y socios comerciales, les alcanzaría con elegir la norma internacional a la que las plantas deberían apegarse y contratar una empresa consultora que monitoree el cumplimiento de la norma. Si cumplen con la norma pueden trabajar y si no la cumplen no, tan sencillo como eso. Esto sería el aspecto lógico del tema, pero en éste conflicto la lógica brilla por su ausencia porque Kirchner aprovechó políticamente el reclamo de los "ambientalistas", y ahora con 3 partidos perdidos y otro a punto de perder se embretó solo y no tiene idea de cómo salir si Uruguay no le da una excusa creíble para que quede bien con sus anormales seguidores, y logre una verónica elegante.
Pero en el fondo, lo que está en cuestión es por qué las inversiones de Botnia y ENCE (y ahora Stora Enso) se radican en Uruguay y no en Argentina. La respuesta está muy vinculada a un tema en el que ambos países han adherido a estrategias distintas. La salida de la crisis de 2002 instrumentada por Uruguay fue muy distinta de la instrumentada por Argentina, particularmente en lo que hace al respeto a los contratos, al cumplimiento de las obligaciones contraídas y al tratamiento dado a los inversores (el "corralito" argentino tiene a muchos adentro todavía, a pesar de que oficialmente se diga que no).
Uruguay respetó las monedas en las que estaban nominados los depósitos bancarios, pagó intereses muy convenientes por los depósitos reprogramados, reperfiló su deuda externa reconociendo todos sus compromisos y mantiene una relación correcta y cordial con los inversores internacionales y los organismos multilaterales. Por eso "las papeleras" están de este lado del río, entre otras cosas. La elección de los inversores cuestiona un modelo de comportamiento político y avala otro. Eso es lo que Kirchner quiere enterrar auspiciando un enfrentamiento paranoico cuyas consecuencias en el relacionamiento presente y futuro entre los países del Plata son al día de hoy inimaginables e imprevisibles.
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