|
Verdades sobre nuestra educación
por Ignacio de Posadas
|
|
|
Enfoque
Con dos golpes -ambos de izquierda- el gobierno decretó su knock-out técnico. Primero resolvió entregar al establishment educativo estatal la friolera de miles de millones de dólares, a sola firma, ya que no le exige nada en contrapartida (niveles de eficiencia, esfuerzo, NADA). Como si fuera un gobierno rico que, además, maneja plata propia. En un curiosísimo razonamiento, el Frente justificó la medida diciendo que era el cumplimiento de una promesa. Sin percibir el detalle de que si el compromiso fue propio, la plata es de otros.
Concretamente, de la sociedad. La dádiva no es un fin en sí mismo, ni el cumplimiento de una obligación propia. Debe ser un medio, sólidamente fundado, para generar una obligación en quienes reciben dineros de la sociedad y deben administrarlos para ella, dando un retorno conmensurable al sacrificio y medible en términos de calidad y cantidad. Para ello, la dádiva tenía que ir acompañada de términos específicos pero, además, que el receptor tuviera, en su ser, componentes de lo que en inglés se llama "accountability".
Nada de lo primero contiene la norma dadivosa.
En cambio, andados algunos meses, el gobierno modificó la estructura institucional del ente receptor de los dineros de la sociedad, aumentando aún más su sujeción a las corporaciones que de él viven, consiguiendo así que se abroquele todavía más de lo que ya está y perfeccione su blindaje ante cualquier llamado a rendir cuentas, sea de la sociedad, sea de sus representantes. Lo que permitirá a las susodichas corporaciones alcanzar el Nirvana soñado durante años: igualdad para todos, con las mínimas exigencias y sin cambios que puedan venir a alterar la tranquilidad del más rancio conservadurismo yorugua.
Apenas esa quimérica idea del Presidente, de complicarle la vida a los docentes repartiendo computadoras a los educandos. Pero no será mayor problema: la burocracia es "crá" en anular innovaciones. De aquí a algún tiempito, el único Ceibal en pie será Regules.
Mientras tanto, el mundo seguirá andando tecnológicamente y en su avance exigirá más y más una formación acorde. Para un mundo globalizado que procesa cambios a gran velocidad hay que tener una formación del más alto nivel, especialmente en matemáticas, ciencias e idiomas. Quienes no la posean verán como sus posibilidades de empleo se van haciendo cada vez más difíciles, más escasas y peor remuneradas.
Para esa realidad, un sistema educativo que coloca como una de sus prioridades llevar la igualdad entre educandos (y entre educadores), al rango de sumum bonum, es una fórmula para el fracaso.
Educar implica apuntar a la excelencia y para ello hay que exigir y las dos cosas descubren o hasta generan diferencias.
Necesariamente hay que diferenciar. Entre los alumnos, pero también entre los educadores. Ayudando a los que no dan la medida, pero sin consentir flojedades y mediocres y premiando a los mejores y a los que mejoran.
Es evidente que el nivel de un sistema educativo depende de los recursos económicos con los que cuente, pero no en la forma lineal que pintan las corporaciones y sus simpatizantes o temerosos candidatos. Más plata para todos no hará que levante el nivel. Muy por el contrario, si todos reciben todo igual (remuneración y exigencia), nadie descollará. La mediocridad se consolidará, graníticamente.
Y hablando de los criterios en el uso de los recursos de la sociedad para la educación de sus jóvenes, la mentalidad de no destinarlos a institutos privados, con el argumento de que allí van los ricos, es bastante tonta. En primer lugar, ojalá que todos los alumnos de instituciones privadas fueran de familias ricas: significaría que el país tiene un alto nivel económico. Pero aún si así fuera, el utilizar dineros de la sociedad para becar estudiantes en colegios, liceos y universidades privadas sería una excelente inversión social. Para empezar, debe ser mucho menor el costo de una beca en el colegio más caro del Uruguay que lo que hoy se gasta por educando en el sistema público. Más aún si hacemos la cuenta como se debe (PBI x 4,5% dividido por resultados), entendiendo por tales el número de egresados (no de "salvados" porque sí).
Por otro lado, como es de presumirse que la incorporación de hombres y mujeres bien formados a la vida del país habrá de redundar en beneficio de toda la sociedad, es eminentemente sensato que se utilice al menos una parte de los dineros (escasos) de esa sociedad en una apuesta probablemente más económica, más segura y más eficiente.
En las épocas de oro, cuya añoranza se ha tornado para los Orientales en especialidad de práctica diaria, el sistema educativo público fue LA gran herramienta de integración social, por la vía de mejorar la capacitación de los estratos sociales menos pudientes.
Hoy, triste ironía, con su filosofía igualadora, el sistema lo que hace es agudizar las diferencias en perjuicio de quienes menos recursos tienen y que, en lugar de elevar su nivel cultural lo deprime, en busca de eliminar enojosas diferencias. Es que no hay otra forma de igualar que hacia abajo.
Todos somos contestes en que hay que apostar a la formación. Apostar, no tirar plata al tuntún.
Comentarios en este artículo |
|
» Arriba
|