¿Hay razones para ser optimistas?
Los jóvenes siguen contestando la pregunta con sus valijas
por Dr. Rodolfo Saldain
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Me refiero al futuro que nos aguarda a las diferentes generaciones de uruguayos. ¿No hay razones para pensar que será posible crecer, crear y desarrollarse en Uruguay? Muchos extranjeros ven en Uruguay una tierra acogedora. ¿Están equivocados? No; no están en un error los extranjeros que ven posibilidades atractivas en estas tierras.
Pero lo grave es que tampoco están en un error los uruguayos que no ven aquí el futuro que quieren. Los jóvenes siguen contestando la pregunta con sus valijas. ¿Qué nos está pasando? Es más, ¿qué nos viene pasando desde hace cuarenta años?
En una visión retrospectiva de largo plazo, los uruguayos comprometimos y deterioramos el patrimonio cultural que nos habría permitido el grado de crecimiento y desarrollo necesario para generar una sociedad creativa y próspera. Lo hizo el estancamiento económico y la ideologización enajenante de la década de 1960, lo hizo la dictadura y no hemos logrado revertirlo en los más de veinte años de gobierno democrático. Nuestra distancia con la evolución de las sociedades desarrolladas no ha dejado de crecer. El ritmo de empobrecimiento relativo de Uruguay es alarmante; tan alarmante como el ritmo de la fractura al interior de nuestra sociedad.
Precisamente esa fractura social prolonga gravemente hacia el futuro el deterioro de las capacidades de nuestra comunidad. Los más recientes estudios indican que, siguiendo en general la evolución económica, a partir del retorno a la democracia y hasta 1999, puede identificarse un marcado descenso de la población por debajo de la denominada Línea de Pobreza (del 40,3% al 15,3%). A partir del año 2000 comienza a revertirse la tendencia, hasta alcanzar un máximo en el año 2004 (32,6%). A partir de entonces, en línea con el crecimiento económico, se da un quiebre en la tendencia, iniciándose un proceso de descenso (25,2% para el año 2006). Sin embargo, el indicador general oculta que la infancia y adolescencia registran la sistemáticamente el mayor porcentaje de sus integrantes en situación de pobreza, ubicándose en el año 2006 por encima del 40% para menores de 12 años y próximo al 40% para adolescentes entre 13 y 17 años de edad. Niños pobres, hijos de padres pobres, nietos de abuelos pobres pueden conducir a muchas cosas, pero no a una sociedad próspera.
Es posible que esté salteando lo positivo, por ejemplo que seis de cada diez niños y adolescentes están por encima de la línea de pobreza. Pero cuando vemos cómo los trata nuestro sistema educativo, qué, cómo y dónde aprenden, es difícil mantener la ilusión del optimismo. Nuestros jóvenes aprenden pocas cosas y de mala manera. Claro, podemos decir que algunos jóvenes pueden acceder a enseñanza de nivel equiparable a la de la mayoría del mundo desarrollado; y eso es, precisamente, una muestra más de la fractura de nuestra sociedad, cuando la enorme mayoría recibe un nivel de enseñanza que deja mucho que desear. Me refiero a la enseñanza primaria y, muy especialmente, a la enseñanza secundaria. Lo acreditan los estudios internacionales comparativos de los que Uruguay forma parte. Quienes hemos tenido oportunidad de seguir alumnos de enseñanza secundaria en instituciones públicas hemos podido sufrir visiones ideológicamente hemipléjicas, transmisión de anti valores y una pobreza extrema de contenidos. Las ramas de enseñanza profesional y terciaria no han despertado todavía a los desafíos de la actual economía y rompe los ojos un descomunal desequilibrio entre la demanda de habilidades y la oferta educativa.
En tres palabras: no vamos bien. Puede haber razones para el optimismo, pero no están en el camino que venimos transitando los uruguayos. Deberemos construir esas razones en los próximos años; de lo contrario más generaciones de uruguayos deberán evitar el camino de la desesperanza como puedan.
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