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Desde el mar…
Y también desde la montaña
por Fernando Pintos
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Al Pacino conduce a Gabriele Anwar hasta centro de la pista. Entonces, suenan las notas iniciales y ellos comienzan a bailar, vacilantes en principio, porque si él es ciego, ella teme equivocarse. Y es en aquel momento cuando la orquesta arranca con los primeros compases de un tango arquetípico: «Por una cabeza».
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Por alguna razón misteriosa, cuando presencié aquella escena por vez primera se me erizó toda la piel y sentí un verdadero nudo en la garganta. Era una reacción instintiva que respondía al tango —no a la escena en sí—, y que se coló por alguna circunvolución de mi cerebro para recordarme, con un golpe tan duro como inesperado, tanto mi identidad como mi origen. Nací en Montevideo, una ciudad tanguera por excelencia, al igual que su vecina, Buenos Aires. Pero, de la misma manera que una buena parte de mi generación, desprecié el tango y preferí el Beat, el Rock y las letras en inglés, con grupos como «The Beatles», «The Rolling Stones», «The Beach Boys», «The Tremeloes» y todo un resto de sonidos hippidélicos del «Flower Power». Disfruté, sin cortapisas, la primera etapa —más auténtica y creativa que todo el resto— de Joan Manuel Serrat. Me deleitaban las canciones francesas de Charles Aznavour (armenio), Salvatore Adamo (siciliano), Silvie Vartan (búlgara) y Richard Anthony (argentino). Me sedujo, en los años 70 y 80, la música bolichera, con esa atinada combinación de estilos e idiomas, partiendo de «El sótano Beat» (1971) y avanzando hacia realizaciones mucho más contemporáneas. Después, me afilié por un tiempo a «The Carpenters» (sentía una especial fascinación por Karen Carpenter). Más adelante, fue la música de los años 80 y 90: «Santa Esmeralda» («You’re my Everything» es mi canción por antonomasia), «The Alan Parsons Project», «Kansas», Laura Branigan, Diana Ross, Kenny Rogers, «Durán Durán», «Air Suply», «Spandau Ballet», Lionel Ritchie, Donna Summers, Elton John, Vangelis, «Tears for Fears», Peter Frampton, los Tres Tenores, Bruce Springsten… Y unos cuantos más. Bueno, en realidad, bastante más que eso.
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Durante muchos años ignoré, por método y convicción, la música ciudadana rioplatense. Ni Gardel, ni Julio Sosa, ni Troilo, ni ningún otro… De repente, y como una notable excepción, sí algunos temas instrumentales de Marianito Mores: «Grisel» (mi preferida), «Tanguera», «Taquito militar»… Al tango lo redescubrí recién en 1985, estando en San Salvador y mientras discurría en toda su crueldad la guerra interna. Y resultó así: Don Salvador, el dueño del «American Guest House», hotel donde yo me alojaba (estaba ubicado en la 17 Norte y Arce), tuvo la gentileza de regalarme un cassette con tangos seleccionados de Carlos Gardel, en el cual la ausencia más notoria era, ¿cómo podía ser de otra manera?, «Por una cabeza». Sin embargo y para suerte mía, ahí estaban «La cumparsita», «Silencio», «El día que me quieras», «Mi Buenos Aires Querido», «Volvió una noche», «Caminito», «Lejana tierra mía», «Volver», «Amores de estudiante», «Cuesta abajo», «Tomo y obligo», «Los ojos de mi moza» y unos cuantos otros. Aquel hecho, en verdad fortuito, me sirvió para descubrir que durante largos años el tango había estado escondido dentro de mí, de repente aletargado, pero jamás exiliado, tal cual había llegado a imaginar durante tanto tiempo. En medio del calor y la violencia que por entonces reinaban en San Salvador, aquel cassette de Gardel me permitió sentirme un poco menos solo y bastante menos lejos de mi país. Todavía conservo el cassette, en perfectas condiciones, y me gusta escucharlo de vez en cuando, aunque ahora es posible bajar las canciones de Gardel del LimeWire, en Mp3 para quemar un CD y escuchar todos los temas mencionados mientras uno va manejando su auto (los modelos más nuevos ya no vienen con cassette, ni siquiera por pedido).
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Aquel reencuentro con el tango fue una sencilla cuestión de identidad. En la práctica, uno siempre será lo que en realidad es, por más que pretenda no serlo. (Desafío a Perogrullo para que descifre esta última frase). Y en definitiva, todo lo anterior me trae a la memoria aquel poema que clausuraba «Grito de guerra», la primera novela exitosa que escribió León Uris:
«…Bajo el ancho y estrellado cielo / cava la tumba y deja que me tienda. / Alegre
viví y alegre moriré. / Que éste sea el verso que grabes para mí: / ‘Aquí yace,
donde anhelaba estar’. / A casa vuelve el marinero, a casa desde el mar. / Y a
casa vuelve el cazador, desde la montaña…». |
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