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Año IV - Nº 228
Uruguay, 06 de abril del 2007
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Fernando Pintos
Los lobos de Oriente…
Y las ovejas de Occidente

por Fernando Pintos
 
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            Relata Esopo, que siendo los perros diligentes guardianes del rebaño, se hacía imposible a los lobos causar entre las ovejas aquellos estragos a que sus salvajes instintos les impulsaban... Una vez que tuvieron comprobada la imposibilidad de una acción frontal, los depredadores enviaron emisarios a las ovejas, alegando que deseaban pactar con ellas una paz eterna. La garantía de aquella nueva era dorada de felicidad, habría de ser mutua: las ovejas entregarían sus perros a los lobos, y éstos dejarían sus lobeznos al cuidado de aquellas. Convencidas por estos sagaces argumentos, las ovejas sellaron el acuerdo y de tal manera, los perros pasaron a poder de los lobos, y los cachorros de éstos se alojaron junto a la majada.

            Pero, aquella misma noche, todos los perros fueron pasados a degüello mientras dormían. Mientras aquello acontecía, los lobeznos comenzaron a aullar lastimeramente llamando a sus madres y el epílogo resultó no ser otro que el imaginable... Los lobos acudieron hasta donde descansaba la majada, y argumentando que las ovejas habían maltratado a sus crías, se lanzaron sobre ellas y las despedazaron. Los perros —por supuesto—, no pudieron defender a las víctimas, pues todos estaban muertos.

            A partir de su formulación, esta conocida fábula ha acompañado el mundo imaginativo de incontables generaciones de niños y jóvenes en nuestros países occidentales y a nadie debe ocultársele el sentido de la moraleja que va en ella implícita: resulta verdaderamente estúpido —y si me piden agregar otro par de adjetivos, optaría por «suicida» y «demencial»— poner en manos de nuestro peor enemigo aquello que constituye nuestra principal o única defensa...

            Sí… Estúpido, suicida, demencial… Y esto hasta los niños más pequeños lo saben, pero, aparentemente, los genios políticos y estratégicos de nuestras sociedades occidentales lo ignoran con olímpico desdén. Una extraña amnesia agobia, de varias décadas a esta parte, las mentes dirigentes del mundo occidental y pretendidamente cristiano, cuando, a la hora de firmar pactos, convenios y acuerdos con el enemigo totalitario, se ubican en torno a la mesa de negociaciones.

            Resulta en esos casos que, para nuestra desgracia, se impone por regla general el carácter eminentemente pacífico y permisivo que, a estas alturas, antes bien luce abyectamente cobarde en las democracias... Y como lógica consecuencia, las zalemas y promesas del lobo —pocos años atrás fue marxista; en el presente es en parte comunista, en parte islámico—son aceptadas como moneda válida para cualquier transacción imaginable. El lobo totalitario/terrorista promete y el mundo ovino, este universo asquerosamente ovejuno que nos ha tocado vivir, cede territorios y posiciones estratégicos en lo que, a no dudarlo, para el enemigo de Occidente representa cada vez un brillantísimo negocio.

            Se entonan promesas de paz por cuando menos un siglo (o dos o diez, que a la hora de prometer, cualquier cantidad da lo mismo) pero, a cambio de ello —y en un sólo paquete—, tal como antaño se devoraron Estonia, Letonia, Lituania, Hungría, Alemania Oriental, Checoslovaquia, Yugoslavia, Albania, Bulgaria, Polonia, Rumania y Corea del Norte...  Ahora, pretenden arrasar con Israel, e invadir el mundo occidental con sus detestables migrantes, con sus quintas columnas terroristas, con sus odiosas mezquitas, con su música cacofónica y sus bárbaras costumbres premedievales… (Sin olvidar las montañas de baratijas provenientes de China continental).

            Afirmaciones de pacifismo a ultranza (a Marx o a Mahoma rogando, pero con el mazo biónico dando, y dando, y dando...) pero, ¿a cambio de qué?… Poco tiempo atrás, recibían impunidad para los desmanes de los partidos comunistas en todo Occidente; toma del poder por parte del comunismo en China continental; guerra de Corea; creación de Vietnam del Norte; victimización de Vietnam del Sur; esclavización y genocidio irrestrictos en Cambodia… Ahora, reciben impunidad ataques contra Israel; para el incesante holocausto que han desencadenado en El Líbano, ese país cristiano del Cercano Oriente; para las presiones y amenazas terroristas en todo el Mundo Libre; para chantajes flagrantes, como el reciente terremoto provocado por la publicación de unas caricaturas de Mahoma; para más chantajes utilizando el petróleo como arma; para la escalada económica de la China comunista; para las payasadas del tirano de la Corea comunista; para la permanencia y absoluta impunidad del despótico régimen comunista cubano… Y para tantas otras aberraciones por el estilo.

