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Año V Nro. 276 - Uruguay,  07 de marzo del 2008   
 

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Final del héroe que se convirtió en dictador
por Dr. Marcelo Gioscia Civitate

 
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          Resulta paradójico conocer la frase pronunciada por Fidel Castro en aquel Montevideo de 1959, -de hace ya casi cincuenta años- en que se le recibiera como un héroe y máximo exponente continental de la lucha contra las dictaduras, por haberse alzado exitosamente contra la tiranía de Fulgencio Batista: “Si los comunistas ya dominaran Cuba, me quedaría a vivir en Uruguay”.

          Esto ocurrió en la capital de un Uruguay  democrático, que gozaba de un prestigio excepcional, con un sistema político en el que reinaban todos los derechos y se gozaba de todas las libertades (luego denominadas “formales” por quienes atentarían criminalmente contra el mismo).

          Fue contra este sistema republicano y democrático que poco tiempo después se alzaron en armas muchos de quienes están hoy en el Gobierno.

          Y la paradoja surge sin tapujos, cuando unos meses después, el mismo Fidel Castro anuncia su adhesión vitalicia al marxismo-leninismo y casi al mismo tiempo, la entonces Unión Soviética se transforma en el principal comprador del azúcar cubano, aliado estratégico y sostén económico financiero del régimen “revolucionario”. 
Es así que el sistema totalitario se impuso en la isla desde entonces y pese a todo.

          Atrás quedaron las alabanzas que le brindaron a este personaje los ingenuos, atrás quedó el sueño de libertad de un pueblo tantas veces oprimido, muy atrás quedaron las esperanzas. Pues las inicialmente anunciadas elecciones libres que se realizarían “después de los seis meses y antes de los dieciocho” nunca se realizaron. Siempre se encontraron excusas para ello.

          Se vivía entonces la época de la Guerra Fría. Vino el bloqueo dispuesto por el Presidente Kennedy, que dura como el régimen castrista –con pocas variantes- hasta nuestros días y con ello, la existencia de un enemigo imperialista contra el que no hay que dejar de “luchar”.

          Y la prensa opositora fue censurada hasta su clausura, y los disidentes (no se salvaron ni los antiguos compañeros de armas, aquellos idealistas que lo arriesgaron todo para derrocar a Batista) fueron encarcelados, juzgados o muertos, y se estableció un cuidadoso sistema de delaciones para conocer quiénes eran los que “conspiraban” contra el “proceso revolucionario del pueblo cubano”.
Se impuso el sistema de partido único y la prohibición de abandonar la isla, salvo para quienes estuvieran dispuestos a exportar la “revolución cubana y su ideología”, a sangre y fuego.

          Es así como el Che Guevara pierde la vida en Bolivia y en Uruguay sus alumnos fallan en su intento de llegar al poder con las armas, pero dejan paso a una dictadura militar que duró once años.  
Pues en la concentración del poder y para perpetuarse en el mismo, Fidel Castro, y sus fieles seguidores no tuvieron límite ni reparo alguno. Encontraron siempre las fórmulas para legitimarse.

          Se pretendió ahogar con estos actos tanto en Cuba como fuera de ella, ni más ni menos que la Libertad, sin advertir que sin ella la vida no vale ser vivida. Y con ello, se privó al pueblo cubano y a varias generaciones del legítimo derecho a disentir, a expresarse libremente, a ir y venir, se les impidió desarrollarse integralmente como personas.

          Por ello, la reciente renuncia de Fidel Castro a su postulación para un nuevo período como Presidente de Cuba, obligado por razones de salud, y luego de casi cincuenta años en el poder, nos indica su final (no por cierto y por ahora el de su régimen, que al igual que el del Generalísimo Franco quiere dejarlo a su muerte “todo atado y bien atado”) y nos permite presumir que pueda abrirse paso, poco a poco pero inexorablemente, con la Luz de la Esperanza el camino hacia la Libertad.

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