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No preguntes lo que tu país te puede dar, sino lo que tú puedes darle a él.
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Año V Nro. 389 - Uruguay, 07 de mayo del 2010 |
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El 27 de abril del año 2000, se produjo la muerte del poeta salteño Rondán Martínez, dejando para la posteridad una herencia poética que pese a los años transcurridos, no se ha valorizado como corresponde. A 10 años de su partida EL ESTE que ha difundido su obra en varias oportunidades, recoge la opinión del periodista Gualberto Cos, quien rescata en emotiva evocación aspectos fundamentales de su obra. “Afincado en la ciudad de Chuy, para cumplir funciones como funcionario de Aduanas provenía de la ciudad litoraleña donde había iniciado su actividad literaria, con el apoyo de su mentor, amigo y consejero, el inolvidable Enrique Amorim. Sus primeros poemas juveniles costumbristas inspirados en su barrio natal llevan el nombre del mismo “Cien manzanas” reciben junto con la aceptación, la recomendación de Amorim de “…hablar directamente de lo que viera” y le suministra, como ilustración, el libro “Evaristo Carriego” de la autoría de su primo, Jorge Luis Borges. Escribirá, también en su ciudad natal el libro “Genealogía” y que recibiera un tardío premio del Ministerio de Instrucción Pública años más tarde de su envío. Afincado en Chuy, y portador de tal equipaje literario, participa activamente en la celebración del bicentenario del nacimiento de nuestro prócer, José Artigas y vierte su extenso poema histórico llamado “Artigas compañero” y, como concluyera en su prólogo el Prof. Jesús Perdomo, “No interesa la benevolencia docta de los críticos. El poema es para el pueblo y éste tiene la última palabra”. El pueblo, su pueblo, independiente de su génesis es y será sujeto y objeto de su creación y él manifestó su aprobación. Lo urbano y lo aledaño de la frontera, constituyen más que su campo de observación, su abrevadero de inspiración. El contrabandista, la dura vida rural plasmada en “El taipero” y consagrada por la interpretación de Alfredo Zitarrosa, surgen de su creatividad como la impronta de un pintor o la talentosa visualización de un gran fotógrafo. Ganador, también en mediados de la década del 60, del tradicional concurso literario de la Feria del Libro con su libro “Latitud Chuy” y elegido por el exigente tribunal integrado por Amanda Berenguer, Milton Schinca y Washington Benavídez.
Al respecto, detectaba en su página literaria del desaparecido semanario “Marcha”, Angel Rama, en su nota “El aduanero Rondán” -y en deliberada alusión al pintor francés Rousseau asociado para siempre a su función- las nítidas influencias de Neruda, Miguel Hernández y César Vallejo. Es en su poemario último “H. V. 7 bis”, donde se aprecia una síntesis existencial, dolorida y piadosa. El enigmático y cifrado título alude al manicomio montevideano Hospital Vilardebó sala 7 bis, donde hizo la recuperación de su dipsomanía. El letargo y la vigilia de esas interminables horas afloran en su sanguínea percepción poética y retrata la rutina cotidiana del hospital así como repasa el catálogo de dolencias con las que debe, fatalmente, convivir. Hay en toda ella, como núcleo y eje, la complicidad sufriente, distante y solidaria: “Domingos con visitas/apresuradas, tiernas, bondadosas/ acariciando el pómulo, inquiriendo por nuestras/soledades/ como si niños fuéramos… Y nos quedamos solos/ mirando más allá de la llovizna/este domingo gris/setiembre 15 (Inicio y final de poema III). En su poema VII declama: “Repaso mi etilismo en esta cama/Nº10, Vilardebó…tristeza/ de germinales tallos/derrotados sobre esferas alcohólicas… Cama Nº10/Vilardebó, tristeza: la tibia beatitud de las frazadas/cobija mi esqueleto”. (Inicio y final del poema). Propuesta y remate que revisan a cada instante un sentimiento de incontinencia ante el entorno alucinado y alucinante: “Me duele el viento, el corazón, la tarde/ las palomas eróticas, el loco/ pidiéndome una ausencia de tabaco … Me duele el pie descalzo cuyos dedos/dibujan jeroglíficos, simbólicas/visiones de un profeta taciturno. (Inicio y final del poema XIV). Por último, un presagio: Crece el tumulto de mis soledades/ y el grillo de mi canto se adormece/sobre un lecho prestado… Hay una telaraña sin araña/atrapando mi sueño, mi delirio/ de boca sin mujer:/un mes de manicomio ya me alcanza/para volverme loco… Un día Rondán dejó el manicomio, no escribió más. Unos años más tarde, hace diez, murió.
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