|
|
|||||||
|
No preguntes lo que tu país te puede dar, sino lo que tú puedes darle a él.
|
Año V Nro. 376 - Uruguay, 05 de febrero del 2010 |
|
La crisis financiera acentúa una nueva constelación de poder a favor del “sur”. Brasil es un jugador global, Chile y México son miembros de la OCDE y tres países latinoamericanos pertenecen al influyente G-20. Por primera vez desde la post-guerra, la economía mundial entró en recesión. Y también por primera vez desde entonces, América Latina no fue ni el detonante de la crisis ni su principal víctima. Esto no significa que la región haya salido ilesa: en 2009, el PIB se contrajo en un -1,8 por ciento, las remesas en un 11 por ciento, el comercio cayó un 24 por ciento y las inversiones, un tercio. Aún así, la CEPAL pronostica que este año las economías latinoamericanas volverán a crecer por encima del 4 por ciento. Tres grandes crisis financieras –la mexicana de 1994, la brasileña de 1999 y la argentina de 2001– parecen haber servido para vacunar a la región contra los colapsos financieros. Salvo en el caso de México, en América Latina no quebró un sólo banco y ningún gobierno se vio obligado a rescatar entidades financieras con dinero público de los contribuyentes. La burbuja inmobiliaria y las deudas hipotecarias apenas afectaron a la región. Ello ha sido el resultado de tres factores: las reformas socio-económicas, la entrada económica de China y el ascenso de Brasil. Estos cambios contribuyen a mejorar la posición internacional de América Latina, pero también presentan nuevos riesgos y ponen de relieve las persistentes debilidades estructurales. Desde Europa, constituyen una invitación a reflexionar sobre las relaciones. Resaca y recuperación en La crisis financiera ensombrece las perspectivas socio-económicas favorables de los últimos años. Al ser parte de la globalización, América Latina sufre la resaca de la crisis: en toda la región, habrá menos inversión extranjera directa (IED), menos ayuda, menos remesas, menos emigración y, sobre todo, menos comercio –el motor de crecimiento de los últimos años. La pobreza volverá a subir entre el 1 y el 3 por ciento. Paralelamente, nuevas medidas proteccionistas en Estados Unidos y la UE (subsidios agrícolas, medidas nacionales como buy american, cuotas, normas y estándares) seguirán reduciendo las exportaciones latinoamericanas hacia ambos mercados y desviándolas hacia China. Las tendencias proteccionistas también frenarán los procesos de liberalización comercial y la suscripción de acuerdos de libre comercio tanto intra como extrarregionales. El efecto contagio ha sido mayor en el Caribe, Centroamérica, Colombia y México, cuyas economías se contrajeron por la alta dependencia del intercambio con Estados Unidos, así como del comercio internacional y de las remesas. En este grupo de países, las consecuencias son similares a las de su principal socio comercial e inversor. El grado de resaca post-crisis varía según el nivel de apertura de las economías, la vinculación con Estados Unidos y la UE, el peso del comercio en el PIB y de las remesas. Asimismo, como señaló la reciente devaluación del bolívar, naciones tan dependientes del petróleo como Venezuela siguen siendo muy volubles ante la coyuntura global. La reducción del precio del “oro negro” a la mitad puso fin a los años de bonanza económica, y Venezuela entró en recesión. Los países menos afectados son aquellos con relaciones económicas diversificadas y más orientadas hacia Asia (China), sobre todo Brasil, pero también Argentina, Chile y Perú. Aunque el precio de las materias primas se redujo, las ventas chilenas de cobre, las argentinas y brasileñas de maíz y soja y las de zinc peruano siguieron creciendo gracias a la demanda china que mitigó el efecto de la crisis. La subida de los precios de algunos alimentos afectó negativamente a Centroamérica e influyó positivamente en países agro-exportadores como Argentina y Brasil. Mientras que Argentina sigue debatiéndose entre la recuperación y el decaimiento, Brasil crece más que las economías tradicionales y dispone de un sistema financiero estable. También Chile ha señalado la eficacia de un modelo de inserción internacional diversificado acompañado por instituciones fuertes y políticas sociales exitosas. En general, la crisis comprobó que la vulnerabilidad de América Latina ante choques y fluctuaciones externas sigue existiendo, pero es menor que en la década anterior, cuando colapsó la economía argentina, Brasil devaluó su moneda o México sufrió la crisis del Tequila. Hoy, los países latinoamericanos disponen de reservas internacionales, la deuda externa bajó a la mitad, la mayoría de las monedas no se han devaluado, la tasa de ahorro aumentó y la inflación está controlada. Salvo en Argentina, Nicaragua y Venezuela, las políticas macroeconómicas son más eficaces y los sistemas financieros más sólidos. La mayor estabilidad económica estuvo acompañada por un paulatino progreso social que contribuyó a suavizar el impacto de la crisis. La pobreza bajó del 44 por ciento en 2002 al 33 por ciento en 2008, lo que equivale a 40 millones de latinoamericanos. Desde la década perdida (1980), la mayoría de los países ha cambiado de imagen y de política: después de la transformación democrática emprendieron reformas económicas sustanciales y hoy están inmersos en un complejo proceso de cambio social. Ya desde los años 1990 estas tres transformaciones internas (la democrática, la económica y la social) se han traducido en un mejor posicionamiento internacional: la región en su conjunto representa un 7 por ciento del PIB global y sería la cuarta economía del mundo, después de China y antes que Alemania. Las principales economías latinoamericanas Según el Foro Económico Mundial, los sistemas financieros, las monedas y las finanzas públicas que antes eran las fuentes de inestabilidad han sido, en esta crisis, las principales fortalezas de la región. Actualmente, América Latina tiene un sector bancario muy concentrado: 12 entidades (tres de ellas brasileñas y dos españolas) dominan su sistema financiero. Comparado con los años 1980, el sector es más abierto y menos dependiente del exterior: la participación de los bancos extranjeros bajó de un tercio a una cuarta parte. Brasil, seguido por México y Chile, concentra los negocios bancarios. En cuanto al comercio exterior, América Latina está apostando por nuevos socios. Ante el estancamiento de la ronda de Doha y la imposibilidad de desatar el “nudo agrícola”, Sudamérica está desviando su comercio hacia Asia. La Unión redujo su peso en el comercio de la región del 25 por ciento en los años noventa al 14,5 por ciento y representa hoy lo mismo que Asia. Si China aportó en el año 2000 poco más del 1 por ciento del comercio extrarregional, su participación en 2008 superó el 8 por ciento. También Estados Unidos ha perdido peso: si en 2000 concentró casi el 60 por ciento de las ventas latinoamericanas, esta cifra bajó a menos del 40 por ciento. China ya es el tercer socio comercial externo de la región, después de Estados Unidos y la UE, y en Argentina, Brasil, Chile y Perú empieza a ocupar el lugar de sus dos socios tradicionales. El comercio sudamericano también está aumentando con otros países emergentes como India, Irán y Rusia. A raíz de la crisis y la fuerte contracción de IED procedente de Estados Unidos y la UE, cabe esperar una tendencia similar en el ámbito de las inversiones. Brasil y México. Dos modelos de El principal ganador latinoamericano de la crisis es Brasil que asciende en la jerarquía regional e internacional. Ante la lenta recuperación en Estados Unidos, Brasil se ha convertido en el principal motor económico de las Américas. Aunque no alcanzará las tasas de crecimiento de China (8 por ciento), con un 5 por ciento estará a la misma altura que India, socio con el cual Brasil ha estrechado lazos en el marco del BRIC y del foro IBSA. Brasil ocupa el séptimo lugar en cuanto a la acumulación de reservas internacionales y aportó 200.000 millones al FMI. México, cuya economía se contrajo en un -6,7 por ciento en 2009, es el gran perdedor de la crisis. Desde la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) con Canadá y Estados Unidos ha dejado de ser una potencia (sub) regional. Un año después del TLCAN, México sufrió la crisis del Tequila de la cual salió gracias al apoyo de Washington, pero a costa de aumentar su dependencia con su vecino del norte, que representa un 90 por ciento de su comercio y domina su sistema bancario. La banca extranjera representa Mientras que Centroamérica, el Caribe, Colombia, México y Venezuela están anclados a la economía de Estados Unidos, América del Sur ha fortalecido sus relaciones comerciales con China y (excepto Colombia y Venezuela) muestra una mayor diversificación económica y mejores perspectivas de crecimiento en 2010. Esta misma fragmentación se manifiesta a nivel político por el surgimiento de UNASUR como actor sudamericano protagonizado por Brasil y una “América del Norte” con fuertes interdependencias demográficas y económicas con Estados Unidos. Brasil y México representan dos fórmulas diferentes de inserción global. El Brasil de Lula ha diseñado un modelo sur-sur de inserción internacional (balancing) a través del liderazgo regional y la creación de alianzas con otros socios emergentes. México ha elegido la vía norte-sur (bandwagoning) mediante su alianza estratégica y asimétrica con Estados Unidos, que le ha permitido formar parte del club de las tradicionales potencias:
En cierto modo, Brasil representa un modelo económico entre capitalismo y Estado con un nivel impositivo mayor al promedio europeo. Por un lado, se ha abierto al mundo y, por el otro, protege sectores estratégicos y mantiene enclaves estatales. Esta crisis reveló que ni el proteccionismo exacerbado ni tampoco una apertura económica ilimitada son recetas válidas. Economías emergentes como Brasil, India y China, que sigue creciendo, indican que podría surgir una “tercera vía” entre liberalismo y proteccionismo económico. Pensar América Latina como Los efectos de la crisis descalifican a todos aquellos que pronosticaron la desaparición de América Latina del mapa internacional. Aunque el ascenso de la región es un proceso poco espectacular y de escaso interés mediático, América