He repetido, ya demasiadas veces, que estos desafortunados países latinoamericanos han demostrado, hasta la saciedad, que adolecen de unas grandes mayorías que parecerían estar infectadas, de manera irremisible, con mugre moral, peste intelectual y ausencia dramática (más bien trágica) de cualquier atisbo o esbozo de inteligencia elemental, para no mencionar un exilio escandaloso (y al parecer vitalicio) de la vergüenza… Sólo así se explicaría que hayan sido capaces de entregar nada menos que ¡Primeras Magistraturas!, en las garras retorcidas de personajes del fallido calibre de un Evo Morales, un Hugo Chávez, un Rafael Correa, unos esposos Kirchner y un Daniel Ortega, entre otros notorios aberrados de tiempo completo. Y es por obra de tales monstruosidades que hoy día el subcontinente retrocede, presuroso y alborotado, por el siempre empinado sendero del desarrollo, haciéndolo a marchas forzadas y con botas de siete leguas, entre tumbos, caídas, sacudones y golpazos. Harto se sabe que el del desarrollo es un camino ascendente, y que el tránsito hacia la cima se torna fatigoso y pesado, no sólo por la simple fuerza de la gravedad, sino por el cúmulo de obstáculos que presenta cada recodo. En algún momento tuvimos la ilusión de que Latinoamérica —algunos países más y mejor, algunos otros menos y peor— estaba encaminada por el tal sendero. Se implementaban políticas liberales. De alguna manera, aunque nunca tanto y tan acertadamente como si hizo en el modelo chileno, se le quitaban trabas al normal desenvolvimiento de la iniciativa privada. Un sentimiento de mesurado optimismo recorría esta accidentada geografía, desde Sur a Norte y de Este a Oeste. Y se publicaban libros esclarecedores, como el «Manual del perfecto idiota latinoamericano».
En realidad, todo aquello no era más que un espejismo que pronto se convertiría en realidad cruda, sembrada con ruinas y decorada con añicos. El detonador fue, por supuesto, toda aquella alarmante sucesión de sismos económicos —algunos nacionales, otros regionales— que finalmente desembocó en la crisis de 2008. Pero ya mucho antes de aquel año fatídico para la economía global, el fracaso de las políticas en apariencia liberales había llevado a las masas latinoamericanas hacia una crisis de confianza con múltiples facetas. Desconfianza en la democracia. Desconfianza en una economía de mercado sana y libre de las trabas malévolas y estúpidas de los estados voraces. Desconfianza en la iniciativa privada. Desconfianza en la libertad. Desconfianza en el Estado de Derecho. Desconfianza en las estructuras políticas. Desconfianza en las instituciones… En definitiva: una demoledora ausencia de confianza sobre todo aquello que hubiera podido llevar a esta maltratada región hacia mejores destinos.
Mencioné, en el párrafo anterior, un concepto que es necesario ampliar: «…políticas en apariencia liberales». Y se puede explicar esto con pocas palabras. Las políticas liberales tan sólo se aplicaron, de manera completa y por demás acertada, en el Chile de Augusto Pinochet. En todos los demás casos, lo que hubo fue más que nada una mixtura indigesta y malévola: empresarios mercantilistas, aliados con politicastros tan corruptos como voraces, aplicando unas «reformas» y unas políticas económicas que de liberales tan sólo tenían el nombre y el disfraz. ¿Por qué sucedió precisamente eso, en casi todos nuestros países? Sencillamente, porque después de la caída del Muro de Berlín y de la URSS (con todos sus satélites a rastras), todo lo que oliera a liberal, a libertario y a libre empresa encarnaba un prestigio inevitable: el de una victoria categórica y sin atenuantes, sobre todos aquellos propulsores de los estados todopoderosos e intervencionistas. Frente a tal coyuntura y con esa presteza que sólo permiten un olfato infalible y un aguzado instinto matador, en casi toda América Latina los mercantilistas corrieron a calzarse —por más penoso que fuera el intento—el disfraz de liberales. Renglón seguido, adoptaron una parte del léxico comunista, ya fuese como muletilla personal o como parte ineludible del disfraz, y aceptaron autodenominarse o ser llamados «neoliberales». Y también abogaron, ¡claro que sí!, por el perdón irrestricto hacia los mismos comunistas que, muy poco tiempo atrás, habían estado clamando por degollarlos a todos y convertir la región en una nueva Cuba o una nueva Rusia estaliniana… Como es de todos bien sabido: las sabandijas tienen un oscuro instinto que siempre las lleva a buscarse y reunirse, por más que aparenten tener naturalezas diferentes e incluso opuestas hasta el extremo de la beligerancia.
El fracaso de «modelo liberal» o «neoliberal» en casi toda Latinoamérica —salvo en el caso del único país que en realidad lo había aplicado, o sea Chile—, provocó escozores ideológicos acentuados y permitió que todos los comunistas y su nutrida corte de aliados —me refiero a la corporación de los perfectos idiotas latinoamericanos en pleno—, resurgieran con un esplendor pocas veces visto en los anteriores dos siglos. Acicateadas por la demagogia más desenfrenada y con el arma letal de la democracia en sus retorcidas manos (por no llamarles patas), legiones de alucinados concurrieron a las urnas, en diferentes países, para elegir «democráticamente» (¡vaya contrasentido!) a los peores enemigos de la democracia. Un Hugo Chávez. Un Evo Morales. Unos esposos Kirchner. Un Rafael Correa. Un Daniel Ortega… Y bueno… En un continente de ignorantes y enajenados, entregar el voto a mayorías alucinadas tiene esos efectos: degollar a la democracia… Instalar el autoritarismo de inspiración marxista-leninista… Aplastar sistemáticamente las libertades ciudadanas… Envilecer las instituciones de cada sociedad… Burlarse de las leyes, comenzando obviamente por las constituciones políticas de los respectivos países … Atacar con saña a la libre empresa… Promover la corruptela a manos llenas… Utilizar los dineros de cada estado como si fueran bienes de difunto… Adoptar poses estalinianas, hitlerianas o mussolinianas… Y decir, en cada ocasión posible, sartas de mentiras grotescas y estupideces solemnes… Ésta ha sido y sigue siendo, pura y sencillamente, una celebración continua y aquelárrica de lo irracional.
