La ciudadanía tiene el derecho no sólo de conocer las virtudes morales, la trayectoria y los programas y propuestas de gobierno de los candidatos a la presidencia sino también la cuestión elemental de con quién piensan gobernar. La gobernabilidad no es un tema caprichoso ni una ocurrencia intelectual, alude, en términos de una democracia de partidos en la que ninguno tiene la mayoría, al problema de con quiénes se va a aliar el candidato ganador para garantizar la puesta en marcha de su programa. Y como quiera que en las filas verdes ya se dan como ganadores, pues cabe la inquietud para el candidato Mockus que tiene a su haber apenas una bancada de 5 congresistas, uno de los cuales (equivale al 20%) ya fue privado de la credencial por hechos de corrupción política: ¿Se va a aliar con el Polo? o ¿con el partido liberal? O piensa recibir al partido conservador?, en todo caso no creo que se acerque al partido de la U pues los que apoyan su candidatura le hacen el asco a todo lo que huela a uribismo y a Uribe.
El problema de la gobernabilidad es real y es delicado y no se resuelve con esguinces retóricos en los que se iguala gobernabilidad con corrupción o con otorgamiento de gabelas y contratos. Plantear el problema no es ofender a Mockus porque es él el que por estar más cerca de la victoria tiene más enredado el tema. Los demás ya saben como proceder y no necesariamente eso los hace corruptos. Es, pues, una cuestión de la vida política de la que se ocupa con seriedad la llamada “ciencia política”. En el alto grado de quisquillosidad (hiperestesia o intocabilidad) en el que sus seguidores han ubicado a Mockus no caben interrogantes aunque estos se formulen con altura. Incluso, no faltan los columnistas como Forero Tascón (El Espectador, 25/04/10) que por arte de birlibirloque convierten la debilidad de Mockus en este aspecto en “su mayor activo político” y en “su arma secreta”. Ahí están pintados, les importa un bledo el problema de las formas, tan vital en las democracias, las formas que reivindicaban cuando se oponían al referendo reeleccionista, pero que ahora no valen. No se entiende cómo, sin las alianzas que garantizan la eficacia del gobierno se pueden realizar las “grandes reformas que el país necesita”. ¿Será que el columnista se olvida que las grandes reformas sólo se pueden realizar de acuerdo con la Constitución vigente y con los fallos de la Corte Constitucional a través del Congreso de la República o de una Asamblea Constituyente.
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En la historia reciente de Colombia podemos hacer referencia a al menos cuatro experiencias de cambio de gobierno en las que hubo necesidad de concitar a acuerdos de gobernabilidad entre fuerzas políticas diferentes. La primera fue en 1930 cuando Enrique Olaya Herrera, candidato liberal triunfador, tuvo que firmar una acuerdo con un sector del conservatismo para poder gobernar ante un congreso de mayorías conservadoras, el experimento recibió el nombre de la “Concentración Nacional”. El segundo caso tuvo ocurrencia en 1946 y fue inverso al anterior. El candidato conservador ganador, Mariano Ospina Pérez, llegó a un acuerdo, la Unión Nacional, para poder gobernar frente a un congreso de mayorías liberales. El tercer caso fue el del Frente Nacional, entre 1958 y 1974, pacto que permitió el restablecimiento de la paz entre los partidos liberal y conservador a través de la alternación en la presidencia, el sistema de cruce de cargos y la repartición milimétrica de los puestos públicos. El último caso es el del presidente Belisario Betancur quien forjó una alianza con el derrotado liberalismo para gobernar en 1982. En todas estas situaciones el problema de con quién gobernar era cosa seria que debió ser tratada y despejada a tiempo por los gobernantes. ¿Con quién hará alianzas Mockus, así sea de esas impolutas a que se refiere Forero? Es la pregunta que no ha tenido respuesta. Por tanto, como ciudadanos y aún en calidad de opositores, tenemos todo el derecho a preguntar y a que se nos responda con seriedad. ¿Gobernará con la izquierda que reniega de la seguridad democrática y que perseguirá a Alvaro Uribe y a Santos con la intención de procesarlos por crímenes de lesa humanidad? ¿Gobernará con el liberalismo samperista, el ala más corrupta de dicho partido? ¿Le seguirá haciendo el feo a los coqueteos de Noemí Sanín? O ¿cerrará el congreso para convocar a nuevas elecciones legislativas ya que las recientemente realizadas están manchadas por la corrupción? ¿Se aventurará a convocar una asamblea constituyente para hacer de modo cristalino las “profundas reformas que requiere el país”?
Tengo otros interrogantes, pero, en aras de centrar el debate, dejo las cosas en este punto y espero que la alegada honestidad y transparencia de Mockus, que no pongo en duda, no se esgriman como respuesta, puesto que la política y el arte de gobernar supone mucho más que eso, implica negociación, transacción, forcejeo y acuerdo en el vasto campo de intereses diversos y complejos que tienen presencia en cualquier sociedad. No sólo de jabón viven los hombres.
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