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No preguntes lo que tu país te puede dar, sino lo que tú puedes darle a él.
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Año V Nro. 376 - Uruguay, 05 de febrero del 2010 |
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Cuando observo que algunos transeúntes botan al cesto o al pavimento los plegables de la campaña para congreso, no puedo dejar de reconocer que la política colombiana está por el suelo, o peor, en la basura. El ciudadano de a pié expresa su inconformismo de muchas maneras, no recibe el volante, lo rompe, lo bota. La mayoría se lo llevan, pero no sabemos si leerán su contenido. Los más pocos, una rareza, se detienen a conversar con uno, tratan de entender qué es lo que se propone y cómo se va a proceder. La política y los dirigentes políticos en vez de despertar entusiasmo provocan rechazo en niveles preocupantes para el mantenimiento de la democracia y de las instituciones. La idea según la cual sin participación ciudadana no es posible la democracia, es ajena a millones de personas que están cansadas de tanta corrupción, dejadez, abulia, incumplimientos e insensibilidad de quienes nos gobiernan desde el congreso y desde otras instancias de poder. En las reuniones con las comunidades no falta la persona que se acerca a uno para pedir un mercado o preguntar si uno regala cuadernos y útiles escolares. Otros preguntan “¿Qué nos prometen o qué nos van a dar”. También hay quienes piden “cariñitos” léase “dinero” para conseguirle “hartos votos”. No quiero dar la impresión de que todo es así en la actividad política. Pero, considero necesario detenerme en estas actitudes para justificar la necesidad de que se reflexione con mucha seriedad y con responsabilidad sobre los graves vicios que afectan nuestra democracia. La política, una actividad que en principio tiene una función altruista, sin la cual los hombres no podríamos vivir en sociedad en cuanto es la que nos permite definir el problema del poder y de las reglas de juego que rigen la vida cotidiana, está profundamente desprestigiada en nuestro país. Promesas vanas, demagogia desaforada, corrupción, prácticas clientelares como la compraventa de votos, el ofrecimiento de ron y sancochos, la infiltración del narcotráfico, el paramilitarismo, las mafias y las guerrillas en las campañas y directorios, salen a flote. La pobreza intelectual de muchos representantes, la ausencia total de pudor de los que cobran el salario sin asistir a sesiones, abundan en nuestra historia de las últimas décadas. No hay partido que escape a esos vicios, nadie puede pensar que esto es harina de otro costal o que nadie tiene que ver con este cuadro preocupante. Hemos navegado en vicios y en leyes inocuas que pretenden corregir cuando no hay voluntad para hacerlo. Entretanto, las comunidades siguen soportando afugias y problemas y topamos con casos del absurdo como que en el municipio más rico en agua no haya acueducto o que se construya una vía tres veces y esta no aparezca por parte alguna, o que los alimentos para la gente más pobre se destinen para engordar marranos o que se inauguren obras inconclusas. No se cómo, pero, urge un gran acuerdo nacional que involucre a todos los partidos y a todos los aspirantes a corporaciones de representación para sanear la política, para dignificarla e inocularla de espíritu altruista. Para que la política adquiera respetabilidad se requiere eficacia de quienes fungen de representantes. Hay que empoderar y capacitar a las comunidades de base, hay que romper con la presencia de dineros sucios, hay que romper el círculo vicioso de las prebendas y los chanchullos, es preciso disponer mecanismos de participación y veeduría ciudadana. Hay que educar políticamente a los jóvenes desde la escuela. Podemos coincidir en estos retos sin que nos lo impida la diversidad ideológica o la pertenencia partidista. Es un clamor nacional, es un grito desesperado para salvar nuestra frágil democracia, es un llamado para evitar que la violencia, la justicia privada, la falta de autoridad legítima y la escasez de buen gobierno y buen ejemplo, se constituyan en caldo de cultivo para hacer de Colombia una sociedad no viable. Hemos ganado terreno en muchos aspectos a los violentos, pero hay que extender esas ganancias al mejoramiento de nuestra cultura política.
© Darío Acevedo Carmona para Informe Uruguay
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