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EL PASO MOLINO
Recopilación de Alvaro Kröger
Sobre un texto de José María Fernández Saldaña |
l Diccionario Geográfico de Araújo lo calificó, hace tiempo, como un arrabal de Montevideo. Ahora es parte de Montevideo.
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Fotos Gentileza del Portal Paso del Molino
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El Paso del Molino, vernáculo, aristocrático, clásico, montevideano, pertenece a la historia.
Precio tan excesivo como inmerecido, pagado al progreso, y deplorable realmente de corazón.
Tres o cuatro quintas de muestra en la calle Agraciada, otras dos perdidas en alguna traviesa, hasta que no quede sino la quinta de Aurelio Berro, única destinada a conservarse y la más suntuosa de todas gracias a la bella iniciativa del Dr. Roque Sáenz Peña, que siendo ministro aquí la hizo adquirir para la Legación Argentina.
Edificios antiguos asoman todavía dentro de un par de solares de la gran quinta que se loteó.
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Otros, como el pabellón indo-chino de don Enrique Fynn o la quinta de J.P.Farini, han sido arrasados al par que los árboles añosos y nobles.
Delicia y orgullo de la capital "Su cinturón de flores", las quintas del Paso del Molino, figuran en las descripciones y libros de todos los extranjeros que nos visitaron desde 1865 en adelante.
Mancha de poblado que comenzó a cobrar importancia desde el Sitio Grande, su nombre deriva del Molino de Agua que poseían los jesuitas en el paso mismo del "arroyo de los Migueletes".
Seguramente influyó la circunstancia de que el titulado Presidente Legal, poseyera una gran quinta en las inmediaciones.
Era del general Manuel Oribe un predio que pasaba de los 48.000 metros, con dos cuadras a la actual calle Uruguayana, más o menos a la altura de República Francesa.
El cuerpo del edificio contenía más de 24 habitaciones, y en una de ellas murió Oribe el 12 de noviembre de 1857. La quinta se vendió en solares en 1885.
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Calle por medio con don Manuel tuvo su residencia de recreo el escribano Narciso del Castillo, gran amigo del ex-presidente.
Era también una bella posesión (donde se dieron fiestas afamadas) cuyos fondos daban a la estación Yatay y se conservó indivisa hasta la década de 1930.
Pasando el Miguelete los ingleses Michel y Eduard Mulhall tenían una quinta destacable, y en 1876 también se destacaban las quintas de Hughes, Barnett y Agustín de Castro, en la actualidad incorporadas al Prado o demolidas.
El Prado, es la antigua quinta del Buen Retiro, que formó Buschental y "la que nunca - al decir de un extranjero - ha tenido rival en estos países".
Según voz corriente en aquellas épocas, Buschental invirtió una fortuna en la quinta del Buen Retiro.
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Antes del Paso, sobresalían por su majestuosa masa las quintas de Elzaurdia y de Gómez, así como la de Morales y la de Berro que llamaban la atención por el exotismo del gótico, puesto de moda por el ingeniero compatriota Ignacio Pedralbes, o por sus elementos moriscos como la de Illa.
En la calle que se denominaba Iglesia - justamente por eso - es la actual Pablo Zufriateguy, se conserva hasta hoy la pequeña Capilla de la Inmaculada Concepción, cuyos fondos dan al arroyo, e inmediato a la cual era el Cementerio del Paso.
Una lápida de mármol, colocada en el frontispicio, y que un buen día se cayo al suelo y tras de varias profanaciones fue a parar al Museo Histórico Nacional, recordaba, con fecha 1849, el origen de la capilla.
Se había levantado, era notorio, gracias a los sentimientos cristianos del pálido vencedor de Quebracho, Herrado y Arroyo Grande, cuyos restos mortales se inhumaron en el camposanto lindero, de donde más tarde se trasladaron al templo de San Agustín, en la Unión.
Siguiendo la calle Iglesia, en el cruce con Agraciada, hallábase el Gran Hotel del Paso del Molino, lejano sitio de reposo, casi una estación climatérica, que tuvo su hora y donde fue a convalecer el mariscal brasileño Manuel Ossorio cuando regresó muy enfermo de la campaña del Paraguay.
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Por el norte el arroyo Miguelete y cuatro kilómetros de mal camino por el sur hasta Montevideo, constituían los obstáculos naturales con que luchaban desde antiguo los vecinos del Paso.
Primero fue salvado el arroyo, donde no cabía una solución a medias y había que hacer un puente.
La sociedad anónima denominada "Sociedad Puente del Miguelete y Calzada del Arroyo Seco" que formaba el consorcio de los capitalistas Adolfo Rodríguez, Tomás Thomkinson, J.F. de la Serna, Lucas Herrera y Obes, Nuvel, etc., contrató las obras.
Debía ser una construcción de material, con arcos de 15 a 18 varas de luz, elevado sobre el curso de las mayores crecientes, con paso para vehículos y 2 veredas laterales para peatones.
La empresa obtenía, como precio, una concesión de 50 años para cobrar peajes y facultad de colocar barreras a fin de facilitar el cobro.
Tal grito levantó la gabela estrictamente exigida en aquella vía de obligado tránsito que dos años después el Municipio realizó un arreglo con los concesionarios, haciéndose dueño del puente y de la calzada del Arroyo Seco que medía 12 varas "empezando en la casa de Magariños y terminando en la de Bernadá".
Al triunfo de la revolución de Flores se hizo por la Comisión Extraordinaria Administrativa, el empedrado de la calle Agraciada, contemporáneamente con la de 8 de Octubre.
Un domingo, el 14 de julio de 1867, el Gobernador Provisorio, procedente de la Unión, donde terminaba de inaugurar aquella obra, llegaba a Paso del Molino en idéntica misión.
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Acompañaban al General Flores ministros de Estado y altos funcionarios, y el vecindario que había levantado un arco de triunfo, obsequió a la comitiva con un refresco.
Cuando el ferrocarril Central que arrancaba precisamente de la margen derecha del Miguelete, frente a la quinta de Reyna, trajo los rieles hasta la primera estación del centro en la antigua calle Queguay, pasando por los terrenos ganados al mar con el murallón de la Aguada, el Paso del Molino, acercóse más a la capital.
Concluyó la ligazón la línea de tranvías de caballos abierta al público el 30 de agosto de 1869, con los 4 únicos vagones que se tenían armados....tanto era el interés por comenzar el servicio.
Un recorrido total de 5 kilómetros más o menos, todo por la calle Agraciada, todo con grandes curvas como la de Santiñaque y un repecho tan empinado como el de Sovera.
El día de la inauguración todas las cuadras del repecho (Agraciada un poco más abajo de Lima) se llenaron de gente para ver si los coches, franceses de lo más moderno, subían o no la cuesta.
Agradecemos a Alejandra Ferrou su gentileza al permitirnos utilizar las imágenes del Portal Paso del Molino