|
Cielito de la memoria
Cielito cielo que sí,
cielito de la memoria
giramos siempre en lo mismo
como el burro en la noria.
Cielito nos guarde Dios,
o nos guarde quien sea,
pero mire si estos versos
que Hidalgo un día escribiera,
con Artigas en las lomas
y Fernando en la tronera,
no parecen tan fresquitos
como el pan de la panera.
Estaban cielito una tarde
los amigos Chano y Contreras,
dos figuras importantes
en las coplas del Poeta.
Contreras quería saber
de Chano su parecer,
cómo veía el compadre
cielito la situación,
y mire lo que le dijo
el hombre de la cuestión:
“En diez años que llevamos
de nuestra revolución
por sacudir las cadenas
de Fernando el balandrón:
¿qué ventaja hemos sacado?
Las diré con su perdón.
Robarnos unos a otros,
aumentar la desunión,
querer todos gobernar,
y de facción en facción
andar sin saber que andamos:
resultando en conclusión
que hasta el nombre de paisano
parece de mal sabor”
Muy triste esa verseada,
muy triste esa visión,
constata el amigo Contreras
y agrega, a modo y manera,
esto a continuación:
“Pues yo siempre oí decir
que ante la ley era yo
igual a todos los hombres.
Mismamente, así pasó,
y en papeletas de molde
por todo se publicó;
pero hay sus dificultades
en cuanto a la ejecución.
Roba un gaucho unas espuelas,
o quitó algún mancarrón,
o del peso de unos medios
a algún paisano alivió;
lo prenden, me lo enchalecan,
y en cuanto se descuidó
le limpiaron la caracha,
y de malo y salteador
me lo tratan, y a un presidio
lo mandan con calzador;
aquí la ley cumplió, es cierto,
y de esto me alegro yo;
quien tal hizo que tal pague.
Vamos pues a un Señorón;
tiene una casualidá…
ya se ve… se remedió…
Un descuido que a un cualquiera
le sucede, si señor,
al principio mucha bulla,
embargo, causa prisión,
van y vienen, van y vienen,
secretos, admiración,
¿qué declara? que es mentira,
que él es un hombre de honor.
¿Y la mosca? No se sabe,
el Estado la perdió,
el preso sale a la calle
y se acaba la función.
¿Y esto se llama igualdá?
¡La perra que me parió!
Payada dura y fulera
como se puede observar,
pero el mate se lavaba
y se vaciaba la caldera,
y entonces muy ligero,
con dos versos postreros,
el buen compadre de Chano
sin vueltas la remató.
Tratan de la plata pública
y su rara desaparición:
“Lo que a mí me causa espanto
es ver que ya se acabó
tanto dinero, por Cristo;
¡mire que daba temor
tantísima pesería!
¡Yo no sé en qué se gastó!”
/…/
“De composturas no hablemos:
vea lo que me pasó
al entrar a la ciudad;
estaba el pingo flacón
y en el pantano primero
lueguito ya se enterró,
seguí adelante ¡ah barriales!
Si daba miedo, señor.
Anduve por todas partes
y vi un gran caserón
que llaman de las comedias,
que hace que se principió
muchos años y no pasa
de un abierto corralón,
y dicen los hombres viejos
que allí un caudal se gastó,
tal vez al hacer las cuentas
alguno se equivocó
y por decir cien mil pesos…
Ay, déme otro cimarrón”.
O sea que mire usted,
ya van doscientos años,
alguno más o menos,
mi esquilmado lector,
que esa Casa de Comedias,
ese monstruo fulerón,
que hoy llamamos Sodre
y antes Gran Corralón,
se va tragando la guita
sin que se pueda saber,
quién se equivocó en el Debe
y quien se llevó el Haber…
Cielito cielo que sí,
cielito cielo que no,
esta es memoria histórica,
la pucha que lo tiró.
Cielito desde el arranque
de la patria y de la gloria,
quien puede, mete la mano,
quien no, pone la boina.
Cielito desde que Artigas
peleaba al rey de España,
nos cuentan las mismas cosas
y son las mismas patrañas.
Cielito cielo que sí,
se lo digo en voz muy alta:
si no le gusta el planteo,
¡vaya a cantarle a Magaña!
|