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Año III - Nº 180
Uruguay, 05 de mayo del 2006
Inscripto en el Registro de Derechos de Autor en el libro 30 con el No 379
 

 

 

 
Desamor
* Carlos Alem
   

Con cierta parsimonia, se calzó aquellos viejos pantalones vaqueros, la camisa a cuadros y el jersey azul, con las infaltables manchas de aceite, de vaya a saber cuando.Busco sus zapatillas deportivas, grises, que aún conservaban el barro de su último uso.
Encaminó sus paso hacia la puerta de la calle, entonces escucho la voz de María.

.-José, ¿eres Tú? ¿donde vas?
.-Voy en busca de la felicidad, le contestó, José
.-Espera que voy contigo, me visto y ya salimos, son dos minutos
.-No, le dijo José, hace 25 años la encontramos, y desde hace ya algún tiempo juntos la fuimos abandonando, por eso quiero salir solo

Cerró la puerta y salió a la calle, no se monto en su coche, sino que paso a paso y de forma tranquila, se encaminó a las calles del centro.

Camino con el sol agonizando a sus espaldas, sin rumbo fijo, con la mirada perdida.

De pronto afloró nuevamente, un pensamiento que desde hacia una semana lo castigaba y atormentaba.

En su mente comenzó a proyectarse la película que siempre le habían contado, pero de la que ahora era actor principal. No encarnaba ni el bien ni el mal, era simplemente, José, 49 años, funcionario público en una oficina a la que odiaba.

En esa oficina, en la que tan solo se encontraba, a pesar de estar rodeado de muchos compañeros y compañeras, los mismos que a fuerza de escuchar de su boca.-Joder, lo siento no puedo tomarme la cervecita con Ustedes, porque tengo visitas en casa, ya ni siquiera lo invitaban ni con tabaco.

Poco a poco y con 45 años, se fue haciendo habitué de la consulta de Don Manuel Vázquez, médico de la Seguridad Social, primero fueron los nervios, luego la hipertensión arterial.

Llegados los 47 años ya las visitas eran mensuales y la bolsa de la farmacia, cada vez más grande.

Exactamente en la misma proporción que visitaba a su médico, su cama se fue transformando en casi solo para dormir.

Y no era que María, con los años hubiera caída en la decrepitud, que sus carnes estuvieran caídas, pero el desde siempre buscó algo más que un ser inanimado, con más vida. Cierto que ella le brindaba caricias y tímidos mimos, pero no eran el volcán que José buscaba.

Con el tiempo ya se trataba de cumplir con más o menos ganas, al fin y al cabo todavía existía cariño, o tal vez costumbre del uno por el otro.

Pero la semana pasada, se rompió ese equilibrio, José tuvo su primer gatillazo,.-No te preocupes no es nada, esto pasa en las mejores familias, los medicamentos, la puta oficina esa que te tiene desquiciado, Tu tranquilo, que ya verás que en la próxima lo logramos, ¿vale cariño?

José, no pudo dormir bien aquella noche, por lo que la mañana en la oficina fue de órdago, lo de las ojeras era lo de menos, el cansancio se toleraba, pero el mal humor, eso se cortaba.

La tarde se hizo noche y la noche madrugada, el caminaba, cuando unas luces de colores y rápidos cambios, llamaron su atención; Club My Love, decía el cartel.

Abrió lentamente la puerta, casi con timidez, se encaminó a la barra, buscó un taburete y se sentó, casi al mismo tiempo se le acercó una joven rubia, con un maquillaje sencillamente exagerado y oliendo a perfume barato. Vestía una malla muy justa de color rojo y un pañuelo procuraban sujetar los enormes senos que tenía.

Con acento extranjero y midiendo el tono se dirigió a José

.-Hola, guapo, que hace una persona encantadora como Tú, en compañía de una mujer tan buena como yo.
.-Quiero una copa, le contesto secamente.
.-Bien que te pongo, bonito de cara
.-Un Cuba Libre de ron Bacardí
.-¿y, a mi no me invitas, cariño?

Este fue el inicio de una pelea de alcohol, totalmente perdida para José, el ya lo sabía, por cada Cuba Libre de el, ella solo se servía "Whyski" o sea té con hielo

La hora de cierre cortó la pelea, José con paso vacilante volvió a la calle, le dolía la cabeza pero no era capaz de dimensionar exactamente el dolor y mucho menos fijar un rumbo fijo.

Ni siquiera escucho la frenada, ni los gritos del vagabundo de la esquina, una camilla voló hacia el interior de una ambulancia. Como único testigo de lo sucedido y como para justificar de que no fuera un hecho anónimo, allí quedaron sus zapatillas grises, aun con el barro de su último uso.

Por un momento José recobró la conciencia, miró a la doctora que lo atendía, debajo de una luz intensa, la sirena de la ambulancia, le pareció el sonar de trompetas.

Entonces se dijo para si, ¡¡por fin la felicidad¡¡ y viene anunciada de trompetas, poco le duró esta alegría, como tantas veces le paso en sus 49 años, las sombras y el silencio absoluto se apoderaron de su mente y su cuerpo.

Lentamente, profesionalmente los celadores bajaron la camilla, y se dirigieron sin prisas hasta el fondo de un pasillo, giraron a la derecha, entrando a una blanca y alicatada habitación, dejaron la camilla y se marcharon, lentamente, como habían venido.

Debajo de una inmaculada sábana blanca, sobresalían unos pies descalzos, anónimos, los mismos que 10 horas antes salieron con unas zapatillas grises, aún con el barro de su último uso, en busca de la FELICIDAD

 
 
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