Lo anterior sirve como preámbulo para comentar, una vez más, las últimas y bombásticas declaraciones de ese cretino personaje que gobierna Bolivia: Evo Morales. Todos las conocen a estas alturas y muchos las comentan. Que el la Madre Tierra (o Pachamama) está profundamente enojada con las políticas neoliberales… Que las honestas gallinas de campo latinoamericanas son moral, ética y biológicamente superiores a sus alucinadas congéneres de los criaderos capitalistas del Primer Mundo… Que la calvicie y la homosexualidad son la misma cosa. Que las diabólicas papas cultivadas en Holanda se comen y se comen, pero ¡no alimentan!… Etcétera, etcétera. En realidad, quisiera traer a colación un artículo que el recién pasado viernes 30 de abril se publicó en «Informe Uruguay». El autor fue José Brechner y el título, «El Dr. Evo Morales reveló las causas del homosexualismo». Vale la pena leerlo una vez más, porque en él se dice casi todo lo que es necesario decir sobre este asunto tan bombástico. Veámoslo.
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«…Si de un atributo carece el presidente de Bolivia, es el de la vergüenza. Con tantos honores y aplausos recibidos en tantos lugares, Evo Morales, se considera un erudito y opina sobre cualquier tema sin titubear. Su don de ungido, le permite expresarse gallardamente frente a un público de serviles, más incultos que él, quienes lo aclaman efusivamente por cualquier sandez que dice, y tiene un container repleto de insólitas primicias para divulgar. Su última revelación científica en una “Conferencia sobre el cambio climático” organizada por su gobierno, tiene al mundo entre boquiabierto y desternillándose de risa. El coronado inca dijo, que: “la comida transgénica es la responsable de las desviaciones de los hombres hacia la homosexualidad, y de la calvicie en Europa”. "El pollo que comemos está cargado de hormonas femeninas. Por eso, cuando los hombres comen esos pollos, tienen desviaciones en su ser como hombres", dijo el preclaro orador, que afirma llevar una dieta diferente. Obviamente, una exclusiva para machos. El conferenciante continuó: "La calvicie, que parece normal, es una enfermedad, en Europa casi todos son calvos, y es por las cosas que comen. Mientras, en los pueblos indígenas no hay calvos, porque comemos otras cosas". Claridad y elocuencia admirables, como en todas sus enriquecedoras disertaciones. Por fin después de tantos infructuosos siglos de investigaciones e incomodidades estéticas, descubrimos la causa de la calvicie. El aspirante a Nobel de la Paz, debería ser postulado al Nobel de Medicina. Su excelencia, que fue nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de La Plata, la Universidad Autónoma de Santo Domingo, la Universidad de La Habana, la Universidad de Panamá, y algunas otras donde sus catedráticos y estudiantes gozan del mismo nivel intelectual que él, dijo que es bueno comer papa, pero no cualquiera. Aclaró que la papa que hay que ingerir es sólo la boliviana y no la holandesa que contiene veneno, por eso hay que pelarla. El eximio mandatario además de ser científico goza del don de la profecía y dijo que: “en 50 años todo el mundo será calvo”. No aclaró si también seremos homosexuales. Tampoco explicó si al ser calvo a uno no le queda más opción que hacerse homosexual; si los homosexuales se vuelven calvos; o si todos los calvos son homosexuales. "Sólo tenemos dos caminos: La Pachamama (Diosa o Madre Tierra en quechua) o la muerte. Muere el capitalismo o muere la Madre Tierra, vive el capitalismo o vive la Madre Tierra". Dijo, resumiendo con brillante eclecticismo, la relación entre calvicie, ecología, teología, gallinas, batatas, economía y el mundo gay. No es la primera vez que el Dr. Morales formula sus iluminadores conceptos para instruirnos acerca del camino a seguir, tomando como ejemplo a los indígenas aimaras, el pueblo más avanzado, longevo y de mayor conciencia ecológica del mundo, donde afortunadamente no existen ni calvos ni homosexuales. Algunas de sus costumbres que deberían ser imitadas por la salvaje civilización capitalista, son: no bañarse, (por lo menos no a menudo); tirar la basura no en bolsas o receptáculos, sino libremente, en la puerta de su hogar; hacer sus necesidades en el lugar donde los intestinos lo pidan; cortar para leña todo árbol que encuentren; y prender fuego anualmente a miles de hectáreas de cultivos, matando toda forma de vida vegetal y animal, contaminando la atmósfera durante semanas, causando incontables enfermedades respiratorias y la muerte de decenas de bebés. Morales no es el único estudioso en su gobierno. Su séquito está lleno de superdotados de igual o mayor estatura. Hay que tomar en cuenta que El Ungido leyó su discurso, lo que obliga a deducir que fueron sus expertos asesores quienes lo escribieron. Hasta que sus reveladores descubrimientos sean ratificados por las universidades que lo distinguieron, sugiero a mis lectores de sexo masculino que consideran a Brad Pitt o George Clooney, como bien parecidos, que inmediatamente abandonen el consumo avícola e ingieran en lo posible carne de toro, ya que los síntomas de homosexualismo podrían estar presentes, y la vacuna contra el mal, que no es aplicable precisamente en el brazo, puede ser dolorosa…».
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