            Lloriqueos reiterados con tufo de telenovela barata, resuenan en el ámbito de las Naciones Unidas, invocando los más altos ideales humanistas y altruistas (mientras aprovechan, de paso, para sonarse las narices ruidosa­mente con lo solapa del Presi­dente norteamericano de turno)… ¡Y que la función continúe! Porque están seguros de que, tarde o temprano, una envilecida asamblea de la ONU podría votar por la desaparición del Estado de Israel y la masacre irrestricta de su población.

            También resuenan de vez en vez declaraciones rimbombantes de de­sarme (¡cuánto desperdicio inútil de saliva! ¿No les parece?) mas, ¿qué tendremos a cambio de todo ello?: revoluciones, terrorismo y violencia en todo el ámbito del Mundo Libre. Reduc­ción de la zona blanca o limpia del Planisferio y, como contrapartida, una peli­grosa y constante extensión de la zona roja y sucia... Roja de sangre, sucia de violencia, despotismo y  terror.

            Y podríamos seguir agregando más elementos a este desolador panorama, aunque lo precedente bastará para ejemplo claro de cómo, a cambio de palabrería hueca, la trouppe gangs­teril del terrorismo islámico y comunistoide viene consiguiendo avances y ventajas que —y esto es lo más triste del caso—, se pagan con la sangre, el sudor, el dolor, las lágrimas y la tortura de incontables víctimas inocentes.

            Precisamente, si tanto se preocupan los políticos occidentales por el archi manido tema de los derechos humanos, sería hora de que se preguntaran de qué atroz manera, tantísimos millones de personas se ven diariamente pisoteadas, humilladas, esclavizadas y vapuleadas por los regímenes islámicos de Irán, Siria y muchos otros países.

            Porque estemos en algo de acuerdo: los seres humanos son iguales y tienen los mismos derechos en cualquier latitud del globo… ¿Verdad que sí? Un cubano, un polaco, uzbeko, un rumano, un iraní, un libanés o un vietnamita, tienen los mis­mos humanos e inalienables derechos que un norteamericano, un inglés o un uruguayo.

            Sin embargo, nadie parecería preocu­parse mayormente por el infortunio que sufren día tras día los desdi­chados habitantes de esos países escla­vizados. Ni de que tantas personas vivan, todavía, en esos «preciosos» «paraísos» comunistas, al estilo de Cuba, Corea, China o Vietnam del Norte… Y eso es lamentable, porque demuestra que el imperialismo, ya sea comunis­ta o islámico, se hace fuerte, poderoso y pujante gracias a la cobardía, debilidad y entreguismo de las potencias occidentales, que todavía no han aprendido que, una concatena­ción de cobardes concesiones al enemi­go, o hace sino avivar el grosero apetito expansionista de éste.

            Y tanto es así, tan flagrante resulta esta situación, que hasta la misma creatura tragicómica del Caribe (me refie­ro a esa marioneta barbuda que, a estas alturas ya embalsamada, prosigue cacareando con sordina por obra de alguna corporación de ventrílocuos), se dio tanto el lujo de realizar sus viejos sueños de tirano imperial, mandando cincuenta mil desgraciados a servir como cipayos y carne de cañón para sus amos soviéticos... Como la feliz concesión de sobrevivir la caída estrepitosa de su amada Unión Soviética para seguir viviendo como un reyezuelo tropical a costa del hambre, la explotación y el régimen de terror impuesto a sus desdichados súbditos cubanos… Ese mismo personaje que ahora, ya cadáver y apestando, prosigue su tenebroso show gracias a un equipo profesional de titiriteros comunistas, para mantener a Cuba como un país enfermo, y al cubano como un pueblo esclavo y atemorizado… Y todo ello sin que nadie mueva, en el mundo occidental, tan siquiera un dedo para remediar esa situación atroz.

            Todo eso sucede de tal manera, porque son cada día menos quienes parecen haber comprendido que de nada sirve el don precioso de la vida, si se ha de arrastrar ésta entre las mias­mas de una esclavitud oprobiosa y abyecta; y que, antes que permitir la esclavitud de una generación presente y, para colmo, de todas las posteriores, sería mil veces preferible morir de pie: con la cabeza levantada y de cara al sol.

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