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Más allá de la ciencia-ficción…
Breve atisbo a la obra de Bradbury
por Fernando Pintos
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Dentro del vastísimo panorama de la ciencia-ficción, muchos críticos no han vacilado en señalar a Ray Bradbury como el mejor de los autores posibles. Esto sorprenderá un poco a los innumerables admiradores de Isaac Asimov, quien ha sido, diríase que por lejos, el autor más prolífico y exitoso dentro del género. Mas, para explicar tamaño fenómeno, habrá que comenzar por explicar una clasificación fundamental. La ciencia-ficción se divide en dos corrientes principales. Una de ellas es la que ha sido bautizada como «ciencia-ficción dura». La otra, es la llamada «ciencia-ficción blanda». La primera es aquella que se apega estricta o principalmente a los aspectos científicos. La segunda, por su parte, apela especialmente a las especulaciones de la fantasía, y surge de ello que algunos denominen globalmente al género como «fantaciencia». Partiendo de tales premisas, se debe decir que en tanto Isaac Asimov ha sido el mejor exponente de la rama «dura», Ray Bradbury ha sido el indiscutido pope de la vertiente «blanda».
Nada ayuda mejor a comprender a una persona que sus propias palabras. Y el mismo Bradbury ha plasmado una autodefinición personal que, por interesante, transcribiré renglón seguido:
«Julio Verne fue mi padre. H. G. Wells fue mi tío sabio. Edgar Allan Poe era el primo con alas de murciélago que guardábamos en lo alto del desvan.Flash Gordon y Buck Rogers fueron mis hermanos y amigos. He ahí mi linaje. Añadiendo, por supuesto, el hecho de que Mary Wollstonecraft Shelley era mi madre»…
Sólo quien haya leído con atención la obra de Bradbury podría testimoniar la exactitud de tales palabras. Una prosa tan rica como límpida, una indudable vena poética, una clara intención moralizadora y una poderosísima fantasía se han constituido en sus principales armas. Pero la verdadera clave de la obra de Bradbury puede encontrarse en una definición aportada por el escritor francés Louis Pauwels, quien a ese respecto escribía lo siguiente:
«…Uno de los más bellos poemas de nuestra época lleva por título “Crónicas Marcianas”. Su autor, un americano, cristiano a la manera de Bernanos, temeroso de una civilización de autómatas: un hombre lleno de cólera y caridad. No es, como piensan en Francia, un escritor de ciencia-ficción, sino un artista religioso. Se vale de los temas de la innovación más moderna, pero si pinta viajes en el futuro, es para describir al hombre interior y su creciente inquietud».
En buena medida coincido con las palabras de Pauwels, y es por ello que prefiero la obra de Bradbury a la de Asimov, si bien declaro que ambas son excelentes.
En los anaqueles de nuestras librerías posmodernas, en las postrimerías del Año de Gracia de 2008, pleno siglo XXI, todavía se pueden encontrar numerosos libros emergidos de la inspiración de Bradbury. El título principal, según mi punto de vista será siempre, por lejos, «Fahrenheit 451», una novela acerca de un futuro extraño y espinoso, en el cual los bomberos se han convertido en una especie de gestapo, destinada a perseguir lectores, a secuestrar y quemar libros, a espiar y detener disidentes y subversivos (que siempre son lectores disimulados o clandestinos)… Porque, en esa difícil época que rememora una tenebrosa caricatura del «1984» de Orwell, está draconianamente prohibida la palabra impresa. La versión teatral de esta obra ha sido escrita por el propio Bradbury, y recuerdo haber presenciado, tal vez en 1984, un excelente montaje que se realizó en un teatro montevideano.
Pero es en la narrativa breve, donde el Bradbury magistral se manifiesta en toda su opulencia. Esos estupendos relatos están agrupados en varios volúmenes que a su vez exhiben unos títulos sumamente sugestivos. «Crónicas marcianas» y «El hombre ilustrado» son, sin duda, los más disfrutables. El primer título consta de 25 relatos que se desarrollan, cronológicamente, entre 1999 y 2026, constituyéndose en una crónica de la conquista del planeta rojo por parte de los humanos… El segundo está integrado por 20 narraciones —incluyendo el prólogo, que también a su manera lo es— donde se fabulan las angustias y perspectivas del hombre actual, si por «actualidad» tomamos los años 60 y 70 (carrera espacial, guerra fría, amenaza nuclear, revolución sexual, guerras de posguerra, etcétera), a través de una cantidad de imágenes que han sido grabadas directamente sobre la piel de un vagabundo. Dentro de una tónica similar, si bien careciendo de la ilación temática que se encuentra en los dos anteriores, se deben mencionar «Las doradas manzanas del sol», «Fantasmas de lo nuevo», «Cuentos espaciales», «El vino del estío» y «El convector Toynbee». En todos los libros mencionados, cualquier lector acucioso encontrará manojos de relatos excitantes, que se presentan no sólo repletos de una lírica subyacente, sino también pletóricos de un humanismo mesurado, el cual jamás peca por retórica, exageración o estridencia.
Reconozcamos que algunos de los libros de Bradbury pueden resultar extraños para un lector adicto a la ciencia-ficción. En tal caso se encuentra «El árbol de las brujas», una vertiginosa alegoría que tiene como protagonistas a un grupo de niños y como telón de fondo la festividad de Halloween. En esta última línea también debe hacerse mención de «La muerte es un asunto solitario», un homenaje a la novela negra norteamericana que el autor ha desarrollado con fuertes componentes de humor y nostalgia. En cualquier caso, los relatos de este magnífico autor, sobrepoblados por abuelas mecánicas, niños de cuatro dimensiones y humanoides ilustres, justifican la admiración que durante décadas ha despertado en personajes tan célebres y al mismo tiempo dispares como Ingmar Bergman, Bertrand Russell y Jorge Luis Borges.
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