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Año III - Nº 142 - Uruguay, 05 de agosto del 2005

 
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DEL MONSTRUO MITICO
AL SALVAJE NEOLIBERAL

* Fernando Pintos

En algún lugar se pone a cantar un gallo y el sol despunta lentamente. Siempre la misma historia. En lo recóndito de mi abominable madriguera maloliente me revuelvo entre murciélagos trasnochados, tarántulas legañosas y ese rumor ominoso que sólo pueden emitir aquellas oscuras computadoras con síndrome de asesino en serie. Desperezo teatralmente mis garras asesinas y afiladas en tanto exhalo un bostezo apocalíptico con todas mis fauces -siempre sedientas de sangre inocente- expuestas al aire viciado del escenario tenebroso que me rodea.

Los primeros pensamientos que sacuden los circuitos tortuosos de mi mente enferma son aquellos sempiternos de rutina: ¿a quién podré hacer daño este día? ¿Cómo me las arreglaré para perjudicar a la mayor cantidad de gente posible? ¿Cuál será mi mala obra maestra de esta jornada? ¿Por quién votaré en las próximas elecciones? ¿Llegarán con aumento las cuentas de UTE y OSE? ¿Qué inmoralidades podré ver hoy gracias a mi sistema de cable? He ahí mi monólogo de Hamlet, un poco gastado, deberé reconocerlo con ínfima contrición. Pero, al mismo tiempo, ¡toda una filosofía de vida resumida en unas pocas palabras! Ayn Rand y el doctor Simon de seguro me aplaudirían con entusiasmo& Animado por tan felices pensamientos, deambulo entre los límites de mi morada inicua, dejando un rastro legamoso de baba a mi paso y recitando, a voz en cuello como Satanás lo ordena, pasajes enteros del Wall Street Journal. Más que caminar, diríase que repto con la placidez majestuosa de una boa anaconda. Me detengo un momento para regar con cuidado amoroso mis retorcidas plantas de cicuta y chichicaste, para después acudir hacia la heladera exhalando risitas de ultratumba, esas mismas que tan insidiosamente me copiaron los guionistas de "Tales from the Crypt"& Abro la heladera. ¡Aaah&! Algunas vísceras crudas no me vendrán mal para el desayuno. (¿Qué sería de uno sin contar con el invalorable aprovisionamiento que proporcionan la morgue y los cementerios?).

Resuena entonces el teléfono, como siempre con estridencias macabras y retintines rocambolescos. ¡Cavernosa, resuena desde otro lado del auricular la voz excitada de un congénere! Ansioso por ser el primero en difundir la noticia, me cuenta que un tsunami ha devastado regiones enteras de Asia, ha matado a cientos de miles y dejado sin hogar a varios millones. Nos regocijamos y felicitamos mutuamente. Carcajadas de hienas en celo. Chillidos metafísicos de éxtasis orgásmico. Alaridos lancinantes. Esto es mucho mejor que practicar todas las variantes del Kama Sutra con Angelina Jolie o Cameron Díaz. Más congratulaciones mutuas. Emocionado por la primicia, prometo retribuir el favor mientras limpio, distraído, un reguero de baba verdosa que resbala por mi mentón. A continuación cuelgo.

Después de acicalarme debidamente -algunos mal pensados le llamarían "disfrazarse de gente"-salgo a la calle, con las obras completas de Adolfo Hitler bajo el brazo. Visto una elegante camiseta con la efigie carcajeante de Bill Gates impresa sobre pecho y espalda& Pero no se crean que vagaré al azar. Me he propuesto metas precisas. De acuerdo, no alcanzaré a hundir un país entero en la miseria ni promoveré alegremente el remate de los bienes de una nación entre media docena de piratas bajo el pretexto de una "inevitable privatización"& Pero si me encuentro con algún conocido, le daré la mano con uno de esos vibradores que propinan tremendos choques eléctricos& ¿Para qué son los amigos, si no? En aquella esquina pondré cara de circunstancias para entregar unos panes convenientemente trufados con purgante y vidrio picado a ese señor que pide limosna. Y no deja de ser una brillante idea indicar al ciego que deberá cruzar la calle justo cuando el semáforo se pone en luz roja& Tal vez les aburra el recuento de mis livianas travesuras diurnas, como esas inocentes pero resbalosas cáscaras de banana que regué a la salida de aquel colegio de párvulos. Mas convengamos en algo: soy un personaje malévolo por excelencia. El pecado siempre ha sido y seguirá siendo mi virtud esencial. El vicio es mi deporte predilecto. Los frutos de la perversidad devienen mi elixir. El dolor del prójimo es como una droga para mí.

Ahora bien: he aquí que el día es exageradamente largo y deberé juntarme con otros de mi calaña para ensayar alguna otra sana diversión, ya sea pegar fuego a un hogar de ancianos, envenenar las fuentes de agua de la ciudad, dinamitar varias torres del alumbrado eléctrico o robar la comida de los desprevenidos pollitos en algún criadero industrial de los alrededores&

No me comparen con Drácula, el monstruo de Frankenstein, el hombre lobo ni cualquiera de las creaciones terroríficas de Stephen King o H. P. Lovecraft, porque soy algo infinitamente peor. Soy, nada menos, un ente horrendo y abominable, detestado por la humanidad y anatematizado por los buenos, los justos, los nobles, los puros, los decentes y los altruistas& Soy& ¡ejem! Un salvaje neoliberal.