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Año V Nro. 315 - Uruguay, 05 de diciembre del 2008   
 

Visión Marítima

historia paralela

 
Helena Arce

Juana y yo
por Helena Arce

 
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         Quien no recuerda con inmensa ternura ese la primera  frase: “Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.”  Cuantos hemos aprendido a leer en esa prosa pura poesía donde nos relata Don Juan Ramón su amor por su burro adorado.

         Esa relación increíble entre un ser humano y su mascota,  o en el caso que nos ocupa mi perra y su mascota, o sea yo. Juana en realidad es “grande, fuerte y negra, su manto negro relucía en el resto de su cuerpo, sus ojos feroces para los ajenos, pero tiernos para mí”;  ahora que los años han pasado, como no esconde sus canas, ya el manto no es tan negro, su cuerpazo no es tan firme, ni sus ojos tan fieros.

         He sido por casi 13 años ya, su “humana”, y eso Juana si lo tiene claro. Ella sabe que le pertenezco, soy su propiedad privada. Nadie que ose pasar por mi lado es aceptado buenamente. Claro es una perra tolerante, digamos que quiere a mi marido y a mi hijo, pero luego si alguien quiere estar conmigo de charla, siendo más joven debía  invitarla a irse a dar una siesta en otra parte de la casa, pues Juana nunca asumió de buena gana compartirme con ajenos al núcleo familias más íntimo, digamos que tampoco le gusta que mi marido y mi hijo acaparen mi atención que entiende únicamente para ella, pero como no hay más remedio…….

         Fue cuando cachorra,  sin lugar a dudas una perrita feroz, aunque seamos justos nunca atacó a nadie, ella camina junto a mí, camina olímpicamente  ignorando la existencia de  quienes pasan por nuestro lado, siempre y cuando los demás hagan lo mismo.. Y no importa si va con correa o sin ella, en realidad la correa la llevo para cuidarla de los autos, ella puede recorrer el camino que sea sin moverse de mi lado, sin mirar a nadie que no sea yo.

         Claro  siempre aparece alguien que dice: “que hermosa perra”, “yo tengo tan buena relación con ellos” y amaga a tocarla, la reacción de ella no se hace esperar, enseguida muestra sus dientes y larga  un gruñido Pero basta que yo le diga: “quieta Juana”, para que así lo haga. Siempre ha sido terriblemente obediente.

         Muchas veces me pregunto cuando escucho perros que atacan personas, donde estaban sus amos, conciente como somos que Juana no es una tierna perrita gustosa que la acaricien manos extrañas, nunca la hemos dejado sola con nadie, ella anda siempre con alguno de nosotros, o queda en casa. Ha salido de vacaciones en familia, en alguna cabaña que hemos alquilado, siempre el comentario es el mismo: “Pero que bien se porta esta perra” Y jamás ha estado atada, No es una perra simpática, siquiera es juguetona, más bien hace gala de mal humor. Sin embargo en sus casi ya 13 años de vida, lo único que ha hecho es cuidarme, acompañarme y extrañarme si acaso no estoy.

         Sin embargo esta ovejera alemana, con su manto negro, que inspira miedo sabe ser el ser mas tierno para conmigo, ha llegado al punto de trancar su boca pronta para el mordiscón si mi mano se mete en ella. Aun en sus múltiples visitas al veterinario, nunca necesita un bozal, alcanza que pegue mi cara a la suya y ella aguanta cualquier dolor, rezonga, resopla, lloriquea bajito para que solo yo la sienta, pero aguanta pobrecita.

         Ha dedicado su vida simple y llanamente a mi persona. Se recuesta en el piso al lado de mi escritorio cuando estoy trabajando, ha sabido esperar sin protestar a que pueda darle de comer, abrirle la puerta para que salga a tomar agua a su tacho, lo que hiciese falta para que tuviese tiempo para abrirle a que fuese al patio,  a su baño. Suele dormir al costado de mi cama, muchas veces cuando era más joven de pronto mi mano dormida la buscaba y no la encontraba, es que ella había escuchado algún ruido nocturno, y entonces cambiaba de lugar de dormir y se atravesaba en el zócalo de la puerta. Nadie osaría pasar donde dormíamos tranquilos, ella custodiaba nuestro sueño. Ahora ha cedido ese encargo a una perra más joven, ella se acurruca lo más cerca posible de mí, a dormir largas siestas, si es posible apoyarse en mí, mejor.

         Una vez corrió solita a unos ladrones que se colaron en casa en nuestra ausencia, la habían encerrado, tanto y tanto esfuerzo hizo que abrió la puerta y evidentemente los echó pues se fueron sin llevarse nada, y ya habían comenzado a sacar las cosas del placard. Quedaron como testigos las marcas de sus patas arañando la puerta y la pared.

         Me la regalaron a los 17 días de vida, pues la iban a ahogar, no querían a las hembras, pues habían sido varias y la madre no daba abasto. Siempre dije que me faltó parirla, pues obviamente tuvo todas las enfermedades habidas y por haber, durante sus primeros 6 meses únicamente se alimentó a suero oral, que cada media hora le daba. Pero el esfuerzo por mantenerla con vida en  esa primera etapa, me ha significado su amor incondicional, no ha sido cargosa, si obvio es feliz si le hago mimos, pero le alcanza echarse a mi lado tranquila mientras trabajo. Cuando debo ausentarme más de un día de mi casa, me van a buscar a la terminal con ella, y los últimos metros la sueltan, corre como si el alma se le escapara hasta mí.

         He pasado los años más seguros de mi vida, sabedora que nadie podría aun queriendo dañarme, pues deberá primero pasar por ella. He pasado los años más acompañados de mi vida, pues se que más allá de mis afectos humanos,  ella siempre está pendiente de mí.

         Cuando dicen que algunas razas de perros son peligrosas, y nombran entre ellos los ovejeros alemanes, siempre pienso lo mismo: “quien lo dice nunca fue la mascota de un ovejero alemán”. Claro para serlo, hay que ser una mascota responsable, estar alerta con quienes visitan la casa, no dejarlos solos con ellos.

         Juana incluso ha tenido que “soportar”, demostrando que es así además, a desgano, la presencia de amigos. Ahora que los años han pasado, no tengo que invitarla a sestear, se echa a mis pies, y con un gruñido de advertencia al intruso/a, se duerme. Pero eso no significa que admita a nadie, por más conocido que sea cuando no estamos nosotros.

         Tenemos claro que si ella está sola, para entrar alguien debe hacerlo acompañado por los de la casa, “su familia”.

         Juana me mira y ambas nos entendemos, me ha consolado, ha compartido mis alegrías, se ha quedado cerca pero distante cuando me ha visto enojada. Si me ve con un bebé en los brazos simplemente se va a un rincón y llora bajito, ha aceptado la convivencia con otras mascotas, dos perras y una gata, sin embargo ella sabe y yo se, por más mascotas o personas que convivamos en la casa, ambas nos pertenecemos mutuamente, no importa lo que esté haciendo, si busco encontraré cerca de mí en algún lugar su inmenso cuerpito echado y unos ojos enormes que me siguen por donde quiera que vaya. Cuando ando por la casa, se que hay dos ojos que siguen mis pasos, como dijo Neruda en el poema a su perro “No, mi perro me miraba dándome la atención que necesito, la atención necesaria para hacer comprender a un vanidoso que siendo perro él, con esos ojos, más puros que los míos, perdía el tiempo, pero me miraba con la mirada que me reservó toda su dulce, su peluda vida, su silenciosa vida, cerca de mí, sin molestarme nunca, y sin pedirme nada”.

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