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Año V Nro. 276 - Uruguay,  07 de marzo del 2008   
 

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Fernando Pintos
Reflexiones de un extraordinario intelectual, sobre la tragedia cubana de ayer y de hoy
por Fernando Pintos
 
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          El doctor Armando de la Torre es un intelectual de talla internacional. Dueño de una erudición enciclopédica, políglota y tan perfecto como profundo dominador de diferentes disciplinas (sociología, religión, historia, ciencias políticas, literatura), de la Torre se ha constituido como uno de los más sólidos intelectuales cubanos en el exilio y reside en Guatemala, donde halló su segunda patria, de varias décadas a esta parte.

          Tanto dentro de Guatemala como en el ámbito internacional el nombre de Armando de la Torre es un sinónimo de prestigio y un imán que atrae tanto el respeto como la admiración. De ahí que su presencia en congresos internacionales de alto nivel sea muy solicitada. Y de allí, también, que desde la fundación de la Universidad Francisco Marroquín —la más prestigiosa de Guatemala, defensora de la ideología liberal— se haya transformado en uno de sus pilares y director de la Escuela de Ciencias Sociales.

          Al mismo tiempo, de la Torre es un columnista muy leído y respetado, cuyos artículos se publican semanalmente en el diario «Siglo Veintiuno» y en otros medios fuera de Guatemala. Ahora bien: tomando en cuenta que en otro espacio de esta misma edición se reproduce una entrevista que realicé, en 1984, con el gran escritor y periodista cubano exiliado Juan Vives, quisiera reproducir a continuación un artículo escrito esta misma semana por ese otro exiliado extraordinario que es Armando de la Torre. Me parece que los dos textos —la entrevista a Vives y el artículo de de la Torre— son en cierta medida complementarios y, por añadidura, completamente disfrutables… Por supuesto que no lo serán, en absoluto para los comunistas cerriles, ni tampoco para los trasnochados izquierdoides latinoamericanos que adoran, con escatológica unción, hasta las últimas excrecencias de Fidel Castro. Pero veamos, a continuación, el excelente artículo de Armando de la Torre, cuyo título es un muy válido interrogante: «¿Cómo vegeta una nación enferma?». Y atención a esto, porque si no ponemos atención a nuestro país y le corregimos el rumbo a Uruguay en las siguientes elecciones, corremos el peligro de entrar, de lleno, en el campo de esa peligrosa enfermedad que tan bien señala de la Torre.

          «…Primero, inmovilizada por completo.

          La Turquía  decadente de fines del siglo XIX y la Cuba moribunda de cien años más tarde hibernaron por décadas, sin que a nadie llegase chispa alguna que sugiriese vida espontánea y fecunda a su interior. 

          ¿Cuándo ha sido la última vez, apreciado lector, que ha visto usted, textos académicos de autores cubanos recientes, para uso de los escolares guatemaltecos, como ocurrió con la Aritmética y el Álgebra de Baldor o la Física de Alonso? ¿Cae en sus manos algún ejemplar de una revista continental como lo fue “Bohemia”?  Desde los días de Gaspar Pumarejo, ¿cuál otro creador —igual que Mestre para la Argentina—, ha hecho aquí su cubanísimo aporte al arte televisivo? ¿Por qué no ha brotado en la Cuba marxista-leninista algún émulo de José Raúl Capablanca en los torneos mundiales de ajedrez? ¿Quiénes compiten con Olga Guillot, Gloria Estefan, Celia Cruz, todas en el exilio? ¿Dónde asoma otro Cabrera Infante en la literatura, fallecido en Londres, tan lejos de aquel sol tropical por el que se sintió siempre acariciado? ¿Cómo explicar los triunfos profesionales de decenas de millares de médicos, ingenieros, arquitectos, financistas, empresarios, escultores, pintores, músicos, deportistas, historiadores, filósofos, poetas, investigadores científicos en todo el mundo civilizado, y formados en Cuba antes  que le sobreviniera la rigidez cadavérica que le impuso el régimen actual?...

          ¿Ha habido, acaso, episodio más desgarrador en la entera historia de Iberoamérica que se aproxime, siquiera en números, a ese naufragio colectivo de Cuba?

          La clave primero para paralizarlos, y después empujarlos al océano, fue la supresión del acceso irrestricto a la propiedad. Los esclavos no se rebelan. ¿Con cuáles medios propios podrían intentarlo?.. ¡Si ni aun los escasos alimentos devienen, de veras, suyos!.  Al menor gesto de inconformidad que espíe el respectivo Comité local de “Defensa” de la Revolución se les retira la tarjeta “de racionamiento”... ¿La alternativa, entonces? La endeble balsa clandestina, sin garantía de no ser tragados por la mar o comidos por los tiburones. Más ominoso aún, y sin dejar rastros, envueltos cualquiera noche en el sudario húmedo del estrecho de la Florida. 

          De ahí que la “solidaridad” internacional se tuerza, a veces, deslumbrada por las luces del verdugo visible y no por las sombras de sus víctimas silenciadas.

          Y con dedicatoria a tales espectadores, ese señor absoluto de vidas y haciendas se ha valido de la socorrida treta del “anti-imperialismo”.

          Para los más lejanos –no lo olvidemos, Cuba es isla – el dolor ajeno se les hace costo digerible bajo la simpleza de un David castrista y un Goliat norteamericano… El pueblo, pues, no cuenta.

          La óptica del PRI mexicano durante los muchos años de su “dictadura perfecta”.  No menos, la bandera “antiimperialista” izada por Chávez, herramienta “made in the Soviet Union” que le ha sido, además, oportuna, para la compra con petrodólares de ciertos caudillos sudamericanos, y como otrora la pretextó Daniel Ortega para su malograda alharaca “sandinista”.

          Parodia erigida en verdaderas “cataratas oculares” que ciegan a muchos hombres y mujeres sedicentes “de izquierda” y les impide aceptar la horrenda realidad.

          “El hombre enfermo de América” ya apenas respira, y no me refiero al bacilo mortal que lo carcome sino a la mismísima nación cubana.

          ¿Recuperarán los cubanos el optimismo que les fuera habitual, su empuje exuberante, su patrio orgullo, su ética del trabajo, su hidalguía ibérica, su tolerancia, su alegría, su acendrado apego al terruño, la memoria de sus grandes amores, su manejo travieso del idioma, su fe en Dios, la dignidad de sus mujeres y su confianza en los hombres?...

          Progenies desfilarán, y quizás hasta renazcan algunas de sus instituciones más veneradas.

          Del resto, empero, restará tan sólo el silencio de sus cementerios…».

 
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