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Homogeneidades Por Anabella Loy Licenciada en Antropología
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En estos días escuché en la radio una buena noticia, en boca de un economista confiable: la pobreza descendió en un 20% en el Uruguay. Ojalá sigamos recibiendo noticias como ésta.
Entonces empecé a pensar en el Uruguay de las últimas décadas, tratando de entender la pobreza con herramientas antropológicas, y conectarla con el concepto de diversidad.
HOMOGENEIZAR
Desde el discurso oficial, siempre se apuntó a señalar que el Uruguay era un país de homogeneidades, nos habíamos liberado tempranamente de los heterogéneos (e incómodos) indígenas gracias a los dudosos oficios de Bernabé Rivera, con lo que el camino quedaba abierto para ocuparlo con pretendidas uniformidades, para gritar frente a quien quisiera escucharnos que "¡ERAMOS HOMOGENEOS!".
La cultura uruguaya aparecía en los textos de historia como una organización monocultural, estable, a lo sumo constituida por aportes más o menos variados, siempre migratorios, y éstos habían dado lugar a una manera única de ser y pertenecer.
Hasta la geografía (un país sin grandes contrastes) y la sociología (un país sin grandes diferencias de clase), apoyaban este punto de vista unívoco.
Para una sociedad que se miraba en el espejo del "afuera", que se veía a sí misma como un resplandor de Europa, la imagen de homogeneidad resultaba no sólo creíble sino ante todo, incuestionable, cuando se trataba de definirnos frente a "Otros".
Sin embargo, en algún punto de nuestra historia, de nuestra evolución como comunidad, la "diversidad" comenzó a infiltrarse en nuestro imaginario. Habrá sido cuando empezamos a vislumbrar que éramos latinoamericanos, variados, diversos, que descendíamos tanto de los barcos como de las tolderías; cuando empezamos a darnos cuenta de que no era lo mismo el cocoliche que el gallego o el idish, -aunque las dificultades del inmigrante fueran las mismas-, cuando tomamos conciencia de que vivíamos y pensábamos de modos muy distintos, cuando los jóvenes empezaron a reivindicar valores e ideologías que los identificaban y los confrontaban con la generación de sus padres.
En fin, la diversidad empezó a instalarse entre nosotros, y desafió el conservadurismo que sustentaba esa idea oficial de homogeneidad.
Las cosas se complicaron porque el discurso de la unicidad uruguaya dejó de definirnos como grupo. Y la diversidad -ideológica, filosófica, generacional, sexual, comportamental - llegó y ocupó su lugar. Tuvimos entonces que redefinirnos como sociedad, frente a nosotros mismos, admitiendo la existencia de una diversidad que nos interrogaba, que nos cuestionaba, que nos obligaba a renovar la imagen que el espejo nos devolvía de nosotros mismos.
Cabe preguntarnos qué queríamos ocultar con la insistencia en la sociedad integrada, qué diversidades pretendíamos esconder bajo la alfombra : ¿ la pobreza?, ¿ la discriminación? ¿los prejuicios? ¿ la injusticia? ¿el origen plural, el color oscuro de las pieles indígenas que han mestizado a nuestra población desde la colonización?
LOS OTROS, LOS POBRES
Un día tomamos conciencia de que había muchos países en un mismo país, muchas realidades coexistiendo dentro de los límites territoriales que define el mapa político. Un país de los privilegiados y otro de los que están por fuera de las estadísticas del consumo, un país de los que accedimos a la educación y otro de aquellos que desertaron del sistema educativo, un país cuyos ciudadanos son básicamente consumidores y otro en el que el consumo es materia constitutiva de las fantasías y de los sueños. Y la pobreza se filtró como un fantasma en nuestros espacios y nuestros tiempos, como un "Otro" rechazado pero difícil de disimular.
La cultura, cualquier cultura, se caracteriza no por la homogeneidad interna, sino por la organización de las diferencias hacia adentro, esto es: la diversidad.
Empezar a ver la sociedad uruguaya como multicultural supone avanzar en la comprensión de quiénes somos, cómo somos, perteneciendo cada uno de nosotros a distintos grupos domésticos y étnicos, a distintos barrios e instituciones, a distintos partidos políticos y organizaciones sindicales, a distintos grupos y clases sociales, e imprimiéndole a cada una de esas pertenencias un sesgo personal.
Comprender que el Uruguay es uno y múltiple y aunar esfuerzos para que la diversidad sea un enriquecimiento y no una amenaza, es un desafío que nos compromete a todos. ¿Estaremos a la altura?
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