La decadencia de la política en Argentina
por Manuel Mora y Araujo
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La política argentina en estos días electorales parece un espectáculo representado por actores, cómicos o farsescos. El mayor punto de contacto entre la población y la política está teniendo en lugar, precisamente, a través de un programa televisivo humorístico en el que actores excelentes imitan a los principales dirigentes; su rating es altísimo y ningún programa político serio puede aspirar ni a aproximarse a esa tasa de audiencia. En segundo lugar, las conversaciones cotidianas se refieren a los comerciales publicitarios de los candidatos; al igual que sucede con la publicidad comercial, la creatividad es valorada independiente del contenido del mensaje. De política la gente no habla.
En cuanto a los políticos, hablan de lo que a ellos les preocupa, que no tiene ni remotas vinculaciones con los temas que preocupan a las personas comunes. El mayor tema en debate es que el oficialismo ha decidido forzar a algunos gobernadores y jefes comunales a presentar sus candidaturas a diputados aunque luego no asuman el asiento. A la mayor parte de la población eso la tiene realmente sin cuidado.
El ex presidente Néstor Kirchner, candidato a diputado por la provincia de Buenos Aires -a la que él ha definido como la madre de todas las batallas- plantea esta elección como una justa épica del bien contra el mal en la que se juega el destino del país. Nadie cree eso ni nada parecido; para el común de la gente, el 28 de junio se elegirán diputados, los cuales desempeñarán una función en la que pocos confían -y eso si es que la desempeñan-.
Su segundo candidato, el gobernador Daniel Scioli -forzado a ser candidato sin renunciar a la gobernación- pasa los días explicando al público por qué no está mal ser candidato a diputado sin dejar en claro si asumirá su asiento en el Congreso o si continuara en la gobernación. Ni él ni sus ministros hablan de los problemas de la provincia de Buenos Aires, ni siquiera de lo que podrían mostrar que han hecho para enfrentarlos.
No sorprende que este dirigente que tiene alta popularidad con frecuencia esté siendo recibido con silbatinas y hasta con huevos en las localidades que visita, descendiendo de un helicóptero para no circular por las calles. Kirchner se muestra afable y simpático en sus recorridas de campaña electoral por las localidades; su discurso habla con frecuencia del "modelo", implicando que fue ese "modelo" el que dio al país cuatro años de alto crecimiento económico, pero no implicando si ese modelo tiene o no algo que ver con la economía estancada e inflacionaria de este año.
En la oposición tampoco los candidatos hablan de lo que a los votantes les preocupa. Su mensaje es simétrico al de Kirchner, solo que ellos representan el bien y el oficialismo el mal. Para peor, el bien del "antikirchnerismo" se muestra dividido. Los principales dirigentes opositores aparecen en los medios de prensa hablando mal unos de otros, no hablando de lo que harían si fuesen diputados o senadores. Lo que en la Argentina de hoy aparece como el "centro derecha" se expresa en la provincia de Buenos Aires a través de una alianza de dos dirigentes, Francisco de Narváez (neo peronista) y Felipe Solá (antiguo peronista), bajo la "marca Macri" (Mauricio Macri, el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, avala esa alianza y le imprime el sello de su buena imagen pública). Dejando de lado los spots comerciales, lo que más registra la gente de esos candidatos es que casi no hay día en que no tengan alguna pelea o distanciamiento entre ellos que se hace público.
En la coalición de "centro izquierda" es igual. Esa coalición resultó de un acuerdo entre el partido de Elisa Carrió, quien le pone su "marca", la Unión Cívica Radical que aporta la "marca" Alfonsín y la corriente que lidera el vicepresidente Julio Cobos -el hombre con mejor imagen en todo el país-. No sólo se reiteran las expresiones de desacuerdos entre esos dirigentes, sino que además cuando Cobos presentó sus propios candidatos para conformar las listas de la coalición Carrió comenzó a atacarlo. La candidata que encabeza esa lista, Margarita Stolbizer -de la corriente radical antialfonsinista- pelea con frecuencia con los radicales alfonsinistas, además de denostar, al igual que Carrió, a los candidatos de la otra lista opositora.
Todo eso es alimento preciado para los humoristas y los imitadores de la televisión, pero dice poco y nada acerca de lo que le espera a la Argentina, cualquiera sea el resultado de esta elección.
El diagnóstico es que la Argentina sufre una enfermedad del sistema político. El síntoma más notable es la crisis de la representación democrática. El ciudadano no se siente representado por los diputados -aunque vote a algunos- y en los hechos no está representado. Los partidos políticos prácticamente han desaparecido. Los dirigentes constituyen pequeños grupos de comité que hacen y deshacen sin preguntar a nadie. A veces entre ellos hay quienes ejercen posiciones de gobierno; en general, estos gozan de más confianza y son respetados. Pero muchos no son candidatos, por lo cual a lo sumo pueden proyectar su imagen a otros candidatos, que no por ser portadores de su "marca" necesariamente resultan más confiables.
Hace casi treinta años Paul Samuelson se refirió a la Argentina en un congreso internacional de economía y dijo que este país notable, que en medio siglo pasó de ser "el país del futuro" a ser una nación fracasada, sufría lo que él llamó "una crisis del consenso social". El diagnóstico de Samuelson parece correcto; tres décadas después, la crisis es aun más profunda, y la Argentina está económica y políticamente cada vez peor.
Lo que salva a este país es la sociedad misma, la "sociedad civil" y su gente, que hace que las cosas funcionen, aun con gobernabilidad precaria, con ciclos económicos muy fluctuantes y cortos, con alta incertidumbre y con una representación democrática de mala calidad. Si esta sociedad encontrase la fórmula para proyectar sus expectativas y demandas a la esfera política tal vez muchas cosas serían mejores.
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