Latina empieza a ocupar una mejor posición en el sistema internacional. La región es cada vez menos un receptor de ayuda y más una zona de renta media y donante del sur, con mayor peso económico y menor dependencia del exterior para desarrollar posiciones propias con o contra las tradicionales potencias. La América Latina actual es más diversa y más fuerte que en los años ochenta: Brasil se ha convertido en una potencia regional y global, China tiene más presencia en la región, la UE menos, y se acentúa la división entre una Norteamérica anclada con Estados Unidos y una Sudamérica más vinculada al futuro de Brasil. La revaloración del G-20 en el cual participan Argentina, Brasil y México refleja una nueva constelación de poder mundial, donde América Latina no es un protagonista, pero al menos está presente. Las tres economías más grandes de la región participan en la construcción de la nueva arquitectura financiera internacional. Asimismo, el papel de Brasil –uno de los seis negociadores claves en la Ronda de Doha de la OMC– y otros países como Argentina (miembro del grupo Cairns) será decisivo para el desenlace de las negociaciones globales sobre la liberalización comercial. Debido al ascenso de Brasil, el acceso al mercado chino y las reformas socio-económicas, parte de América Latina ha dejado de ser la periferia global. El declive de sus relaciones con la UE y una mayor distancia de Estados Unidos en el sur de la región contribuyeron a este proceso. Esto implica nuevos riesgos. En primer lugar, con la excepción de Brasil (más industrializado), se consolida la posición de la región como vendedora de materias primas: el petróleo representa el 90 por ciento de las exportaciones venezolanas y el 67 por ciento de las ecuatorianas, los metales más del 60 por ciento a las exportaciones chilenas y peruanas y los productos agrícolas el 35 por ciento en Argentina. Las cifras demuestran que en los últimos cincuenta años, la región apenas ha diversificado su estructura productiva y de exportación. Además, Cuba, Venezuela y otros países importan más del 80 por ciento de los alimentos. Gran parte de la región depende de las fluctuaciones de los precios globales de materias primas sobre las cuales, con la excepción del cartel de la OPEC, apenas puede influir. A diferencia de Asia, pocos países de la región exportan productos con valor añadido o cuentan con altos niveles tecnológicos. Esto es, entre otras, la consecuencia de los déficits educativos y formativos que siguen siendo un lastre para todos los países incluyendo Brasil y México. En segundo lugar, se corre el riesgo de sustituir viejas por nuevas dependencias. China se ha convertido en el motor del crecimiento. Si cae la economía china, se hundirán también muchas latinoamericanas, incluyendo Brasil. Es la primera vez que América Latina se acerca a una potencia no democrática que exporta un modelo económico y político diferente, al combinar autoritarismo y capitalismo del Estado. El ascenso global de Brasil y el creciente peso de China abren un nuevo capítulo de política exterior que aumenta la distancia con Estados Unidos y la UE. Al formar parte de los BRIC y haberse acercado a China e Irán, Brasil demuestra que no tiene preferencias políticas. Aunque es una de las democracias más consolidadas de la región no distingue entre amistades democráticas o autoritarias ni tampoco comparte la visión de estadounidense y de la UE de promover la democracia. Por tanto, más allá de sus efectos económicos, la crisis acentúa las brechas políticas entre nuevas y viejas potencias. Sin embargo, estos cambios también sirven para reflexionar sobre las relaciones y superar viejos modelos. Una vez más se confirmó que desde Europa no podemos seguir pensando en América Latina como unidad ni tampoco en categorías de integración y acuerdos comerciales sino, según su grado de dependencia de Estados Unidos y Brasil. Desde esta óptica, en vez de privilegiar a México como socio de la UE y potencia que no es, podría ser más útil desarrollar una estrategia para América del Norte, incluyendo el conjunto de países en el radar de Estados Unidos. Otro eje de la política europea podría ser el sur del continente, que tradicionalmente ha estado más cercano a Europa, con Brasil como potencia emergente y China como nuevo actor económico. La crisis reveló una maduración de las relaciones que ya no responden al paradigma norte-sur. Gran parte de América Latina ha dejado de ser una zona de crisis y un rule-taker. Aunque muchos países siguen siendo receptores de ayuda, la posición económica de otros ya no justifica gestionar proyectos de cooperación financiados por una UE muy afectada por la crisis. Este nuevo capítulo en las relaciones requiere un guión diferente, incluyendo una reflexión sobre las posiciones en foros globales como el G-20, la OMC y la ONU; un debate más sincero sobre nuestras muy diversas visiones sobre la democracia y la triangulación de la cooperación entre receptores, viejos y nuevos donantes. Construir una relación a la misma altura será el desafío que nos plantea esta crisis. Susanne Gratius es investigadora de FRIDE Fuente: Fride
|