Cada vez que escuchamos un periodístico radial, surge el tema que mas nos preocupa, por nuestros hijos, nuestros nietos, nuestra profesión y por nuestra sociedad.
Lo mismo sucede en cada informativo televisivo o en diarios y revistas cuando escuchamos a ex-actores políticos que fracasaron institucionalmente y en forma estrepitosa, decir públicamente que “tengo una empresa que asesora en materia de seguridad”, avalando su actividad ese paso fugaz por el Ministerio del Interior donde realizaron – y realizan- “cursos intensivos” de Seguridad Pública, de Criminología, de control de disturbios civiles y hasta de violencia en los espectáculos deportivos.
Vivimos un oscurantismo cultural plagado de violencia y malos modos, de actitudes carentes de valores, fruto de un Estado sin cohesión y un pacto social hoy fracturado, donde ninguno de nosotros se cree responsable de nada, y el ninguneo y la chatura ha empalidecido el diálogo del cual estábamos orgullosos.
Ello ha traído una suerte de relativa impunidad para el trasgresor y un temor permanente para el que acata y sigue las reglas. Estamos permitiendo que una minoría selecta, radicalizada, que se maneja en todos los niveles societarios, se perpetúe y no admita soluciones para comenzar a ser un país en serio, alejados de la “uruguayez” que tanto mal nos ha hecho.
Si no comenzamos a cambiar culturalmente y modelar un tipo de sociedad distinta, donde quien denuncia no sea el “buchón” y el denunciado una especie de “Quijote” moderno, con sanciones y reconocimientos sociales.
Donde el normal sea el que trabaja todo el horario, cumpliendo con la producción y donde el empleado publico sea parte de la solución (empezando por nosotros mismos) y no parte del problema.
Donde no se premie ni se privilegie la “viveza criolla”, y sí se valore el coraje de levantarse a las 3, o las 4 de la madrugada, día a día, para ir a trabajar, con sueldos que habitualmente no alcanzan, pero sabiendo que se puede.
Que siempre, mientras lo normal sea normal y lo otro sea lo criticable, vamos a mantener una puertas y ventanas abiertas a la esperanza y a los sueños, por todos, pero principalmente por nuestros hijos, nuestros nietos, para verlos crecer con normalidad.
Para que no se tengan que ir y para ello no hay ningún sector social, empresarial, político, sindical o institucional, que no esté comprendido y por ellos es que deben comenzar a avizorarse las soluciones, basadas en la tolerancia, en el respeto por todos, aún en la alteridad, pero, por sobre todo, en la autocrítica y la toma de conciencia que así como vamos no precisamos del cambio climático para ir directos al despeñadero.
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