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Año V Nro. 328 - Uruguay, 06 de marzo del 2009   
 

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Dentro de un año
por Luis Alberto Lacalle Herrera

 
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          Dicen los criollos que no hay tiempo que no pase ni tiento que no se corte. Y así es que nos encontramos a doce meses del día señalado por la Constitución para que el ciudadano electo este año de 2009, jure como Presidente de la República y se inicie un nuevo período de gobierno. Esa magnífica regularidad recuperada, esa sólida legitimidad reafirmada en el pronunciamiento del soberano es honra de nuestra sociedad y orgullo de los orientales. Un nuevo gobierno. Nada más que un nuevo gobierno. Una nueva apertura a la esperanza, nuevas ansiedades de quienes llegan al poder y fin de las de los que lo dejan. En una palabra, la democracia en su plenitud.

          De hoy a entonces doce meses muy intensos, preñados de acontecimientos de toda índole, pero reglados por un calendario inamovible que, sabiamente establece tres diferentes niveles de participación de los ciudadanos y de compromiso de los dirigentes. La nueva legislación electoral aprobada en el año 1996 desagregó lo que antes se hacía en un solo e instantáneo acto para llevarnos, mediante lo que podríamos llamar aproximaciones sucesivas, a acercarnos a la decisión final en forma pausada, centrando poco a poco el interés popular, exigiendo cada vez más atención a las opciones y más cuidado en las determinaciones que se adopten. Diríamos que el legislador prefirió que el votante tuviera más de una oportunidad para pensar su decisión, estuviera en condiciones de variar el rumbo o de volver sobre sus pasos, según se trata de una u otra instancia.

          La gran novedad jurídico-política es sin duda la de las candidaturas únicas por partido. El fin del doble voto simultáneo marcó un cambio copernicano en nuestras costumbres y prácticas electorales, quizás aún no asumido del todo. Las elecciones internas son el momento más delicado del proceso. Los que deseen participar -no olvidemos que el voto es voluntario- deben transitar un camino estrecho y difícil.

          Por un lado defenderán sus legítimas preferencias dentro de cada colectividad. Por otro deben de ser conscientes de que inmediatamente de conocido el resultado, la que fue rivalidad debe devenir cooperación, acuerdo, cerramiento de filas para encarar la otra instancia. ¿Hasta dónde llegar entonces en la diferenciación? Esa es la gran cuestión que tenemos por delante dentro de pocas semanas y en todos los partidos. Seguramente, que en esta instancia tienen ventaja los partidos históricos porque más allá de sus divisiones poseen un substrato, un común denominador que a la larga aglutina, ayuda a cerrar heridas y es responsable de un par de continuidades históricas únicas en el mundo. Pero ello no implica inmunidad total ante los peligros de extremar las diferencias. Más problemas advertimos y lucen claramente en su propia composición, en el conglomerado frentista, fuerza nacida por acumulación de muy diferentes elementos y por ende proclive a que se le noten lo que Pivel Devoto llamaba "los puntos de sutura". Esta característica se ha acentuado en la circunstancia de ejercer el gobierno, período en el que las esencias ideológicas se han manifestado en su enorme diferencia. Pero en todos los agrupamientos el deber de la dirigencia es el mismo, mostrar los matices necesarios para que realmente se pueda optar con fundamento y a la vez ofrecer para un eventual ejercicio gubernativo ulterior, un mínimo de solidez.

          La etapa siguiente es más simple en cuanto a la menor cantidad de opciones, pero mucho más grave en sus consecuencias. Ya estaremos en ese momento eligiendo gobierno, es decir, un grupo de personas que durante cinco años podrán conducir el país, aprobar actos regla de cumplimiento obligatorio por todos y de crear unas u otras condiciones para que las fuerzas naturales del país se desarrollen. En octubre somos convocados a elegir con lema, con partido, en una definición que junta la preferencia por el candidato, con la pertenencia a un grupo político con sus propias características y sus tradiciones. La hoja de votación se encabeza con la denominación partidaria. Con ello el constituyente ha dicho "doy una primera opción para la elección del presidente, si alguno logra la mayoría bajo un lema partidario, concluye el proceso". Esta fue una reacción ante las presidencias que se sucedieron después de la dictadura, las que se edificaron sobre bases de minorías mayores, con presidentes votados en forma directa por el 20% del electorado y por tanto, poseedores de débil base para su poder, desde el principio.

          Finalmente y en forma eventual, el gran fin. Si no se cumplen las condiciones antedichas, comparecen sólo dos fórmulas, sin lema, sin distingos partidarios, apelando a todo el espectro de opinión. Ya no estamos en el reino de los partidos, no hay ataduras de ese tipo. Solamente dos parejas de candidatos, una de las cuales será la vencedora. Como en toda opción binaria, no hay dudas ni distracciones posibles. Es uno u otro. Quienes antes votaron de una manera, deben de pensar en forma distinta. Antes se jugaron por su candidato dentro de un entorno partidario, ahora se trata de calibrar la cualidades de los que se ofrecen en clara función de su capacidad y cualidades para ejercer el mando.

          Un año lleno de acontecimientos. Un año para ejercer derechos. Un año para actuar responsablemente, porque no hay manera de remediar el error, hay que esperar otros cinco años…

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© Luis Alberto Lacalle Herrera
 
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