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¡No es la economía, idiota!
o: “A Tabaré se le pinchó el tren” por Marcos Cantera Carlomagno |
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La frase de Clinton se hizo famosa por el vocablo final, tan poco formal para un jefe de Estado. Pero a partir de su difusión ha sido repetida una y otra vez, pues es considerada un compactísimo y clarificante resumen de la llave explicatoria a los principales problemas del mundo. Es la economía, idiota, ¿cómo no te diste cuenta aún? Y sin embargo, tanto Clinton como todos los loros clintonianos están equivocados de punta a punta, pues lo fundamental no es la economía, ni tampoco la política, sino que la cultura. Si señor, es la cultura, es la mentalidad, es la escala de valores vigentes, son esos principios éticos y morales que nos llevan a privilegiar ciertas cosas en detrimento de otras, que condicionan el desarrollo y deciden si una nación avanza o retrocede.
Hay gente pobre que mejora lenta pero constantemente sus condiciones de vida. Hay personas que la fortuna de un golpe las convierte en millonarias y que después se arruinan solitos de la noche a la mañana. Pues bien: lo mismo sucede con las sociedades. Países sin grandes recursos naturales (Suecia, Islandia, Dinamarca, Japón) pero con una escala de valores específica favorable se encuentran hoy en el tope absoluto de los listados mundiales de entrada per cápita y bienestar social; riquísimos emporios en recursos naturales (Brasil, Argentina, Venezuela), con otra mentalidad reinante, se empobrecen constantemente. No es casualidad. Tampoco es obra divina o capricho del destino. Menos aún, es resultado de inexorables leyes económicas.
Si el máiz crece desparejo alguna razón habrá, cantaban Los Olimareños en los efervescentes 60. ¡Y sí que hay razones! ¡Si las habrá! La “culpa” (recordemos que en nuestra sociedad adolescente no buscamos motivos sino que le echamos la culpa de las desgracias a otros) de que nuestro “máiz” venga cada vez más desgranado no es sin embargo de la burguesía nacional ni del capitalismo mundial ni del colonialismo británico ni del imperialismo yanki ni del Papa en Roma. La culpa es pura y exclusivamente nuestra, porque nuestra mentalidad no ha permitido otra cosa, porque nuestro ideario pocacosista nos impide de que el choclo crezca lindo y parejo. Así como en la Edad Media se decía “se es lo que se come”, hoy decimos “se es lo que se piensa”. Se es como se piensa.
Sin embargo, como dijera Tabaré Vázquez hace sólo unos días que parecen ya una eternidad, de tanto en tanto pasan trenes que hay necesariamente que tomar, trenes que nos sacan de estos grises parajes de ollas populares, a falta de mejor menú, y nos llevan a un paisaje de mayor abundancia y colorido. Tuvimos, hace casi un siglo, un tren de esos: el Expreso Don Pepe. Lo tiraba una locomotora con un sobretodo enorme y una chimenea por la cual chisporroteaban ideas nuevas, visiones de futuro y proyectos de vanguardia. Luego, los trenes dejaron de pasar y las vías se cubrieron de malezas. Los durmientes se durmieron de tanto esperar. Por eso, cuando el actual maquinista prometió un nuevo tren, los andenes patrios se llenaron de gentes que no lo querían perder. Por un momento, el sueño parecía concretarse. Cincuenta y seis años más tarde, supimos incluso repetir el Maracanazo con un 14 a 1 que hizo temblar a la prepotente Argentina.
Pero en cuestión de días y horas volvimos a la realidad. Mejor dicho: nos caímos de un porrazo en la realidad. Nos rompimos los huesos del alma contra el duro piso de la realidad. Primero, los sempiternos románticos de la revolución ganaron las internas del MPP (fortalecidos seguramente durante los festejos de la Noche de la Nostalgia). Luego llegó un vasco allende el mar y nos dijo que ENCE se retiraba de Fray Bentos. Aún groguis por el golpe, el maquinista de turno nos anunció que no se haría el proyectado Tratado de Libre Comercio con el país que más comerciamos. Y, como si a la torta le faltara una frutilla para que el empacho fuera completo, los sindicalistas decidieron seguir la huelga en Botnia, con argumentos prestados del Ku Kus Klan. Fíjese usted: en un país de gringos odiamos a los gringos.
Y luego hay gente que cree, y lo cree al punto tal que lo dice en voz alta, segura de no pasar vergüenza por ello (incluso creyendo que está demostrando inteligencia o suspicacia), que nosotros somos víctimas de las circunstancias, pobres corderitos degollados en el altar del Tío Sam, humildes cristos crucificados por el César del momento, inocentes criaturas globalizadas por los malos de la película. Bien, muy bien, sigamos alimentando el folclórico y patético pobrismo, sigamos dándole cuerda a las matracas bambolleras de los 60, sigamos negándonos a aumentar el intercambio económico con el mayor mercado del mundo, sigamos haciéndole caso a los profetas de la miseria, sigamos azotando a quienes eligen invertir en el país, sigamos cultivando las malezas de las vías, sigamos así nomás, mirando al mundo por el agujero de un mate cada vez más lavado, que en nuestra mentalidad devaluada y devaluadora no hay espacio para otras cosas. ¿O seguís pensando aún que es la economía, idiota?
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